capítulo 10 (parte 3)

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La madre de Julia se echó a llorar,
desconsolada y sin energía.
—Llévatela dentro —les sugirió la
señora Ebner a Julia y a Axel—. Vuestra
abuela está en el salón, sentada junto al
teléfono por si llama la policía.
Gaby y Thorsten los siguieron hasta el
interior de la casa.
—Hola, abuela —saludó Axel a la
anciana, abatido—. ¿Por qué no sales a
estirar las piernas y dejas que Julia se
siente junto al teléfono? Tiene que
llamar a la comisaría.
A Julia le temblaban las manos al
marcar el número de teléfono.
—Hola, llamo por el caso de Anne
Kandolf, la... niña desaparecida —
balbuceó—. ¿Podría hablar con el inspector Spitzer, por favor?
Cuando la pusieron en espera, le sonó
el teléfono móvil: era un mensaje de
Michael.
—Mierda, ya ha llegado a la parada
de autobús —masculló mientras le
enseñaba el mensaje a Gaby—. ¿Podrías
ir a recogerlo? No sabe dónde vivo y
prometí quedar con él allí.
—No te preocupes. —Su mejor amiga
esbozó una débil sonrisa y salió del
salón.
En ese momento, se interrumpió la
música de espera y respondió el
inspector:
—Spitzer —resonó su voz.
—¿Inspector? Soy Julia Kandolf.
Acabo de estar en el bosque con mis amigos y hemos encontrado una
horquilla de Anne. Creemos que la
perdió cuando quedó allí con Andreas
Mittelmayer, aunque no recuerdo si la
llevaba puesta esta mañana. También es
posible que la perdiera días atrás.
El inspector Spitzer suspiró.
—La verdad es que estaba a punto de
llamarlas. El asunto no tiene buena
pinta: Andreas Mittelmayer no nos ha
dicho nada y mantiene que no ha visto a
Anne en su vida. No hemos encontrado
ni una sola pista de la presencia de Anne
en su casa, ninguno de sus vecinos
recuerda haberlos visto juntos, en la
agenda del teléfono de Andreas no
consta el número de la niña y tampoco
hay rastro de mensajes enviados a su móvil, así que no se puede probar que
hayan estado en contacto telefónico.
Como no disponemos del móvil de su
hermana, no podemos usarlo como
prueba.
Julia tragó saliva.
—¿Qué quiere decir?
—Digo que no tenemos derecho a
seguir reteniéndolo. No puedo mantener
detenido a alguien simplemente por el
diario y los dibujos de una niña. —El
inspector Spitzer bajó la voz—. Mire,
pasará aquí la noche. Oficialmente solo
puedo enviar a agentes en busca de un
niño desaparecido pasadas veinticuatro
horas, pues, en la mayoría de las
ocasiones, los niños que se escapan de
casa regresan antes de ese periodo y ya no es necesaria nuestra colaboración.
No puedo hacer nada por ustedes de
momento, pero la cosa será distinta
mañana por la tarde. Por desgracia,
Andreas Mittelmayer quedará en
libertad mañana a primera hora.
—¡No puede ser verdad! —exclamó
Julia—. ¡Podría hacerle daño antes de
que puedan siquiera encontrarla! —
Todos los que estaban en el salón la
miraron, estupefactos.
—Entiendo su preocupación, pero, por
desgracia, no puedo cambiar la ley. De
hecho, ya estoy saltándome las reglas al
dejarlo encerrado hasta mañana. En
condiciones normales ni me lo
plantearía, pero, al estar involucrada
una niña pequeña, estoy haciendo todo lo posible por ayudarlas. Y seré franco
con ustedes: no me creo lo más mínimo
a ese chico, pero no puedo basar mis
decisiones en la intuición. Tengo que
regirme por la ley.
—¿Al menos podría enviar a uno de
sus agentes para que vigile la casa de
Andreas una vez que lo pongan en
libertad? —propuso Julia, desesperada.
—No puedo. Sin pruebas, no hay
razón para mantenerlo bajo vigilancia.
Pero usted puede vigilarlo
personalmente; no se lo voy a impedir.
Julia dio las gracias entre dientes al
inspector, quien prometió llamarla la
tarde siguiente, antes de colgar el
teléfono.
Thorsten se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.
—¿Qué ha dicho?
Julia les comunicó estoicamente lo que
le había dicho el policía, tras lo que su
madre y su abuela palidecieron aún más.
Axel apretó los puños.
—Increíble. Pues nadie me va a
impedir vigilar a ese pedófilo enfermo
día y noche —gruñó.
—Cuenta conmigo —dijo Thorsten—.
No me puedo creer que lo vayan a
soltar.
—Tienen que hacerlo —masculló de
manera inexpresiva la señora Gunther
—. Uno es inocente hasta que se
demuestre lo contrario. La policía no
puede ir por ahí deteniendo a todo aquel
que haya sido acusado de delito. — Parpadeó y, enérgicamente, se levantó
de la silla y se fue a la cocina.
Julia se dirigió a su abuela:
—¿Ha llamado ya a papá? —
pronunció.
La mujer negó con la cabeza.
—Todavía no. Quería esperar a la
respuesta de la policía. Si quieres puedo
llamarlo ahora.
En ese momento se abrió la puerta y
apareció Gaby, acompañada de
Michael.
—¿Qué ha pasado? —preguntó
preocupada mientras contemplaba el
círculo de pálidos rostros de la sala.
Michael, de inmediato, corrió hasta
Julia y la abrazó con ternura.
—Lo siento muchísimo —masculló— Gaby me lo ha contado todo.
—La policía no va a comenzar la
búsqueda hasta mañana —dijo Julia
entre sollozos, incapaz de contener las
lágrimas una vez que hubo llegado
Michael para consolarla—. No le han
sacado nada y mañana por la mañana lo
pondrán en libertad.
Gaby abrió los ojos como platos.
—¿Van a esperar hasta mañana? ¿Por
qué? Si saben que Anne no se ha
escapado de casa.
—No, no lo saben —respondió Axel
—. Se fue por su propia voluntad: se
inventó una excusa para escaparse al
bosque y nadie la obligó a hacerlo. Odio
tener que admitirlo, pero estamos bien
jodidos. —Ni hablar —dijo Thorsten con
vehemencia—. Podemos volver al
bosque y buscar a Anne nosotros
mismos.
Michael levantó la vista y la fijó en
Thorsten.
—¿Crees que sigue allí?
—¿Dónde si no podría estar? Cuando
la policía registró la casa de Andreas,
no encontró nada.
—Y, entonces, ¿por qué no la vimos
por allí cuando peinamos el bosque
antes? —le echó en cara Gaby.
Thorsten se quedó mudo.
—Podría estar... en el suelo —dijo al
fin, con un gesto de incomodidad en el
rostro.
Julia se estremeció. —¿Qué quieres decir?
—No penséis lo peor. Podría haberla
sedado y escondido en alguna parte.
—Tras una puerta —masculló Gaby,
pensativa—. Tras esa puerta que aún no
hemos encontrado: la entrada sobre la
que escribió.
Michael se levantó con decisión y
miró a Axel y a Gaby.
—¿Podéis llevarme al lugar en el que
descubristeis la horquilla? Si Anne
sigue por allí, la encontraremos.
Todos lo miraron sorprendidos.
Parecía decidido, tanto que no tuvo en
cuenta la posibilidad de fracasar en el
intento. Julia lo observó con el ceño
fruncido, pero no se atrevió a comentar.
Era maravilloso que hubiera ofrecido su ayuda desinteresada, ya que la policía
no podía actuar hasta el día siguiente.
Cuando Julia se levantó, se dio cuenta
de lo débil que se sentía tras la
descorazonadora charla con el inspector
Spitzer. Michael le tomó la mano y se la
apretó para infundirle ánimos.
—Te ayudaré —susurró—. Anne
aparecerá.
Diez minutos después, se volvió a
adentrar en el bosque un grupo de siete
personas, del que formaban parte, en
esta ocasión, la madre de Julia, la madre
de Thorsten y Michael. La abuela de
Julia se quedó en casa para esperar a
Anne, por si aparecía.
—Vamos —dijo Axel, que encabezaba
el grupo con Gaby a su lado. Los seguía Julia, acompañada de su madre. Tras de
sí, oía la conversación entre Thorsten y
Michael.
—¿En qué dirección fuisteis cuando la
buscasteis antes? —preguntó Michael.
—Axel y Gaby se dirigieron al este —
respondió Thorsten— y se adentraron
bastante en el bosque. Según Julia,
llegaron a la zona en la que no hay
ningún sendero.
—Vale, la conozco. —Michael hizo
una pausa—. La gente no suele ir por
allí.
Julia aguzó el oído. ¿Cuánto tiempo
había pasado Michael en el bosque,
exactamente? Parecía conocer hasta el
último detalle del lugar, así que no
puedo evitar pensar en la persona que  había sido antes, en el instituto y en
clase: no era el típico amante de la
naturaleza, precisamente. ¿Cómo sabía
todo aquello? Había algo que no le
cuadraba.
Miró hacia atrás para contemplarlo:
seguía hablando con Thorsten, pero, de
algún modo, Michael notó que Julia lo
observaba y él la miró con una sonrisa
tranquilizadora. Aquel gesto tierno y
auténtico le dio fuerza y, por un instante,
Julia se olvidó de todas las preguntas
que le pasaban por la cabeza. Michael
estaba allí, con ella, para protegerla y
ayudarla. Estaba enamorado de ella, así
que todo iría bien: se estaba
preocupando en exceso.
Volvió la vista hacia delante, tras lo que su madre le puso una mano en la
espalda y le acarició el hombro.
—Parece un chico majo —le dijo con
una leve sonrisa—. Siento no poder
alegrarme por ti en estos momentos.
Julia se mordió el labio.
—Ay, mamá. —Se agarró al brazo de
su madre y prefirió no decir nada más.
Después de caminar durante cuarenta
minutos, llegaron al lugar donde habían
encontrado la horquilla. Gaby y Axel
miraron a su alrededor, indecisos.
—Este es el lugar —afirmó Axel,
lanzándole a Michael una mirada
inquisitiva; al fin y al cabo, fue él quien
pidió que le llevaran allí.
Michael asintió y caminó lentamente
hacia delante, acariciándole el brazo a Julia al pasar junto a ella. Luego dio
unos cuantos pasos hacia la izquierda,
hasta alejarse del grupo, para acabar
parado frente a un roble joven. Entonces
cerró los ojos.
En el silencio, se agachó y puso las
manos en el suelo, junto al árbol.
Cuando Julia contempló lo que estaba
haciendo, un escalofrío le recorrió el
cuerpo entero: le recordaba al modo en
que ella solía sentarse bajo su roble,
como si se estuviera conectando con las
raíces bajo la superficie terrestre, como
si pudiera sentir lo que sentía el roble.
Michael estaba haciendo exactamente lo
mismo en ese instante: era evidente que
estaba hablando con el bosque.
De pronto, Michael se puso en pie. —Por aquí —dijo en voz baja y se
adentró en el bosque sin dudarlo,
seguido del resto de grupo.
Julia aceleró el paso para llegar a su
lado.
—¿Cómo lo has...? —tartamudeó—.
¿Sabes si...?
—Sigue viva —le dijo mientras le
tomaba la mano, como había hecho
miles de veces antes—. No te
preocupes.
A pesar de sus palabras, Julia no pudo
contener la creciente ansiedad a medida
que caminaban y se adentraban en lo
profundo del bosque. Cuando Michael
se frenó al fin, se encontraban en un
pequeño claro junto a un grupo de
abetos y las ruinas de una vieja cabaña.
—¡Fijaos! —exclamó Thorsten,
sorprendido—. Antaño sí que existió
una casa de verdad aquí. —Miró a su
alrededor—. Pero no hay ni un solo
rastro de una puerta.
—Anne está muy cerca —dijo
Michael en voz baja antes de mirar al
cielo y ladear la cabeza, como si
escuchara atentamente—. Está bajo
tierra.
La madre de Julia aspiró sobresaltada.
—¿Cómo? ¿No habías dicho que
estaba viva?
El joven asintió.
—Y lo está. No ha muerto.
—Un agujero o una zanja —masculló
Gaby, ausente, y le dio un codazo a Axel
—. ¿Ves signos de excavación?
Axel, Gaby, Thorsten y la señora
Ebner comenzaron a rodear las ruinas de
la casa en busca de pistas o signos de
haber excavado. Julia no se separó de su
madre en ningún momento: la señora
Gunther parecía traumatizada y las
lágrimas le recorrían el rostro a pesar
de la confianza que trataba de infundir
Michael.
Observó cómo el grupo no cesaba en
su búsqueda, con la excepción de
Michael, ausente, apoyado en uno de los
abetos. Julia lo miró fijamente y se dio
cuenta de lo distinto que era al resto en
ese preciso momento. Le recordaba a un
vidente que había visto en televisión y
que ayudaba a la policía a encontrar a
personas desaparecidas. ¿Por qué estaba Michael tan seguro de que encontrarían
a Anne allí? Tenía la certeza de que
estaba relacionado con su accidente y el
golpe en la cabeza; así había obtenido el
don de la clarividencia.
Lo contempló alejarse del árbol,
arrastrando los pies como un sonámbulo.
Michael se dirigió a una zona a la
izquierda de los abetos, un terreno
cubierto de espinosos arbustos. Julia lo
siguió con la mirada y le dio un vuelco
el corazón cuando, con el pie, el joven
golpeó el suelo y se produjo un sonido
inesperado, hueco, como si existiera una
cavidad oculta bajo los arbustos.
Los demás también se fijaron en las
acciones de Michael; Axel y Thorsten
corrieron hacia él. —¿Qué coño ha sido ese ruido? —
gritó Axel, quien se agachó para mirar
más de cerca.
—No es terreno sólido —murmuró
Thorsten—. Hay madera debajo, o al
menos eso parece. —Excavó entre los
arbustos, blasfemando con cada corte en
las manos causado por las espinas. Una
de las ramas se le clavó en la manga de
la cazadora, de modo que, cuando dio un
paso atrás, arrancó el arbusto al
completo, de raíz.
—No puede ser —exclamó Gaby—.
Los arbustos son de mentira. Alguien los
ha puesto ahí.
—La tierra está apisonada —asintió
Axel.
Julia se acercó a la carrera al lugar en el que Michael había efectuado el
descubrimiento, seguida de su madre y
de la señora Ebner. Mientras tanto, los
chicos arrancaban el resto de arbustos
espinosos y no tardaron en desenterrar
una compuerta de tamaño considerable
formada por tablones de madera oscura.
Entre ellos se hizo el silencio y Julia
fijó los ojos en la compuerta, intentando
contener las lágrimas. ¿Se trataba una
obra de Andreas diseñada para esconder
a su hermana? ¿Cómo era posible que
Anne estuviera enterrada bajo aquellos
tablones y siguiera viva?
—Tenemos que levantarla —dijo
Axel, mirando nervioso de un lado a
otro—. ¿Creéis que podemos que usar
una rama robusta como palanca?  Julia observó a su alrededor y
descubrió una rama fina pero resistente
bajo un abeto. La arrastró hasta la
compuerta y Gaby hizo lo mismo con
otra rama similar; juntas, las
introdujeron bajo las esquinas de la
compuerta. Michael y Axel usaron su
peso para hacer palanca en las ramas y
levantar la compuerta, mientras que
Thorsten trató de alzarla una vez que se
abrió una pequeña rendija en la que
introducir las manos.
Cuando al fin cedió la compuerta de
madera oscura, cayó la tierra que la
recubría con el sonido sordo de las
últimas ramas espinosas.
Julia quedó boquiabierta cuando se
fijó en el tramo de empinadas escaleras  de piedra que habían estado ocultas y
que llevaban a una estrecha puerta
subterránea.

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