Estoy sentada frente a la amplia ventana que hay en mi habitación, mientras el aire fresco golpea mi rostro, haciendo que se me ericen los pelos en una sensación totalmente gratificante. Como todas las noches, veo el sol esconderse para darle la bienvenida a la luna, en completo silencio me quedo admirándola por un largo rato, a veces suelo quedarme dormida, pero él siempre me recuesta en mi cama para que pueda descansar bien.-Es hermosa -me asusto al escuchar esa voz varonil.
Estaba tan hipnotizada con la belleza que me brinda la luna que no sentí la presencia de Kilian.
-Si... me da tranquilidad verla -le sonrío para volver a admirarla.
-No me refería a la luna, Zahira -las palabras salen de su boca con tanta suavidad que hace que me sonroje.
Me doy vuelta y sus ojos negro azabache me reciben con una cálida mirada. Se acerca a mi lentamente para sentarse frente a mi. Sólo con la luz que emite la luna, puedo apreciar su hermoso cabello castaño cayendo sobre sus hombros mientras que algunos mechones caen sobre su rostro.
Me inclino y le beso la comisura de la boca, antes de alejarme le tomo la mano y tiro de él para que se levante.
-Quédate conmigo -susurro tímida.
Me regala una sonrisa y lo tomo como una aceptación. Nos dirigimos a la cama tomados de la mano y como siempre, él se recuesta detrás de mí mientras me rodea con sus fornidos brazos por la cintura. Al despertar, Kilian ya no se encuentra a mi lado, siempre se va luego de que me haya quedado dormida. Me estiro para luego dirigirme al baño para asearme, una vez que termino decido ponerme el vestido azul marino con detalles en blanco que tanto me gusta, cepillo mi cabello castaño y lo adorno con una diadema de pequeños cristales que hacen que resalten mis ojos verdosos.
Bajo las escaleras de mármol blanco para ir al gran salón donde desayunamos.
-Buenos días -les saludo con una sonrisa, seguido de una reverencia en forma de respeto a los reyes, mis padres.
-Buenos días mi princesita -la cálida voz de mi madre inunda mis oídos mientras que mi padre solo asiente sonriente.
Desayunamos tranquilos, cuando termino me inclino sujetándome el vestido y me retiro del salón, directo a mis aposentos. Cierro las puertas de madera blancas como la nieve y me decido a tocar en mi amado violín, una melodía que he creado hace unos días. Al dar vida a una melodía, mayormente lo hago basado en mi estado de ánimo en esos momentos. Sujeto el violín con mi mano izquierda y lo apoyo en el hombro, mientras que con la otra acerco el arco a éste. Los sonidos agudos y graves se mezclan haciéndose uno. La melodía entra por mis oídos y cala mis huesos, haciendo que una extraña pero fascinante sensación, recorra mi cuerpo. Me adentro tanto en mi mundo musical que cierro los ojos y comienzo a moverme por la habitación al ritmo de la música.