El simplón y la boda

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El clima era cálido pero no sofocante, las flores perfectamente frescas y los invitados encantados con lo rustico del lugar, el sacerdote envainado en una sotana blanca con incrustaciones doradas, su voz cálida y pacifica justo como la que se esperaría de un padre experimentado, la novia en un precioso y elaborado vestido de seda y el novio exudaba entusiasmo. Solo faltaban los pajarillos cantando.

Era la boda del siglo.

Lily Morena sonreía ampliamente sosteniendo la mano de su ya casi esposo Tony, quien estaba al borde de derramar lágrimas.

Había sido planeada por meses, se había ahorrado un montón y el momento esperado estaba frente a ellos, Lily se convertiría en Lily Ferrer más que segura de que la aventura los aguardaba; admiraba su anillo era una roca gigante por la que Tony había ahorrado meses de salario, la chica no podía evitar sonreír orgullosa, la amaba tanto.

Claro que Tony seria el esposo especial, era lo suficientemente lambiscón y soso para nunca engañarle y cumplir todos sus caprichos, que importaba si le amaba poco, sabía que compartir su vida con el seria simple y sin tragedias; su madre la había educado bien, a casarse con alguien que la quisiera más que lo que ella a él.

Después de todo era lo más inteligente, Lily había ya amado apasionadamente, ya había tenido sus momentos y estaba convencida de que lo había exterminado de su ser, ese amor la había cambiado y amargado tal vez un poco. Seria fría se propuso en ese entonces, y así de calculada estaba cada sonrisa hacia su nuevo amante.

No era con malicia debería aclarar, simplemente Lily había decidido ser inteligente: amaría a Tony cuanto se pudiera y se decía que tal vez en algún momento un poco más que lo suficiente, sería una buena esposa, le daría hijos y la familia que tanto deseaba. Lo apreciaba y quería hacerlo feliz.

Y que si no lo amaba, el gesto era lo importante, ¿o no?

-Y quien considere esta unión insana que hable ahora o calle para siempre-vocifero el sacerdote, Lily sonrió burlonamente, como sí.

-¡No! ¡No! ¡Simplemente no!

Lily sintió que se le iba el aire e inmediatamente giro reconociendo la voz al momento, Tony la siguió estupefacto. Parado frente a ellos a punto de derrumbarse y enfundado en un traje negro se hallaba David Loren, su ampliamente conocido ex novio.

Y por algo lo era.

La chica hizo una mueca de asco entre su sorpresa, había cosas que nunca cambiarían y una de esas era su odio por las personas dramáticas que arruinaban fiestas, y aun peor cuando se presentaban en semejante estado. David sudaba cual si hubiera corrido un maratón, se postraba frente a todos en la iglesia como si cualquier viento pequeño pudiese derribarlo en un segundo, con tan poco porte, clase. Lily se sentía nauseosa, desde que lo había conocido había sido así de...débil, cosa difícil de imaginar pues su físico era realmente impecable, alto y fornido con piel blanca y casi cristalina, del tipo cuyas mejillas se sonrojan ante cualquier situación, cabello castaño claro despeinado por supuesto y un par de ojos color avellana que hacían tan atrayente su debilidad.

Sí, no había cambiado nada.

Lily trago saliva, David la miraba fijamente y era muy notable lo difícil que le costaba mantenerse de pie, quedaba plasmado en su mirada el miedo e incertidumbre que tremenda declaración le había provocado, ella no podía decir que se quedaba atrás, le era muy difícil reaccionar también.

Pero honestamente, como se respondía a tal situación, esto no era algo que se podía decir pasara cualquier tarde común y corriente.

Común era la clave, Lily sabía que no había hacia donde correr, no podía fingir demencia ante David no después de quedarse boca abierta como estúpida durante minutos después de escucharle. ¿Cómo diablos podía negarlo? Era obvio y casi cultura general.

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