Inspira hondo, sorbiéndose la nariz y llenándose del perfume de la vegetación a su alrededor. El aire está húmedo, producto de la lluvia de la madrugada. Ella se soba los brazos, cubiertos por una fina rebeca azul turquesa, luchando por entrar en calor. Arruga la carta que tiene en una de sus manos, poco le importa.
Se sienta en el primer banco que encuentra libre y lo suficientemente seco como para no ensuciarle la ropa. La falda de su vestido blanco de corte princesa cae delicadamente sobre el asiento, formando un manto a su alrededor. Con el dorso de su mano, se limpia las mejillas, bañadas en lágrimas, arañándose la piel en el camino con una de sus pulseras plateadas. No sirve de nada. Sus ojos continúan lagrimeando, empapando su piel.
Se esfuerza en respirar, concentrándose en cada inspiración y cada espiración, esperando relajarse, que la angustia pase. No funciona. Intenta esforzarse en mirar a su entorno, esperando que la distracción la tranquilice. Automáticamente, las cuatro torres de Cuatro Torres Business Area llaman su atención. Las ventanas de los edificios centellean ante el sol de la mañana. Un sentimiento de insignificancia la invade, al sentirse minúscula, casi liliputiense, en comparación con los sublimes edificios. Ellos llaman la atención de cualquiera que pase. Es imposible no observarlos, tanto si gusta como si no. Ella, en cambio, no puede sentirse más inservible, inútil y olvidable. Parece que en cualquier momento va a fundirse en aquel banco y a desaparecer.
La gente que pasa a su alrededor ni siquiera la mira de soslayo. No es que ella quiera ser objetivo de miradas de lástima, pero se siente tan invisible...
La brisa remueve las hojas secas, producto del otoño. Algunas se amontonan en torno a sus pies, que están tan inmóviles sobre el suelo que parecen haberse pegado a él. Como si un imán bajo ella la atrajera, la obligara a quedarse inmóvil en aquel lugar como una simple y olvidada estatua. Abandonada a su suerte. La brisa intenta arrebatarle la carta que aún mantiene en su mano. Aunque desearía que ésta desapareciera, la mantiene firmemente sujeta en su puño. Está tan arrugada que las letras se confunden, pero poco le importa. Se sabe de memoria su contenido. Puede repetirla coma a coma, palabra por palabra, letra a letra, sin fallar. La ha leído demasiadas veces desde que la recibió..., como para no hacerlo.
Estimada Naira Bencomo Daute:
En primer lugar, deseamos agradecerle su postulación para la beca de carácter autonómico para la incentivación de la danza contemporánea en la cultura de la Comunidad de Madrid, otorgada por nuestra organización cultural.
Tras una detallada evaluación de su prueba, lamentamos informarle que no podemos otorgarle la beca. No obstante, debido a que estuvo entre los finalistas, mantendremos su currículum por el periodo de un año, hasta la llegada de la próxima convocatoria.
Gracias por su interés en nuestra organización. Le deseamos mucho éxito.
Agata Alonso Anaya
Directora ejecutiva de la Organización Cultural Martha Graham
Naira quiere botar la carta, dejar que se la lleve el viento. Quizás así su pena se esfume. No obstante, parece estar pegada a su mano. Es incapaz de relajar su puño y dejar que todo se vaya. Como un lastre.
Un mechón de cabello pelirrojo se suelta de su recogido alto, interponiéndose frente a sus ojos. Lo coloca tras su oreja, en un ademán molesto, aprovechando para limpiar las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas como cataratas.
Ella siente en su pecho que lo había dado todo en aquella audición. No es que hubiera sucedido un accidente como que se rompiera su vestido o que el parqué del suelo estuviese tan pulido que fuera imposible bailar sobre él; no se había resbalado, ni trastabillado, impulsada por los nervios. Todo había sido perfecto, con la exactitud de un reloj. Entonces, ¿por qué? ¿Qué había hecho mal? Esa pregunta ronda su mente sin descanso.
Su mente y su corazón son un batiburrillo caótico, totalmente sin sentido. Tan desorganizados que no sabe qué hacer para poner fin a su dolor. No sabe ni por dónde empezar. La tristeza empaña sus ojos marrones, haciéndolos ensombrecer. Pero no tiene descanso para sumirse en su pena. Otros sentimientos la consumen. La indignación. La frustración. La furia. Sentimientos extraños para ella, la confunden, la atormentan. Ella no había hecho nada mal. Entonces, ¿por qué?
Coge la carta con su otra mano, decidida a destruirla, partirla en dos. Lo intenta. Sus manos están pálidas por la tensión, pero se siente incapaz. En sus manos, el papel, en lugar de ser frágil, es duro como el diamante. Como si al partir la carta en dos, todo su sueño desapareciera con ella.
Escucha una balada invadir el aire tranquilo del parque, sacándola de su trance. Busca su procedencia, olvidando momentáneamente su dilema, encontrando a una banda de artistas callejeros. No estaban allí cuando ella se había sentado en el banco. Sin embargo, allí están. Una mujer baja, de rebeldes rizos morenos, tocando la trompeta; un muchacho larguirucho y lampiño con un violín; un hombre de rebeldes rizos rubios al teclado; y una mujer castaña y de grandes ojos verdes con la guitarra. La madera barnizada tiene la silueta de un gato negro grabada.
Ninguno canta, solo dejan que los instrumentos hablen por ellos. La balada es tranquila y suave, sin embargo, todos ellos ríen. Se observan entre ellos, cómplices. La melodía mece a Naira como una nana. Sin darse cuenta, las lágrimas de dolor, humillación y rabia se detienen. Se deja acunar, recordando con nostalgia la forma en que ella bailaba con su madre, siendo apenas una niña. Su sueño, su todo, había empezado tan sencillamente porque ella disfrutaba bailando con su madre, dejando que su cuerpo expresara lo que no podía con las palabras. Sin coreografía, solo con sentimiento. La música y la jovialidad de la banda le recuerda esos momentos, rememorándole la naturaleza real de su sueño. La melancolía la invade.
Casi sin darse cuenta, el papel de carta, que tan duro e irrompible se le había hecho, se rasga con una facilidad pasmosa. El crujido del papel al romperse, en lugar de convertirse en una cadena de culpabilidad, la libera. Por primera vez, el ejercicio de inspirar hondo realmente la relaja. El peso que había sobre sus hombros desaparece con cada respiración. Despedaza la carta en pequeños trozos y deja que la brisa se los lleve.
Según los restos de la carta desaparecen de sus manos, también lo hacen las preocupaciones de Naira. Se olvida de todos los lastres que la atosigan. La obligación de triunfar, de sobresalir y ser una estrella. Recuerda lo que la llevó por ese camino, las tardes bailando con su madre, sin necesidad de nada más que la radio sonando en el salón de su casa. No había que planificar, que constreñir. Solo que vivir, que disfrutar.
Olvidándose de todo, sumergiéndose en la pureza de los recuerdos, viviendo y recreándose únicamente en su amor por la música y el baile, Naira se levanta. El imán que mantenía sus pies enclaustrados al suelo desaparece. Ella se siente flotar. Casi juraría que puede volar. Se acerca a la banda, caminando con lentitud, como si con cada paso sus pies se acomodaran a una nube. El violinista, sonriente y bailarín, se acerca a ella. Sin darse cuenta, Naira le corresponde la sonrisa y comienza a bailar al son de la música. Disfrutando como una niña, libre al fin.
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Libre
Short StoryPorque se restringe, preocupada por el peso de las expectativas sobre sus hombros, y se olvida de ser libre.