Erin

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¿Alguna vez se preguntaron qué hubiera pasado si no hubieran hecho algo? ¿Si no hubieran dicho algo? O todo lo contrario, ¿Qué hubiera pasado si sí hubieran hecho o dicho algo? Que sería de mi vida si aquella chica con ojos cansados no me hubiera hablado nunca o si la hubiera besado en el primer instante en que supe que quería hacerlo. O si hubiera llorado todas las veces en que quería hacerlo, si le hubiera dicho cuan lindos eran sus ojos y cuan perfecta parecía la vida cuando estaba con ella sin tener miedo a que piense que sentía algo más por ella. No habían películas de amores imposibles suficientes para hacerme creer que valía la pena decirle lo que sentía y arriesgarme a perderla.

Era más sencillo desde ahí, sentada en mi ventana observando todos los pequeños detalles de la noche que solo llamaban mi atención a aquellas horas aunque siempre estuviesen ahí. El viento helado que acariciaba las hojas de los árboles, las flores que se escondían en el jardín de papá, la luna llena que inundaba las cuatro paredes de mi habitación, las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas. Erin, vos siempre llorando por todo, supongo que era un defecto. Definitivamente era un defecto, nadie normal llora por mirar al cielo nocturno. Siempre me había sentido cómoda en la noche. Imaginé un universo paralelo, con una Erin sentada en su ventana llorando, una Erin más audaz que se animase a tomar el teléfono y llamar a Cassie para preguntarle si ella también lloraba por la madrugada. Para hablar por horas o no decir absolutamente nada, escuchar la cálida voz de Cassie que de vez en cuando preguntaba si ella seguía ahí. Aunque seguramente Cassie (y cualquier otra persona normal) se encontraba durmiendo a esa hora. Me parecía tan trágico pensar que mientras alguien no dormía por pensar en otro ese otro dormía placenteramente. Me parecía aún más trágico saber que yo siempre seria la que iba a extrañar. A veces me encontraba extrañándola aunque se encontrase sentada al lado mío, siempre tan metida en su mundo, un mundo tan distinto al mío. Las películas de amor siempre muestran el lado perfecto de las cosas, donde la chica le cuenta al chico que está enamorada y el siente lo mismo. Nadie hablaba acerca de aquel sentimiento de soledad, o de que pasaba cuando el chico no sentía lo mismo y la chica dejaba de dormir, y no tomaba sus pastillas o un día tomaba demasiadas y salía en el periódico local como "Amada hija y muy apreciada por sus amigos".

Media hora después logre dormirme, soñé con nosotras. Era un mundo más lindo, estábamos muy lejos de esta ciudad y de toda la gente que nos había lastimado. Ya no me mirabas de lejos, ya no me besabas con risas. Y aunque te seguía encontrando en cada canción o libro que leía no hacía que falta que te extrañe, porque siempre estabas al lado mío. En la mesa de la cocina, o en el balcón mirando a las estrellas. Teníamos un departamento en el centro de una ciudad hermosa, una de nuestras favoritas de todas las que habíamos visitado, Paris o Londres quizás. Éramos más que amigas, más que todo, éramos almas gemelas. Éramos nosotras mismas sin una pizca de miedo, lo supe cuando nos vi bailando en la cocina a la madrugada o paseando por las calles agarradas de la mano debajo del cielo estrellado, tu favorito. Teníamos una colección interminable de nuestros libros favoritos, polaroids en las paredes, y siempre había música sonando en nuestra casa. Yo preparaba el desayuno todas las mañanas  y vos me observabas con un libro entre tus manos o me dabas un beso en la mejilla. Nuestra historia era de película, siempre lo iba a ser.

Apagué la alarma que había disuelto  mis sueños, aún era algo temprano. El sol se colaba en la habitación que ya no se encontraba a oscuras, recordé mis sueños, no me sentía mal, había sido tan real. Me arregle para ir al colegio como lo hacía usualmente, desayuné con mis padres y les roge que me dejasen ir caminando, les dije que necesitaba tomar aire o algo así. Me dejaron. El aire parecía cambiado esa mañana, más puro. Caminé las pocas calles que me separaban del colegio, y como aún era temprano me hamaque por un buen rato en un plaza cercana al colegio. Era como volar. Llegué al colegio y deje mis cosas como siempre en el casillero, no me escondí de Cassie y sus amigas, y sus comentarios graciosos acerca de mí. Las tres primeras horas de clase pasaron rápido y sin rastro de Cassie. Y cuando la vi, sentada en nuestro lugar recordé mi sueño. Me acerqué lentamente y me arrodillé a su lado, me miró con los ojos iluminados y me sonrió.

