Ella me miraba fijamente, y yo también. Traté de conservar en mi mente cada pequeño detalle suyo. La piel blanca como porcelana que le daba un aspecto enfermizo, los labios siempre bien juntos, los cabellos despeinados debajo del gorro negro, y sus ojos. Sus ojos grandes de un color algo inexplicable, con las pupilas demasiado dilatadas y las pestañas perfectamente separadas. Los ojos resaltaban en su pequeño cuerpo. Papá le decía la chica de los ojos tristes, nunca entendí porque. Me miraba fijamente y solo podía pensar en una cosa.
¿Qué le pasaba por la cabeza cuando me miraba de esa forma? A veces me gustaría que me lo dijera. Aunque me daba miedo que diga algo que no quiero escuchar. Me daba miedo ser la única que veía lo invisible. ¿O acaso ella veía en mis ojos lo mismo que yo veía en los suyos? ¿Acaso era yo el motivo por el que escribía poesía o porque encontraba mágico algo tan rutinario como un amanecer? ¿Acaso era yo el motivo por el que su vida tenía algo de sentido? Me gustaba pensar que todos teníamos motivos para seguir, Erin tenía pocos. También me gustaba pensar que yo era uno de ellos, porque ella era definitivamente uno de los míos.
Erin me miraba fijamente. Sus ojos eran una obra de arte, un libro de poesías tristes, un sueño sin cumplir, una noche solitaria. Sus ojos de color indescifrable y su expresión parecida a la de una niña pequeña a la que le robaron sus dulces no me sugerían nada bueno, sin embargo, no podía dejar de mirarlos.
Si bien en ese momento no lo sabía, esa noche iba llorar. No sabía cuándo pero si porque, por el mismo motivo por el que quería llorar en ese momento. Por el mismo motivo por el que quería llorar cuando Erin bailaba lentamente moviendo aquel vestido negro que tanto amaba, y cuando me soltaba la mano para correr hacia la otra dirección (no sin antes darse vuelta para dedicarme una sonrisita infantil), o cuando levantaba la vista del pequeño cuaderno negro y me miraba por un largo rato antes de seguir escribiendo, o cuando estaba enfrente mío con los ojos llenos de lágrimas y una mezcla entre tristeza y furia por algún motivo desconocido. Lloraría por culpa de aquel sentimiento al que no le podía dar nombre. Sentimiento que no le desearía ni a mi peor enemigo. Ese sentimiento era como estar perdida dentro de mí misma, sin saber que era, que quería, que necesitaba. Estaba segura que el motivo de mi perdida era Erin, confuso pensando que el único momento en el que no me sentía perdida era cuando estaba con ella.
Ella bajó la mirada, y yo tragué el millón de palabras innecesarias que se habían acumulado en mis labios, ansiosas por salir y ser libres. Eso, las miradas fijas, las palabras no dichas, los pucheros de Erin y mis ojos vidriosos. Esos momentos extraños se habían hecho más frecuentes cuando estaba con Erin. Demasiadas palabras por decir quizás. Mucho prólogo para algo muy sencillo. Y al final silencio, siempre.
-¿Estás bien?-. Pregunté. No sé muy bien porque.
-Si-dijo casi en un susurro- Estoy bien. Estamos bien-. Agregó después.
Estamos bien. Me pregunté porque a Erin y a mí nos gustaban tanto las mentiras, quizás porque era a lo que estábamos acostumbradas. Quizás porque la mentira se había convertido en algo seguro, después de todo era todo lo contrario a la verdad. Erin y yo le teníamos miedo a muchas cosas, a la verdad sobre todo.
-¿Me prometes que no vas a llorar?-. No sé de donde se me ocurrió esa pregunta, solo sentí la necesidad de saber que iba a estar bien.
-No-dijo sonriendo, aunque parecía que iba a llorar en ese mismo momento- No si estás conmigo-. Agregó.
Como si fuera algo involuntario me recosté contra la pared y Erin apoyo su cabeza sobre mi hombro, y miramos al cielo. Al final siempre terminamos mirando al cielo. Quizás todos esos colores lindos lo hacían parecer un lugar seguro. El cielo era como el compañero de los solitarios, los enamorados, los tristes. Siempre estaba ahí, y lo veía todo. Y al final, cuando todo salía mal, mirábamos al cielo. Nuestro lugar seguro. Y si las cosas salían bien estoy segura de que también miraríamos al cielo, aunque esta vez no estaríamos solos. Quizás nuestro problema con Erin era que pasábamos demasiado tiempo mirando al cielo y no mirándonos a los ojos. Quizás ese era el problema de todos. Y en ese momento le pedí una señal al cielo, una señal que me dijese que era seguro contarle.
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No Lo Digas En Voz Alta
Novela JuvenilElla era la chica rara según los chicos de mi clase, ella una chica un tanto callada según los profesores, ella era la chica de los ojos tristes según papá. Pero en realidad nadie sabía nada de ella. Ella era la chica que gritaba desde las azoteas...