Al fin viernes y, para más alegría, hoy tengo fiesta en el trabajo. Me lo merezco. Necesito desconectar un poquito de todo y de todos. Demasiadas emociones fuertes estos días. Entre Jorge, las locas de mis amigas y sus historias, las niñas, el trabajo, la casa... Necesito recargar las pilas como sea.
Paula iba pensando en todas esas cosas mientras preparaba los desayunos. Sus hijas se acercaron a la cocina, a darle los buenos días, y seguidamente se dirigieron al comedor, para sentarse en la mesa, pues sabían que antes de encender la tele tenían que comer y vestirse.
—Mamá, mamá, suena el teléfono.
—Cógelo, cariño, tengo las manos mojadas.
—Mamá, es Marian.
—Voy, dile que se espere un segundito de nada.
Paula se apresuró a secarse las manos y llevar el desayuno a sus hijas. Después se puso al teléfono.
—Hola, Marian, ¿qué haces despierta a estas horas?
—Calla, que llevo dos horas en la cafetería del trabajo esperando a que fuera una hora más decente para llamarte. Tengo el coche estropeado, no arranca, yo creo que de esta ya no lo salvo. He aprovechado para tomar café con una compañera, que tampoco se iba a dormir porque tenía cosas que hacer hoy, y he pensado que te podía llamar para que me vinieras a buscar. Así desayunamos juntas en ese sitio que tanto te gusta, la churrería del parque, y te doy un capricho, que te lo mereces.
—Qué bien, eso sí que me pone de buen humor. Como me conoces, brujilla, y además hoy tengo fiesta. No tengo prisa para nada.
—Pues entonces quedamos aquí, en la fábrica. Pásame a buscar cuando puedas.
—Ok, en cuanto salga de casa te recojo y dejamos, de camino, a las niñas en el cole.
—Hasta ahora, entoncess.
—Hasta ahora.
De repente Paula estaba más contenta. Ir a desayunar a su sitio preferido la ponía de buen humor. Esa dosis extra de dulce le hacía sonreír instantáneamente. Era su capricho, uno que se podía dar, de tanto en tanto, fácilmente.
—Venga, niñas, no quiero que lleguéis tarde al cole.
—Mamá, pero si nunca llegamos tarde.
—Claro, mi estrés me cuesta. Va, venga, que os dormís en los laureles, ¡venga!
Chaquetas, maletas, bolso, llaves, teléfono... Las tres subieron al coche y recogieron a Marian en la fábrica. Después dejaron a las niñas en el colegio y se fueron hacia la churrería.
—Que bien, Marian. Me encanta venir a la churrería. Gracias por pensar en mí.
—Anda, cielo mío, pero si eres tú la que siempre está pensando en los demás. Por un día que alguien lo hace por ti... Déjate querer, tonta.
—Pues sí, tienes razón, me voy a dejar querer. No le tengo que dar tantas vueltas a las cosas ni preocuparme tanto por todos. La vida es más sencilla. Perdemos tiempo pensando tanto y tanto...
—Oh, pues creo que tu desayuno se acaba de convertir en desayuno con sorpresa.
—Déjate de jueguecitos ¿Qué dices?
—No te gires, pero se acerca Jorge con... ¡Ay, madre que se está complicando el tema! Mama, mama, mama, yo me quiero ir de aquí.
—Me estás asustando, Marian.