El árbol del zombi ahorcado

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El árbol del zombi ahorcado

Es curioso como un lugar puede tomar protagonismo en la vida de las personas, como un paisaje se aferra a nuestras retinas y nos hace recordar buenos y malos momentos.

Para Cler, ese lugar carismático era aquella pradera, aquel paradisiaco montecillo de verde y mullida hierba, coronado por un gran sauce de ramas gruesas y adorno putrefacto.

Hacía ya más de cinco años que por el pueblo de Wennitown corría la historia del árbol del zombi ahorcado. Salió en los periódicos aquel suceso: un hombre joven se ahorcó después, dicen, de la mordedura de dichos seres; se puso una soga al cuello para terminar con su vida, pero antes de morir su cuerpo se transformó, quedando colgado de por vida como vulgar manzana podrida. En varias ocasiones intentó bajarse, pero su escasa fuerza e inteligencia obraban en su contra.

Las autoridades pensaron en un primer momento bajarle y terminar con su no-vida, pero el pobre muerto viviente no hacía daño a nadie allí subido, así que seguía colgado a espera de un mejor destino, quizás una cura para tal enfermedad.

En un macabro juego, Cler y su nuevo amigo Eugene fueron a visitar al zombi ahorcado. El paisaje que rodeaba aquel ser era realmente sobrecogedor, de una belleza abrumadora; por lo tanto y como si de un ritual se tratara, los dos jóvenes terminaron por hacer de aquella pradera y de la sombra de aquel árbol, su lugar de encuentro.

Con el tiempo la amistad se transformó, dando paso al amor y posterior unión entre los dos muchachos. Quedaban todas las tardes bajo el zombi colgado, leían libros en voz alta y los dos amantes compartían suculentos picnic. Llegó el momento de formalizar su relación y qué mejor lugar para hacerlo que aquel sitio que conocía tanto de ellos.

La boda fue intima, el altar se sitúo a los pies del balanceante no-muerto, y los escasos invitados se fueron acostumbrando a la visión de aquel cuerpo desecho poco a poco.

La vida sigue, continúa, la feliz pareja el día de su tercer aniversario, quedó bajo su árbol para tomar la merienda como era costumbre. Ese día Cler llegó antes que su marido y tras saludar a su amigo zombi, esté empezó a moverse violentamente. No era la primera vez que lo hacía, pero tal eran los envites y latigazos del pobre despojo, que sus mugrientas ropas empezaron a ceder;  pequeños trozos de tela desgarrada, briznas de carne putrefacta y alguna que otra baba, llovieron sobre la sorprendida Cler que, miraba extrañada el comportamiento exagerado del engendro.

Entre todo aquello que le había caído encima, algo llamó su atención, una especie de papel amarillento y doblado cuidadosamente, que se había deslizado del precario y descosido bolsillo del bicho en cuestión.

Era una carta de amor, un pequeño retazo de sentimientos que el anterior hombre que habitaba en el cuerpo del ahora zombi, había plasmado con evidente dolor y lagrimas. En aquel pedazo de corazón de tinta, las palabras vertidas estremecieron a la dulce Cler, que sin poder evitarlo empezó a llorar por la empatía que ahora le causaba el infortunado zombi.

Cler nunca antes se planteó el porqué de su decisión para colgarse, suponía fuese por la infección, pero al parecer no había sido así.

Eugene no supo de la carta, Cler la guardó dentro de su abrigo e intentó disimular el estado de tristeza que el hombre antes del zombi le había despertado.

Eugene hacía tiempo que notaba algo extraño en Cler, las visitas al sauce se multiplicaron, su esposa mencionaba al dichoso zombi demasiadas veces en sus conversaciones, e incoherentes celos amenazaban con rellenar la sesera de Eugene.

¿Cómo tener celos de un maldito y condenado monstruo? Se preguntaba Eugene sintiéndose estúpido. Pero cada vez lo veía más claro, Cler sentía algún tipo de simpatía por él. Aquel en principio insignificante recelo fue creciendo, enraizándose dentro de sus tripas y turbando su mente, hasta el punto de creer necesario tomar cartas en el asunto. Pensó que lo mejor sería deshacerse de aquella aberración lo antes posible.

La noche en la que Eugene tomó la decisión, Cler pronunció en sueños al desecho ahorcado. Sacado de sus casillas el celoso marido agarró un afilado cuchillo y fue en busca del desgraciado para terminar con el asunto de una buena vez.

Estando frente a él, comprobó que no podría hacer que su mujer volviera a quererle de la misma manera, aunque terminara con la “vida” de aquel ser, puesto que ella sentía algo intenso. Así que acercó su cuello a la visceral y podrida boca del colgado, dejando que lo mordiera fuertemente.

Eugene cayó al suelo, tras varias horas de convulsiones y espasmos, su cuerpo había sido totalmente infectado por el virus, transformándole en uno de ellos.

Encaminó sus pasos hacía su casa, para por fin ver a su querida Cler y ofrecerle su alma ahora inmortal.

Conforme pasaban los minutos, la necesidad de comerse un cuerpo humano aumentó, decidiendo atacar a varias personas que tuvieron la mala fortuna de cruzarse con él en el camino.

Se desató un gran revuelo a su alrededor y después de varios intentos fallidos por escapar de la muchedumbre, Eugene terminó muerto a manos de las autoridades, unos policías que le desmembraron con hachas y mazas.

— Tienes que aprenderte primero la letra “a”, no quieras avanzar tan rápido, cariño, así no llegaremos a ningún sitio—  decía Cler mirando al zombi colgado, mientras sujetaba una cartilla de preescolar abierta entre sus manos— Venga, deja de emitir esos alaridos y empecemos de nuevo, después de tres meses ya deberías saber pronunciar al menos las vocales correctamente.

Y dejando el vaso de leche junto a las galletas de chocolate, su merienda, se dio la vuelta sobre el tapete de cuadros rojos y blancos en el que estaba tumbada, para seguir con la lección logopeda.

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⏰ Última actualización: Mar 03, 2012 ⏰

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