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Son días nublados en Áfirum, y no lo digo por el clima que impera a lo largo y ancho del reino

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Son días nublados en Áfirum, y no lo digo por el clima que impera a lo largo y ancho del reino. Únicamente, puedo ver un montón de nubes que juegan a disfrazarse de secretos. Estoy convencido de que son verdades no dichas que, tarde o temprano, me llevarán a la desconfianza. Y dudo, como nunca antes, porque quisiera descifrar cada misterio oculto por los demás.

Sí, encuentro dudas, porque mis amigos y yo no tenemos un rumbo. No hay una misión o destino a seguir. Mirando hacia atrás, comenzamos a intuir que la vida no viene con un manual de instrucciones, y, que los extremos, no son buenos. Yo no pedí que los cuatro terminásemos en camino a la nada, huyendo de un peligro latente para mí, en el que se pone en juego la seguridad de todos, y lo peor, por algo que otros buscan. ¿Por ambición o poder? No lo sé.

Creí que el escapar de Áfirum y mis obligaciones con la realeza, sería el inicio de una aventura a todo color. Que con magia yo sería uno y muchos, todo el tiempo. Ahora, sí, soy cambiante, pero a la vez, tan real que ya ni sé quién soy. Talvez lo sepa, pero es difícil sentirme seguro si una bruma de misterios envuelve todo a mi alrededor.

Suficiente. A este drama, le pongo fin hoy mismo. Estoy considerando tirar la toalla, porque a falta de un camino a seguir, no me queda más que regresar al palacio.

—¿Todo en orden? —indaga Evonim por mera formalidad. Es obvio que sabe lo que me ocurre. Además, él tampoco tiene un rumbo, y no sabe si su familia se encuentra bien allá en Ésmerg.

No le respondo a Evonim. Solo aparto la mirada. Por otro lado, Alia, en un intento de apaciguar mi enojo, decide que lo mejor, es apoyar su cabeza sobre mi hombro. Linetta lleva el volante, mientras me observa desde el espejo retrovisor. No quisiera ser malagradecido con ellos, pero ninguno está ayudándome. En especial Linetta Enne, que aún no me da las respuestas que quiero. La cuota mínima de lo que hace semanas necesito saber.

—Linetta —digo su nombre en seco—. ¿Podrías detener el auto?

Ella cumple mi petición. Yo abro la puerta, y enfurecido me bajo del vehículo. Mis pasos sobre el asfalto son rápidos, mas vienen marcados por la indecisión.

—¿Y ahora qué mosca le picó? —Escucho a Alia murmurar.

Evonim y Linetta me siguen, pero la pelinegra lo detiene. Él, de inmediato retrocede y regresa con Alia al vehículo.

—«Cean, tienes que escucharme» —resuena la voz de Linetta en mis pensamientos. Como si su telepatía fuese a cambiar el hecho de todo lo que oculta.

—¡No quiero! —suelto, con la ira a tope.

Ella me alcanza, para enseguida sujetar mis hombros.

—Por favor —ruega, con voz suave.

—¡Basta! —me suelto de su agarre—. No insistas.

—Qué terco eres, Cean.

—Prefiero ser terco, antes que ocultar cosas, como tú lo haces, Linetta. No quiero más excusas, y mucho menos mentiras.

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⏰ Última actualización: Nov 08 ⏰

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