Alicia subió al tren como todas las mañanas.11 de marzo de 2004. 7:20 de la mañana.
Realmente, no necesitaba madrugar tanto para llegar a tiempo. Si cogiera el tren a las 8, llegaría de sobra.
La razón por la que decidía madrugar casi una hora era aquel chico.
Llevaba viéndolo en el tren casi un mes. Y era de lo más fascinante.
Si las personas fueran colores– pensaba Alicia– ella sería gris, como la luna. Oculta y discreta. Tímida y llena de cráteres e imperfecciones.
Sin embargo, aquel chico sería el sol. Brillante, colorido y esperanzador.
No había hablado nunca con él. No había tenido el valor suficiente.
–Algún día– se repetía.
Odiaba esas dos palabras.
El vagón siempre era algo soso. Pocas personas que iban a estudiar o a trabajar. Todas ellas sin muchas ganas de hacerlo.
Pero la cosa mejoraba a las 7:26. Él siempre llegaba puntual y, sin duda, brillaba con luz propia.
Siempre se sentaba en un sitio próximo al de Alicia. Delante de ella, a unos 3 o 4 asientos.
Alicia nunca había hablado con él, pero sí que había intercambiado miradas. En ocasiones porque él la pillaba mirándolo. En ocasiones porque él también la miraba.
El chico se sienta donde suele y se pone a leer un libro. Como todas las mañanas, Alicia se detiene a mirarlo.
Se está armando de valor. Cada vez está más segura. Le va a hablar.
Pero no hoy.
Mañana, quizá.
Son casi las 7:40. La hora en la que el tren llega a la estación y ambos se separan para encontrarse al día siguiente.
Alicia lo mira durante unos segundos más. Él también lo hace.
Pero hoy es distinto. El chico deja de leer, le dedica una sonrisa y mueve ligeramente la mano saludándola.
Podría hacerlo ahora. Sentarse a su lado y hablar con él unos minutos antes de que se termine el trayecto. Pero no lo hace.
Mañana. Lo dejaré para mañana. –vuelve a repetirse.
El chico aparta la vista, algo decepcionado, y vuelve a su lectura.
7:38
Las luces del vagón se apagan.
Un niño se asusta y su madre intenta calmarlo susurrándole que todo va bien.
Otros murmuran que pronto se volverán a encender. Que seguramente sólo sea un pequeño fallo de la maquinaria.
Algunas personas encienden la pantalla del móvil para tratar de iluminar el lugar, pero apenas se ve nada.
7:39.
Las luces vuelven.
La madre le seca a su hijo los ojos y le da un beso en la mejilla.
Excepto el niño, no hay nadie llorando. Pero todos parecen asustados.
Algo va mal.
La luz tintinea y Alicia le dedica una última mirada a aquel chico. Se decide a hacerlo.
Empieza a levantarse del asiento para acercarse a él.
Pero ya es tarde.
Las luces vuelven a apagarse.
Esta vez la madre no le susurra a su hijo que todo va a ir bien. Ya no está segura de ello.
El vagón queda únicamente iluminado por la poca luz que los móviles de los pasajeros son capaces de ofrecer.
El chico también está asustado. Él también quería hablar con Alicia. Él también quería vivir.
Pero de nuevo; ya es demasiado tarde.
Se miran por última vez. A él le parece preciosa. Quiere susurrarle que le parece una chica genial. Que él también lleva un mes armándose de valor para acercarse a hablar con ella.
Suena un estallido. Todos caen al suelo.
Las luces se apagan.
Sus luces se apagan.
Para siempre.
El jueves 11 de Marzo de 2004 se produjeron una serie de ataques terroristas en 4 trenes de las Cercanías de Madrid.
Es el mayor atentado cometido en Europa, después del atentado de Lockerbie ocurrido en 1988.
Constó de 10 explosiones casi simultáneas en hora punta de la mañana (entre las 07:36 y las 07:40).
Fallecieron 193 personas, y 1858 resultaron heridas.
Todas ellas con familia y planes de futuro.
Planes que quizá no realizaron esperando un "Algún día" o un "Mañana" que no llegó.
Por ello sólo te pido una cosa.
Ama. Escucha. Confía en ti mismo. Canta. Baila. Equivócate. Vuelve a intentarlo. Ríe. Cree. Aprende. Conoce. Crea. Arriesga.
Y vive. No te olvides de vivir.
Porque la vida es demasiado corta. No la vivas esperando un mañana.