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Carolina se había dormido recostando su cabeza en el hombro derecho de Rafael, Samuel, a su lado —pasillo de por medio—, también dormía. Frieda miraba el vacío por la ventana del avión mientras hacía girar entre sus dedos aquel plástico rojo con sus iniciales, se preguntaba cómo estaría Adler y sentía unas tremendas ganas de abrazarlo, de hacerle saber que ella estaría a su lado.

—Sabes que debes dejar el rencor de lado y estar para él, ¿cierto?, va a necesitar de ti —dijo Rafael mirando a su hija y adivinando sus pensamientos.

—Lo sé, pa... y quiero hacerlo. ¿Sabes?... lo amo —murmuró suspirando y pensando que a medida que las distancias físicas se acortaban entre ellos después de tanto tiempo, todos los sentimientos, tanto los buenos como los malos, iban emergiendo con fuerza desde su interior—. ¿Crees que es posible que ya no me importe lo malo... que ya ni siquiera recuerde por qué terminamos? —inquirió mirando a su padre, él sonrió.

—Eso solo habla de tu gran corazón, hija. ¿Sabes? El tiempo puede ser un buen aliado, Frieda, pone las cosas en orden, cambia las perspectivas. Es como cuando eres un buscador de oro, tienes el tamiz en tus manos y tomas un puñado de arena, luego lo vas tamizando y al final, solo quedan sobre tu tamiz las pequeñas pepitas. Así es el tiempo, Frieda, cuando las cosas suceden todo es turbio, pesado sobre tu tamiz, el tiempo va aligerando todo, va procesando, y finalmente solo quedan las pepitas... lo importante. La pregunta es: ¿qué ha quedado sobre tu tamiz después de todo, hija? ¿Solo los buenos momentos, las risas, los recuerdos, aquellas cosas que él hizo que te hicieron sentir feliz? ¿Ha quedado dolor o rencor? ¿Ha quedado amor?

—¿Crees que una relación pueda funcionar luego de que ambas partes se hicieran tanto daño? —preguntó Frieda a su padre.

—Lo creo, lo sé —respondió el hombre besando la frente de su mujer que dormía en su hombro, Frieda sonrió, había olvidado todo lo que ellos habían vivido.

—Pero... ¿cómo se hace, pa? —inquirió con dulzura. Rafael la observó mientras pensaba su respuesta y le regaló una sonrisa.

—Primero, los dos deben querer hacerlo, uno solo no basta, Fri, por más amor que tengas. Segundo, hay que perdonarse y perdonar... y después de hacerlo, olvidar. Hay que deshacerse del dolor, del rencor, y eso solo se logra borrándolo todo, empezando de nuevo, construyendo desde cero. Se requiere madurez y mucho amor, hija —añadió—. Pero vale la pena —dijo volviendo a mirar a su mujer, Frieda sonrió, adoraba ese amor sublime que se tenían sus padres.

—¿Alguna vez pensaste que no lo lograrían, papá? ¿Alguna vez sentiste que lo de ustedes estaba más muerto que vivo y que el amor no sería suficiente? —preguntó de nuevo.

—Sí, varias veces, y sé cómo duele eso, Frieda, sé cómo duele amar, sé lo que sientes porque también lo viví. Sé lo que es que el tiempo pase y los sentimientos queden, que hagas lo que hagas no logres quitarte a esa persona de la cabeza, que pienses que con nadie volverías a ser tan feliz como lo eras a su lado... sé lo que es perder y lo difícil que es volver a intentarlo, sé lo que es sentir ese miedo a cometer los mismos errores y a volver a fallar. Pero también sé lo que es ganar, lo que es reencontrarte de nuevo con ese ser, con su interior, con todo eso que un día te perteneció y que luego simplemente dejó de ser para ti, sé lo que es reconstruir desde cero, borrando el pasado, perdonándose a uno mismo y perdonando al otro, sé lo que es volver a tomarse de la mano, volver a besarse, a amarse de nuevo... y te digo, hija, que vale la pena cuando los dos se aman —añadió. Frieda recostó su cabeza sobre el hombro de su padre y él sonrió.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora