ÚNICA PARTE

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Duérmase pequeño, duérmaseme ya,
Porque viene el coco y te comerá,
Duérmete mi niño, duérmete mi amor,
Duérmete pedazo de mi corazón.

Ésa era la canción que mi papá siempre me cantaba todas las noches antes de dormir. No puedo comparar cómo me sentía en aquel tiempo. Era algo... Mágico, sí. Tener a tu familia junto a ti, cuidándote, regalándote todo su calor envuelto en amor, envuelto en abrazos y besos. Era lo que más me hacía feliz.

Pero eran abrazos y besos que mi papá nunca más me había vuelto a regalar...

Aquella vez, mientras gritaba y se golpeaba la cabeza con las paredes, se había encerrado en su cuarto a llorar. Nadie sabía las razones del porqué lloraba tanto. Ni siquiera yo sabía el porqué se había encerrado en aquel cuarto que ya era como suyo. No quiso salir más a comer, ni ir al baño... Ni a ver, aunque sea, la luz del sol.

Muchos atardeceres y amaneceres eran los que se había perdido por no querer salir de allí. El cuaderno, donde yo anotaba cada vez que conmigo los veía, tenía tiempo sin que un lápiz marcara una raya sobre el.

Tanto había estado en aquel cuarto, que sentía que lo había vuelto tan suyo, como si las paredes fueran su piel y la puerta su rostro; muchas eran las veces en que mi mamá limpiaba el agua que salía por debajo de la puerta, porque las lágrimas que mi papá lloraba eran muchas.

Una noche, antes de que mi mamá me llevara a dormir -si es que podía-, me había acercado al cuarto en el que mi papá se encontraba. Y allí, frente a la puerta, observé la madera que empezaba a humedecerse, como si adentro todo fuera agua, como si adentro todo fuera lágrimas y dolor. Estaba un poco negra por las orillas, podrida. Parecía que mi propio soplo podría tumbarla fácilmente.

Sin poder aguantarme un poco más, le dije a mi papá, en voz baja y dulce que cuándo pensaba salir de ahí, que quería que me viniera a dormir, porque tenía miedo de soñar con arañas y monstruos.

No probé con abrir porque él había cerrado por dentro, y según parecía, tenía las llaves consigo; nada más me acerqué y pegué el oído a la puerta para poder escuchar algún ruido o alguna señal de que había escuchado mis palabras. Por un momento mi corazón se había alegrado al percibir un murmullo de algo que cada vez se hacía más fuerte, pero al entenderlo, solo me había entristecido aún más de lo que estaba.

−No puede ser... No me puede estar pasando, ellas no pueden estar aquí... Perdónenme... Perdónenme...

¿Qué le habrá pasado?, me pregunté en aquel tiempo. Quería saber la respuesta y a la vez no. Era como si su respuesta me fuese a dañar, convirtiéndome en un globo, que al soltarlo, no haría más que irse volando y perderse en el cielo; mi mamá por aquel tiempo me decía que era mejor que no lo supiese, pero sin embargo, quería saberlo. Sé que, al igual que yo, ella no soportaba la idea de sentirlo sufrir y no poder hacer nada.

En alguna parte leí que eso era impotencia. Impotencia... La repito y me imagino a una cuerda atada en mis pies y en mis manos.

Alejé el oído de la puerta y la observé de nuevo. No sé si me creerán pero, aquella vez vi que la puerta estaba más triste que nunca; me quedé allí un largo rato. Quizás mirando la puerta, quizás pensando en papá, quizás queriendo abrazarlo y darle muchos besitos... o quizás todo junto, como el cereal con leche y fresas que siempre revolvía en mi plato todas las mañanas.

Sin saber qué más hacer, le dije cuánto lo quería y alzando los brazos le demostré cuán grande era mi amor por él.

»Siempre te voy a querer, pase lo que pase, ¿oíste papá? Quiero que salgas pronto, que me vuelvas a ver... Ya he crecido más. He marcado mi estatura en la pared yo misma... También he aprendido a dibujar corazones y a pintarlos de rojo sin salirme de la línea, como siempre me habías dicho...Y a hacer corazones de papel como los que tú hacías... Y a leer... Ay, papá, tengo tantas cosas qué mostrarte. Tanto que contarte... Te extraño mucho... Buenas noches, y que duermas bien, papá...

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⏰ Última actualización: Jan 16, 2017 ⏰

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