PRÓLOGO
Nora
Hace tanto calor que la boca se me está empezando a quedar seca.
–Voy a tomar algo, ¿te apuntas? –le pregunto a mi amiga Claire mientras doblo la toalla y la meto en la bolsa.
<<No te está escuchando, lerda>>
Ya tardabas en interrumpirme…
<<Solo estaba esperando la ocasión ideal. ¿Me echabas de menos?>>
¡A un subconsciente nunca se le echa de menos!
Cuando doy por supuesto que mi amiga no me ha oído, le quito uno de los dos auriculares que tiene puestos y le vuelvo a repetir la proposición, a la cual responde con un “no” cansino.
Abandono la playa en busca de algún bar en el que poder beber aunque sea sólo un baso de agua que sacie mi sed. Cuando lo encuentro, me siento en la primera mesa que diviso en la terraza del local, a la sombra.
Tengo que esperar más de cinco interminables minutos para que un camarero se digne a atenderme.
–Hola –sonríe este –¿Qué deseas?
–Una coca-cola, por favor.
El chico joven de pelo castaño y ojos verdes con uniforme de camarero –y con aparentemente la misma edad que yo– apunta el pedido en la libreta, después de secarse la frente sudorosa con el antebrazo. Seguido, desaparece entre todos los clientes.
Desde que mi amiga y yo llegamos hace un par de días a Miami para disfrutar de las últimas semanas de vacaciones antes de empezar la universidad, el calor ha ido en aumento. Cada día es menos soportable y la cantidad de litros que acabo bebiendo siempre es una barbaridad.
Me quedo mirando a la inopia no sé durante cuánto tiempo.
–Buenos días, ¿qué le sirvo? –pregunta… ¿el mismo chico de antes?
<<Parece que el calor le está atontando y no se acuerda que te ha preguntado lo mismo hace un rato>>
Le miro con el ceño fruncido, él no deshace la sonrisa que tiene.
–Ya me has atendido antes.
–No –responde, arrugando la nariz.
Sí… Solo que no te acuerdas, cabeza de chorlito.
–¿Perdón? ¿Me estás tomando el pelo? –digo, confusa.
–Mm… No.
–¿Entonces…?
–Da igual, lo interpretaré como que no te apetece nada –sonríe inocentemente, disimulando su desconcierto.
Guarda el boli en el bolsillo de la camisa y así, sin más, se va.
<<Que raros son todos aquí, ¿no?>>
Pues sí.
Sigo esperando pacientemente a que me sirvan la coca-cola. Como no beba nada en cuestión de segundos me voy a deshidratar.
–Aquí tienes –dice el chico que me ha tomado el pedido anteriormente y el cual se piensa que me he caído de un pino. Es el mismo de las dos veces anteriores… o eso creo.
Deja el refresco sobre la mesa.
Parecer ser que el cansancio me está jugando una mala pasada y, en verdad, no hay dos personas iguales tal y como ven mis ojos. En cuanto acaben las vacaciones voy a ir a la óptica para que me hagan una revisión de la vista. Necesito gafas urgentemente.
Claire
Mi sesión de bronceado se ve interrumpida cuando en vez de sol, hay sombra.
–¿Quién narices ha tapado el sol? –grito, molesta, abriendo los ojos y poniendo en pausa el reproductor de música.
–¡Lo siento, buenorra! –dice el chico que hay frente a mí.
–¡No seas estúpido y apártate! –respondo de mala gana –Todos los surfistas sois iguales –añado, en un grito para que él me pueda oír, al observar la tabla que lleva bajo el brazo y las gotas de agua que caen de su pelo mojado y recorren su torso. Se nota que ha estado haciendo surf y que su cerebro sigue estando inundado de agua…
–¡Y las putas como tú también sois todas iguales! Qué, ¿Cuánto cobras por hora? ¿Tienes esta noche libre?
Monto en cólera nada más escuchar su comentario grosero.
–¿Puta yo? ¡Eso lo serás tú, cacho imbécil!
–Bueno… –da dos pasos hacia mí y clava la tabla en la arena –¿me das tu número o qué? Por cierto –se aclara la garganta antes de seguir hablando –, soy Cameron, Cameron Dallas –Oh, mira qué poco me interesa –Pero seguro que eso ya lo sabes.
¿Saberlo? ¿Cómo demonios voy a saber su nombre si no le he visto en mi vida? Y ojalá pudiera seguir diciendo lo mismo.
Sé que está esperando a que me presente, pero va listo si piensa que le voy a decir mi nombre.
–¿Y tú eres…?
–¿Y a ti qué te importa?
–Encantado, Y A Ti Qué Te Importa –vacilando, me estrecha su mano, pero yo no le estrecho la mía. –Por lo visto hoy te has levantado con el pie izquierdo, ¿eh? –me guiña el ojo. Me limito a poner cara de asco, como si se tratarse de un germen contagioso.
–Estaba bien hasta que apareciste tú –murmuro.
–Eso no es lo que me suelen decir las chicas… –frunce el ceño –Ahora enserio; me gustaría saber tu nombre.
–Lo siento, no hablo con desconocidos.
Me doy media vuelta y me vuelvo a tumbar en la toalla boca-arriba con la música a todo volumen para hacer oídos sordos a lo que el tal Cameron me diga. Le veo mover los labios, articulando palabras que no me molesto en entender.
–¿Has acabado ya? –le pregunto, quitándome nuevamente el auricular.
–¿Si te digo que sí… me dejas invitarte a un helado?
Ruedo los ojos.
–¿Si te digo que no, me dejarás tranquila?
–¿Eso es un sí?
–Es un no rotundo.
Bufa.
Aparto con la mano la arena que él está tirando sobre mi toalla sin darse cuenta mientras no me quita los ojos de encima.
Un grupo de chicos gritan su nombre desde un par de metros de distancia, él se gira y asienta antes de voltearse hacia mí y decir:
–Tengo que irme –agarra su tabla bajo el brazo y camina hacia ellos. Cuando pienso que por fin va a desaparecer entre la multitud de gente que pasea por la orilla, se da media vuelta y grita: –Nos volveremos a ver, buenorra –acompañado por una sonrisa "coqueta" y un gesto extraño que hace con la mano antes de echar a correr.