Hablaba y hablaba mientras bebíamos las primeras copas de vino. Al principio su charla me pareció interesante. Después dejé de escucharlo. Comencé a imaginarlo desnudo. Sus gestos no decían si era apasionado o no, pero sus manos eran muy masculinas.
En México hacen muchas bromas acerca de los zapatos de los hombres; dicen que si "calzan"grande, tienen el pene grande. Nunca he creído eso. Me gusta fijarme más en las manos: si sus venas resaltan, la forma y el grosor de los dedos, las uñas. "¿Así será su miembro?", me pregunto. Y nunca he fallado. Los hombres tienen una idea más cercana a la realidad cuando ven a una mujer: sus"cualidades" están a la vista. En cambio, a nosotras se nos dificulta saber qué traen escondido; siempre es una sorpresa.
Imaginaba al productorcito encima de mí, o yo encima de él...(Ésa es mi posición favorita, con la que yo tengo el control absoluto no sólo de la situación, sino de la mirada de mi presa sobre mi cuerpo; así no puede pensar en nada salvo en mí.)
No sé de qué carambas hablaba el pendejo cuando me acerqué a servirle más vino, le agarré los cabellos, metí mis dedos entre ellos y lo acerqué a mi boca. Ya no lo solté. Parecíamos un par de imanes cuando se unen. Seguí y seguí; desabroché su camisa y su cinturón. Él me ayudó un poco. Los pantalones cayeron al piso, al tiempo que ocurría lo mismo con mi vestido. Inmediatamente deslicé mi mano hacia mi objeto de deseo... Ahí estaba... listo, esperándome. Me urgía saber qué traía entre las piernas. ¿Qué tal si me salía como el actor?
Lo empujé al sillón y me puse ahorcajadas sobre sus piernas. Tomé su miembro, grande y duro (muy, muy duro), entre mis manos y lo introduje en mi vagina. Había hecho a un lado mi calzón. Quería sentir el pene del productor dentro de mí, comérmelo y mojarlo. No podía esperar a desvestirme por completo. Yo estaba increíblemente húmeda. Cerré los ojos. No quería verlo para no pensar; necesitaba desahogarme. Probó varias posturas. Yo estaba dispuesta a disfrutarlas, no quería perder ni un instante de placer. Ambos estábamos empapados de sudor. Él se detuvo y me sugirió que nos diéramos un regaderazo. Supuse que la fiesta había terminado; me quité las medias, los calzones, el brasier y nos fuimos a la ducha. Nos enjuagamos uno al otro. Él cerró la llave de la regadera. Me arrinconó contra la pared y comenzó a besarme muy despacio. Sus labios y su lengua recorrieron todo mi cuerpo. Cuando llegó a mis muslos yo ya no podía más. Realmente estaba muy excitada. Él agarraba mis nalgas, mientras succionaba cada uno de mis muslos; los mordía, les pasaba la lengua. Poco a poco llegó a mi vagina. Después,con los dedos de su mano derecha abrió mis labios vaginales, introdujo su dedo índice y comenzó a hacer movimientos circulares dentro de mí. De verdad que me gustó. Era una sensación deliciosa...Indescriptible. Yo estaba a mil. Apunto de llegar... El guapo cuarentón se agachó y comenzó a practicarme sexo oral. ¡La gloria! Mis líquidos fluían una y otra vez, al tiempo que de mi boca salían quejidos de placer. Después, mi guapo productor se levantó, me besó en los labios y me volvió a penetrar bajo la regadera. No podía creerlo, aún no había eyaculado. En realidad, pocos hombres tienen la capacidad de aguantar y aguantar tantas arremetidas...
Salimos mojados y nos fuimos a la cama; después de diez orgasmos míos, él eyaculó. Nos tiramos exhaustos sobre las almohadas; ambos bebimos agua mineral.
Bebió el primer sorbo y, como en una súbita reacción química, se incorporó y fue corriendo al sanitario. Pensé que algo le había caído mal antes de llegar a mi casa. El caso es que volvió el estómago. De pronto salió histérico:
—¡Se me fue la dentadura! —dijo.
—¿Cuál dentadura? —pregunté desconcertada.
—Uso dentadura postiza, ¿no te habías dado cuenta?
—¿Y qué pasó? —dije.
Quería entender qué sucedía. Acababa de tener sexo con este hombre y de repente me sale con que se le fue la dentadura. ¿Por dónde? ¿Cuál dentadura? ¿De qué chingados estaba hablando?
Es como cuando te despiertan en medio de la noche y te dicen algo: no entiendes absolutamente nada. Al ver mi turbación, trató de explicarse:
—Nena, uso dentadura postiza, y la parte del maxilar inferior se fue por el escusado. Lo peor es que aún no terminaba de vomitar, cuando jalé la perilla y... ¡Qué idiota soy! ¡Se fue!
—¿Quién se fue?
—¡Mi dentadura!
—¡No mames!
Y me le quedé viendo a la cara, tratando de ver su mandíbula desdentada... ¡Parecía viejito! ¡Puta! ¿Con este ruco tuve un sexo tan...? Puta y más puta.
Quería guacarear todos los besos llenos de cachondería; me urgía limpiarme, bañarme, exfoliarme, remojarme. Guácala.
Tratando de disimular mi asco, le dije, preocupada:
—¿Qué hacemos?
—No sé. Creo que debo llamar a mi dentista —dijo, después de suspirar fuertemente y mirar el reloj; ya era de madrugada—. Voy a tener que cancelar todas mis actividades de mañana; no puedo andar así en la calle.
Se sentó en mi cama. Con una mano se tocaba la mandíbula y metía los dedos de la otra entre su cabello cano. Iba haciendo un recuento de todo lo que tenía que cancelar. Luego de decirse pendejo muchas veces, reparó en que estaba en mi casa y dijo:
—Espero que no tengas problemas...
—No creo; no hay problema.
—Lo siento, qué pena.
—No te agobies, no es nada...
Digo, bueno, se va a remediar, pero pues sí vas a tener que esperar...
En un arranque de sinceridad se le ocurrió platicarme que desde que era joven tuvieron que quitarle los dientes por no sé qué enfermedad y que siempre había usado dentadura postiza. En ese momento, increíblemente, se sacó la dentadura de arriba y me la enseñó. ¡Fue asqueroso! No quise hacer aspavientos; tragué saliva y medio sonreí. Su cara se escurrió como si fuera de cera; lo peor fue que seguía hablando, pero ya sin los dientes. Yo no sabía qué hacer, así que sólo me incorporé y me puse una bata encima. Fui al bañoa darme una ducha y desde ahí traté de seguir la conversación. Yo creo que nunca había quedado más limpia que ese día: me tallé hasta los labios vaginales para que no quedara huella de lo que había ocurrido ese día... Decidió irse, y eso era lo único que yo quería: que se fuera.
Uno o dos meses después, el portero de mi edificio me dijo que los dos vecinos de abajo se habían estado quejando porque a uno se le había tapado el excusado y a la del primer piso se le había inundado la zotehuela cuando estaba lavando; me preguntó si yo había tenido algún problema. Hice cara de asombro y me aguanté la risa.
Llamaron a un plomero para que revisara la tubería. El portero me dijo:
—¿A que no sabe qué era lo que estaba tapando la tubería?
—¿Qué?
—¡Una dentadura! —me respondió con cara de me quiero morir de risa.
—Naaaaaa... ¿de verdad? ¿Cómo fue a dar ahí?
—Nadie lo sabe —dijo, y con cara de suspenso añadió—: es un misterio.
—¡No puedo creerlo! —entonces,mi morbo pudo más y pregunté—:¿Ahí la tiene?
—Sí, venga, se la enseño. Me la enseñó. Pensé en pedírsela y entregársela al dueño, para que tuviera una de repuesto, pero me abstuve. Mi productor ya tenía dentadura nueva. Obviamente, nunca más quise tener sexo con él. Nuestra química sexual se había ido por el excusado, junto con su hermosa sonrisa de porcelana.
Que conste que no me fijo en los zapatos, sino en las manos de los hombres. ¡Pero en las puras putas manos! ¡Debí haberme fijado en los dientes! Chingaos. No puede uno fiarse ya de nada, ni de los zapatos ni de las manos, y menos, pero mucho menos, de los putos dientes.
Continuara...
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Yo zorra, tú niña bien
Ficção AdolescenteLa suerte de la zorra, la niña bien la desea yo zorra, tu niña bien es una seductora novela sobre la rivalidad entre dos medias hermanas, Mariana y Renata, quienes fuero educadas de maneras diferentes por su madre. La mayor Mariana, al ser víctima d...