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Saltó de la cama con fuerza, el repentino movimiento lo hicieron perder un poco el equilibrio y no fue hasta unos segundos después de recuperar su estabilidad que se dio cuenta de que ya eran las 6:00 a.m. de un día en donde no tendría que ir a prácticas. Por fin había conseguido sus muy ansiadas vacaciones, que en realidad sólo duraban dos semanas, luego tendría que regresar, pero no importaba.

Aprovechando haber despertado temprano, hizo su desayuno y luego acomodó el desastre que había dejado el día anterior después de ir y beber un par de copas con sus compañeros. Estaban celebrando. En la medida que podías celebrar un premio de tercer puesto del mundo.

Hace ya un par de años que no regresaba a Miyagi, cada vez que podía zafarse de las practicas, aunque sea por un fin de semana terminaba regresando a casa, aunque tuviese que dormir en el sótano pues su vieja habitación había sido convertida en un taller para las manualidades de su madre y hermana. No le importaba y si fuese de otra manera, tanto su madre como su hermana no hubiesen cambiado de parecer, sin consultar habían quitado sus posters de expedientes secretos X y cambiado el color de azul cielo por granate.

Cuando bajó el bus, se sintió extraño, como si por primera vez estuviese yendo a ese lugar, no reconocía a la gente, la estación se veía más vetusta, aunque hubiese nuevos carteles de publicidad o algunos de los postes de luz que empezaban a descascararse los hubieran re pintado.

No pasó ni un par de minutos para que la gente lo reconociera, hacía demasiado calor para usar un tapabocas y la gorra le generaba sudor, así que cada cierto tiempo se la sacaba para secar su frente. Autógrafos, fotos con la cámara del celular, con una chica o con una multitud de gente. Estaba acostumbrado a este tipo de cosas, pero en Miyagi era el doble de hostigante que en Tokio y ni qué decir del extranjero. Luego de huir del acoso de sus admiradores pudo llegar agitado a la calle de la casa de sus padres, la avenida estaba vacía, volteó para ver tras suyo, por si algún entusiasta hubiese decidido seguirlo, sin embargo, no había nadie. Soltó una carcajada, se acomodó la gorra y siguió caminando, había sido tan nostálgico.

Una vez, dos veces, tres veces. No le abrían la puerta de su propia casa, no llevaba las llaves consigo, y aunque las tuviese sospechaba que habían cambiado la cerradura ya. Aunque les había dicho a sus padres que llegaba ese día al parecer nadie se había dado la decencia de esperarlo. Cansado por su travesía, se sentó en un peldaño, sacó su celular y se puso a revisar las redes sociales.

La mayoría de los comentarios de seguidores eran de mucho ánimo. Con palabras esperanzadoras lo motivaban seguir esforzándose, le agradecían por ser tan buen setter, por haber llevado a la selección japonesa a muchos éxitos, halagaban su bonito rostro, hasta talvez le proponían matrimonio o le hacían propuestas indecorosas, pero allí, entre esa multitud de mensajes positivos había unos que, aunque para los demás pasaban desapercibidos, él podía verlos como si estuviesen resaltados, especialmente para que su vista los reconociera. Mensajes de odio o críticas duras hacia su desempeño en el juego, Oikawa los encontraba y sentía cada vez una puñalada.

Podía manejar las habladurías, acerca de su vida personal, sobre su personalidad retorcida que había dejado ver mucho más a menudo en las prácticas y por supuesto fue captado por las cámaras de los camarógrafos indiscretos, sin embargo, era algo diferente si esas personas empezaban a atacar su forma de juego, más aún, aludiendo a la lesión en su rodilla derecha, que aun escocía cuando hacía frio.

-No crees que es mala idea solearte?

Oikawa se crispó por la sorpresa, estando tan metido mirando el celular había perdido completa noción de qué o quienes lo rodeaban. Lo primero que vio fue unas viejas zapatillas con cordones grises, evitó subir la mirada, el sol le llegaría directamente a los ojos.

Drabbles Iwaizumi x OikawaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora