—Leopoldo debe estar sintiendo un gran dolor en su corazón. Tendrá una pena que lo seguirá por siempre.
"—Ignacio —dijo Victoria, con un tono condescendiente".
—Pero, Victoria, no logro sentirme mejor —Ignacio portaba un rostro lleno de melancolía—. Hasta siento un poco de lástima por esa joven. ¿Habrá tenido algo que ver con tu muerte? Aún escucho sus ruegos y gritos, aún puedo ver la mirada de sus ojos.
"—¿Qué viste en sus ojos, Ignacio?"
—Vi una mirada que se parecía mucho a la tuya. Una mirada triste, llena de miedo. Aunque quizás lo que vi no fueron sus ojos, sino que fueron los tuyos. Ya no sé lo que veo, Victoria. No estoy seguro de la realidad que perciben mis ojos. No estoy seguro de mis palabras, de mis actos. Siento que en cualquier momento solo te veré a ti, y a nadie más.
"—¿Es éso algo que ansías? —preguntó Victoria".
—Algo así —contestó Ignacio—. Mi sueño es poder verte, poder estar contigo. ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo puedo lograrlo?
"—¿No te vasta con verme?"
—No solo quiero verte, quiero sentirte, quiero tocarte, Victoria. Quiero besarte...
"—Pero no puedes..."
—Porque éste es mi castigo —dijo Ignacio.
Transcurrió un día desde la muerte de Érica, la novia de Leopoldo. Ignacio estuvo pegado a la televisión cambiando canales, informándose sobre lo relacionado con lo sucedido en el callejón. Temía que el joven dijese algo a la prensa sobre su presencia durante el robo, pero no sucedió así. El pobre empleado de comercio a duras penas podía hablar. Repetía las mismas frases una y otra vez, y su mirada parecía perdida. "Estoy arrepentido", "Perdóname", "No fue mi culpa" eran algunas de las frases que empleaba, siempre con una tristeza que penetraba el corazón. La prensa terminó concluyendo que sus respuestas y su actitud eran resultado del traumático momento que vivió.
"Perder a un ser querido ya es algo traumático de por sí, pero atestiguar la muerte de alguien a quien amamos y que esta muerte sea violenta y brutal es algo mucho peor. Tales vivencias pueden quedar plasmadas en la mente de forma permanente, causando un completo cambio de personalidad."
—Claro, ahora lo puedes ver ¿verdad? —dijo Ignacio, frío, mientras observaba la pantalla de la televisión—. Ahora puedes saborear la misma tristeza que yo siento.
"—No sé si esto está bien —agregó Victoria".
El joven, en silencio, comenzó a pensar en las palabras de Victoria. ¿Acaso estaba bien lo que estaba haciendo? No lo sabía con certeza. Pero al recordar las imágenes de aquella noche sentía como su mente se aclaraba. Cada vez que encontraba una traba que lo hacía dudar, esas imágenes lo volvían a poner en el camino. Se convencía a sí mismo de que él era el único que podía encontrar esa justicia que tanta falta le hacía a Victoria.
"—Debes olvidarme. Debes borrar esas imágenes de tu cabeza. Si me olvidas, seguro todo será mejor".
Pero también pensaba en el futuro. Se preguntaba qué sucedería si encontraba al segundo responsable de la muerte de la joven de ojos azules. Sintió, entonces, un miedo causado por el hecho de pensar que quizás, al terminar con todo, su mente se olvidaría de Victoria. «¿Será olvidar a Victoria descansar en paz? ¿O acaso será algo mucho peor?», se preguntó.
A pesar del miedo y la incertidumbre, sentía que debía encontrarlo. Sentía que debía buscar a la persona faltante para tranquilizarse. Esperaba la intervención de alguna divinidad, de algún suceso extraño, al igual que ocurrió con Leopoldo. Ignacio creía en la justicia divina.
—Ahora tengo que buscar al otro.
Recordaba con total vividez el rostro de la persona que estuvo junto a Leopoldo en el descampado, pero no tenía ni siquiera una pista de dónde ubicarlo. Sintió una gran impotencia al pensar que podrían pasar meses, incluso años hasta encontrarlo. Pero debía esperar, pues las autoridades todavía buscaban al ladrón que había atacado a la pareja y no quería verse involucrado en nada. Decidió tomarse unos días para despejar su mente de los malos recuerdos de aquel suceso tan horrible.
Y en esos días, Ignacio solo salió de su casa para comprar algunos víveres. El resto del tiempo lo ocupó pensando en alguna manera de encontrar al cómplice de Leopoldo y mirando la televisión en busca de información sobre el asesino de Érica. Sin embargo, no había noticia alguna sobre el paradero del ladrón. El asesinato de la pobre Érica quedó impune, al igual que ocurrió con el de Victoria. Aunque a sabiendas de que era cruel, Ignacio estaba algo satisfecho con eso, pues ahora uno de los delincuentes estaba pagando por sus pecados. La justicia divina, según él, estaba actuando.
Varios días después, cuando los canales informativos dejaron de lado el caso del callejón, se enteró de algo que no pudo comprender: Leopoldo también había muerto.
Todo indicaba que la muerte del joven fue un suicidio, pero, según los investigadores, algo no encajaba. Leopoldo había escrito una carta de despedida, la cual parecía no estar terminada. En ella, rogándole a Dios un lugar en el cielo, el joven dejó salir sus sentimientos más profundos y además, antes de terminar, había confesado.
"[...] No solo yo estuve esa noche con Victoria, sino que un amigo, de cuya influencia traté de alejarme, también me acompañaba. Si tan solo no le hubiese hecho caso... si tan solo me hubiese ido a casa. Ahora entiendo cómo se deben sentir sus allegados. Ahora entiendo a ese hombre.
Pero no puedo callar, todo tiene que salir a la luz, pues Dios me juzgará cuando me encuentre con Él, y quizás la pena, si hablo, sea mucho menor.
Esa noche yo es-"
La carta terminaba de manera abrupta, como si algo lo hubiese interrumpido en el medio de la redacción. Según los policías, un asesinato no estaba descartado, pero no había ninguna pista ni tampoco ningún sospechoso o testigo.
—¿Por qué dejar una carta de suicidio sin terminarla? Seguro iba a poner allí el nombre de su cómplice. —Ignacio hizo una mueca de molestia—. Maldición, todo hubiese sido más fácil.
Los medios no sólo informaban sobre el suicidio del joven, sino que también, a partir de la carta que dejó, comenzaron a especular sobre el asesinato de Victoria; uno de los crímenes que la ciudad había olvidado hacía ya un tiempo. El asesinato de la estudiante de abogacía ahora tenía un culpable, pero, según esa carta, aún faltaba un cómplice: un supuesto amigo del joven.
Pero Ignacio ya sabía que existía un cómplice, y estaba dispuesto a encontrarlo. Sentado en su sofá, en frente de la televisión, se puso a pensar.
Y una idea le invadió.
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Los tristes ojos de Victoria
Aktuelle LiteraturIgnacio esperaba el autobús que lo llevaría devuelta a su casa, cuando fue testigo de una horrible escena que involucraba a Victoria, una hermosa universitaria de ojos azules. Su falta de empatía lo llevó a ignorar tal situación; sin embargo algo en...