Todos los domingos ella venía a misa.Daba igual que hiciese sol, lloviese o nevase. Ella siempre estaba ahí, en el segundo banco de la izquierda cerca de la imagen de San Juan. Aún me acuerdo de cuando llegué a esta iglesia por primera vez. Al ser un pueblo pequeño y situado entre las montañas las pocas personas que allí vivían era un tanto recelosas y no aceptaban con facilidad a nuevos miembros. Todavía menos si se trata de un nuevo cura. Al parecer el anterior había muerto por una fuerte gripe.
Los primeros días fueron horrorosos.Nadie me saludaba por las calles del pueblo, es más, se escondían en los portales y me miraban y cuchicheaban. Los domingos prácticamente nadie iba a misa. Solo dos ancianas vestidas de negro y una joven. Esa joven que a día de hoy me sigue provocando un ardor en el pecho.
Fue la única que se acercó a hablar conmigo. La primera que confió en mí para confesar sus pecados y sus preocupaciones. Gracias a la joven Cantia los demás fueron acercándose más a mí. En cuestión de seis meses o así fui totalmente aceptado por los habitantes del pueblo.
De eso ya hace 35 años. Yo solo tenía 26 años. Prácticamente había acabado la carrera de teología y me sumergí en las montañas de la cordillera cantábrica donde los pasiegos eran personas peculiares y hablaban un dialecto parecido al español, el cántabro.
No me arrepiento de haber llegado a parar en este pueblo. Durante este tiempo he conocido a gente muy peculiar pero a la vez estupenda. He tenido oportunidad de ayudar a aquellos que lo necesitaban. He aprendido, no solo sobre la religión cristiana y sus valores, sino también sobre el mundo exterior, sobre la agricultura y la ganadería. Nunca olvidaré esos momentos en los que ayudé a recoger la cosecha. Llevé una vida sencilla en el campo. Aunque, por el hecho de ser cura no puedo casarme, nunca me sentí solo pues todos los aldeanos estaban ahí para apoyarme.
Además, no puedo decir que fui el mejor de mi profesión pues me enamoré. Me enamoré perdidamente de Cantia. Todos estos años he pensado que Dios la creó para iluminarme el camino. Nunca pasó nada entre nosotros gracias a que supe mantener las distancias y contener mis sentimientos. Por otro lado, ella estaba casada con el un guardia civil de pueblo y tenía dos maravillosos hijos. Les quise como si fuesen míos. Cantia era una mujer ejemplar y siempre me consideró como un hermano o como decía ella un ángel de la guarda. A pesar de que la amaba y la amo,no puedo quejarme de haber sido infeliz. Nunca he cuestionado mi fe ni mis votos de castidad. Mi vida ha sido plena.
Ahora estoy aquí, en el cementerio del pueblo llorando por la mujer que amo junto con sus hijos mientras su marido está en la taberna. Murió ayer por la noche de cáncer de pulmón. La pobre estuvo sufriendo durante meses y yo estuve todos los días a su lado, al pie de su cama. Le llevaba flores y libros.Hablábamos durante horas de cualquier tema trivial. Su dolor se convirtió en el mío durante siete meses. Por fin descansa en paz mi querida Cantia. Siempre te recordaré querida.
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El rincón de los gatos negros
Short StoryMás de 30 relatos cortos esperan a ser leídos por un apasionado de la literatura y del arte de lo lúgubre. Cada una de las historias es distinta a la anterior. Amor, soledad, muerte y crueldad son muchas de las preocupaciones del ser humano que se e...