-Cas- dije- ¿Del uno al diez cuantas ganas tenés de estar acá?

Su expresión cambio.

-Cero- dijo como si fuera algo obvio.

-¿Entonces?- dije levantándome- Vamos a otro lado. Me miró confundida.

-¿Qué? ¿Acaso me estás diciendo que nos saltemos una clase?- dijo parándose a mi lado. Afirmé- Erin, ¿por qué hoy?

- Me desperté de buen humor supongo- Sonrió.

-¿Y a donde iríamos pequeña rebelde?- dijo enderezándose, Cassie era un poco más alta que yo.

- A cualquier lado- dije dando un paso adelante. Cassie me miraba fijo con una sonrisa traviesa en sus labios.

-¿Y qué haríamos?- dijo, esta vez ella se acercó más.

Bajé la mirada y sonreí.

-Lo que queramos Cassie, no hay límites. Se rió y se alejó de mí, no quería que lo haga.

Salimos por la puerta trasera del colegio sin dejar rastro de nuestra presencia. Nos montamos en el tren con destino a ningún lado, el vagón estaba vacío, bailamos durante todo el viaje de ida. Caminamos por las calles de la ciudad como si solo se tratase de nosotras dos, nos hamacamos por largas horas y nos tiramos desde el tobogán más alto del parque. Corrimos hasta quedarnos sin aire y escuchamos nuestras canciones favoritas recostadas debajo de la sombra del sicomoro. Me sonreíste más de siete veces y yo creo que nunca deje de sonreír. Te mostré algunos de mis dibujos y mis poemas.

-Me gustaría que este día no termine nunca- dijiste.

Parecía un sueño aunque esta vez no lo fuera. Dejamos nuestra marca en un árbol, tallaste cuidadosamente una c y una e encerradas en un corazón. Y ahí fue debajo de aquel árbol viejo, mientras atardecía que me pediste que cante una de tus canciones favoritas y te recostaste en mi hombro como haces a veces. Nuestras manos demasiado cerca que se rozaban. Cerré los ojos y sentí que tratabas de agarrarme la mano. Tenías miedo Cassie, y yo también pero lo hiciste. Abrí mis ojos y trataste de correr tu mano.

-No me molesta- te dije. Y no me soltaste.

El cielo pasó de estar azul a estar violeta, al igual que nosotras. Esa tarde parecía no terminar nunca y eso me encantaba. Terminaba de hablar y vos siempre encontrabas un nuevo tema de conversación, y si no hablamos la música llenaba el silencio. Caminamos tomadas de la mano hasta la estación de tren, te recostaste en mi hombre durante todo el viaje de vuelta y nunca me soltaste la mano. Caminamos hasta mi casa, te invite a pasar pero me dijiste que se te hacia tarde. Nos miramos un buen rato antes de que te vayas. Con el uniforme desprolijo y el cuaderno con los tickets del tren y las polaroids debajo del brazo. No sabíamos cómo despedirnos. Me acerque a vos y te di un abrazo fuerte. Me escondí en tu cuello, en tu aroma a rosas.

-Gracias por hoy- dije- Me hacía falta.

- Fue tu idea Erin- dijiste entre risas. Me reí. Te solté. Estaba nerviosa. Mi cuerpo ardía en llamas, mientras mi mente me decía que me tranquilice. Vos no, todo lo contario.

-Nos vemos mañana- dijiste antes de irte. Y me diste un beso en la mejilla, no me lo esperaba.

Cassie Rode, ¿Me das un beso y te vas así como así? Y si hace cinco minutos mi cuerpo ardía en llamas ahora estaba helado. Petrificada, así estaba. Recordé el momento, tu beso no fue cualquiera, estabas demasiado cerca y me besaste lentamente. Suspiré cuando comprendí lo que acababa de pasar. Todo. El día entero. Cada segundo. Cada segundo era suficiente para determinar que sí, definitivamente, Erin Griffing estaba irremediablemente enamorada.  

No Lo Digas En Voz AltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora