Capitulo XXX

2.9K 149 53
                                    

Material no apto para menores de edad *Al fin!!* (no se para que lo digo si al final nadie va a hacerme caso :P) <Coincide con el XXX en números romanos :P>

La cama estaba demasiado cómoda. Había sido un día demasiado largo para ambos y no había nada mejor que acostarse a dormir unas cuantas horitas por la noche. Además, mañana era el cumpleaños de Guillermo, tendrían sin lugar a dudas un día muy ajetreado.

Guillermo se hallaba relajado, tendido en su cama y con ambas manos en su vientre calmado. Ya había entrado en la fase terminal del embarazo, faltaban poco más de dos semanas para la fecha en la que le harían la cesárea. No estaba nervioso, más bien con ansiedad, aunque de todas formas el miedo lo abarcaba de pies a cabeza. ¿Sería buen padre? ¿Podría con todo lo que tener un hijo supone? Tenía tantas preguntas en su cabeza y tan pocas respuestas. La relajación que tenía se esfumó en cuanto empezó a hacerse a sí mismo estás preguntas. A la par, sus manos recorrían el vientre enorme que cargaba desde ya hace tanto tiempo, ese que una vez nazca Gala iba a extrañar. Su cabeza estaba malditamente hecha un lío y lo odiaba.

Unos besos delicados y suaves se hicieron sentir en su cuello, haciendo que su mente intente salir un poco de aquella angustia que lo abrazaba. Suspiró, mirando al techo y tratando de solo sentir aquel gesto cariñoso que su novio le estaba dando. El camino de besos fue desde la nuez de Adán de Guillermo hasta su oreja derecha, mordiendo una vez llegó y muy sutilmente el lóbulo de la misma.

- ¿Qué te pasa, cariño? - habló Vegetta, volviendo en un camino de besos y yendo hacia la otra oreja, haciendo a Guillermo suspirar.

- Nada... - mintió, inspirando profundamente y sintiendo aquellos besos suaves que tanto amaba sentir. La barba de Samuel ya no le picaba, se había afeitado aparentemente. No quería abrir los ojos para confirmarlo.

- Dime Willy, sé que te pasa algo. - los besos dejaron de sentirse, cosa que obligó a Willy a abrir sus ojos, a pesar de no querer hacerlo. Sus ojos oscuros se conectaron con los ojos color ámbar de su futuro marido y pudo ver en estos un dejo de preocupación. Odiaba que Samuel se preocupase por él.

- Es solo... miedo. - hizo una pausa, hablando lentamente y fijando su mirada en el para nada interesante techo de la habitación.

- ¿Miedo? - preguntó Samuel, volviendo a besar aquel cuello pálido y con algunos vellos de barba. Cada tanto succionaba con delicadeza, dejando leves marcas en aquella piel lechosa y haciendo a Guillermo suspirar. El muchacho asintió, a sabiendas de que si hablaba era posible que se le escapase un sutil gemido. Los besos en el cuello eran su debilidad. - ¿Miedo a qué? - no es que Samuel no tomase en cuenta las inseguridades del morocho, no, solo que le parecía extremadamente divertido jugar con la excitación y los besos. Amaba verlo sin poder articular palabra alguna.

- A... A no se-ser un buen... padre. - tartamudeó un poco, dejando oír a su voz temblar discretamente. Acomodó su mano derecha en la nuca de Samuel, como invitándolo a que continuase con aquellos besos que lo traían loco.

- Lo serás, Chiqui. - habló Samuel con seguridad. Su boca aún apoyada sobre el suave cuello de Guillermo aún succionaba, todo sin perder aquel dejo de delicadeza y de amor. - Lo seremos. - añadió, volviendo a morder con mucha sutileza el lóbulo izquierdo de Guillermo.

En los pantalones de pijama del menor, que no eran más que unos pantalones finos de chandal, su erección crecía lentamente, haciendo el proceso de excitación menos costoso quizás. Hacía mucho tiempo que no hacían el amor, más de un mes, casi dos desde la última vez. Estaban muy frustrados y con la calentura por los cielos. Era una sensación malditamente odiosa.

Los besos de Samuel fueron bajando muy sutilmente, por las curvas del cuello del menor hasta la parte del pecho que aquella remera holgada, que no era de su propiedad, le dejaba ver. Los ojos de Guillermo permanecían cerrados, disfrutando de la sensación de aquellos suaves y finos labios en su piel. Eran como agua aliviando una quemadura.

Historia de Vida - Wigetta MPREGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora