Se pueden observar unas manos amoratadas del frío hundiéndose en la más fina sábana, brazos delgados que no visten joyas y en el izquierdo un tirante que ha resbalado de su lugar, un vestido blanco que no vuela al viento y que esconde dos piernas como las que esconden las sirenas bajo su cola. Una clavícula bien marcada que sin gargantilla parece la más lujosa de todo el reino, y este a su vez no existe. Largo cuello de cisne acabado, o empezado, en una barbilla marcada por alguna guerra contra el suelo, labios carnosos y rosas dejan a la vista unos dientes blanquecinos y tímidos que no llegan a ser enseñados del todo, la nariz chata y exótica te lleva entre unos pómulos poco marcados hasta unos ojos que son como medusa, te conviertes en piedra al mirarlos, son grandes de color miel, son la perdición de esta dama que mira por entre una ventana que da al mar y a un cielo tremendamente gris, y esos grandes ojos no dejan de mirar al sueño renunciado, echan en falta sus alas. El pelo, ondulado y lustroso, le cae por la espalda y tampoco este vuela con el viento, pues ese señor tan nombrado y rechazado, respeta a la dama, antigua diosa.