one part

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Trataba de leer con perdición las letras que el pequeño libro plasmaba en letra itálica. Aquella, su droga sin fin, se veía interrumpida por el sumbido antiguo que emanaban sus auriculares. Momentos antes había añadido a estos como acompañante en su plácida lectura pero en un desliz una canción abrumó sus sentidos. Las palabras se vieron tenues y dejaron de tener forma y sentido. Se deformaban cayendo como cascada por aquella hoja blanquecina que había sido imprimida pocos días antes  como una copia de el libro que tanto esperó, catalogando ese como su favorito.

Un frustrante bufido escapó de sus labios, evaporándose en el frío que se dispersaba por cada rincón de la librería que su colegio brindaba. Sus ojos azules, como el cielo dejándose confundir con pequeños prados verdes, escalaron cada porción de la mesa con negrura y miedo.

Otros zafiros, pero esta vez fundidos con la nieve blanca que corría por cada ventanal, se distraían en un libro clásico. El pequeño libro le faltaban pedazos de su envoltorio pero aún así era más valioso que todos los que allí reposaban su descanso eterno. Él estaba seguro que aquel chico sabía escoger los libros. Sus ojos transmitían felicidad entusiasta, cada hoja era acariciada por la yema de sus dedos cada tres minutos.

Las hebras castañas oscuras que se acoplaban por toda su nuca bailaban por la mano libre que él, con emoción, llevaba allí. Sus labios abundantes de color rosa se fruncían en pequeñas sonrisas dejando a la vista unos bonitos y ajustados dientes que hacían resplandecer aquellos labios en forma de corazón que no dejaban de releer lo que al parecer parecía valioso.

Su nombre era Nash.

Lo había descubierto un día que acomodaba los libros clásicos.

Dejándose fundir por la leve melodía que la bibliotecaria había dejado sonar, tarareaba cada palabra colocando libros por orden alfabético. Su tarareo mudó cuando unas manos pálidas extendieron un libro hacia él.

“— ¿Podrías colocar este libro en su lugar por mí?”

Con reproche, él iba a preguntar que si era alguien testarudo pero al alzar sus ojos quedó mucho más en silencio. Aquel chico que discretamente le hacía sonreír sólo por su delicada presencia, tímidamente tendía hacia él un libro con la cobertura gastada.

Aquel día él sólo había asentido callando cada verso en prosa que con dificultad se amortiguaba por los largos caminos que su garganta dejaba a lo oscuro. Mientras la melodía retumbaba reteniendo el silencio que a llantos pedía ser liberado. Rock n’ roll era el género que se asomaba por los parlantes caminando burlonamente por cada estante que aguardaba universos alternativos cubiertos por hojas y tinta.

Desapareciendo como la noche en la llegada del sol, el chico de cabello oscuro yacía al final de los estantes. Con pasos lentos que se confundían con el retumbar de la batería de la canción, el castaño oscuro dio media vuelta.

Mientras aún tenía el libro de mala condición en sus manos, alzó su mirada con la esperanza envuelta en nervios absurdos y falsos ceños. En un desinteresado movimiento el castaño entre-abrió sus labios sin profanar algún favor o familiar saludo, sólo le miró.

Azul verdoso allanó los metros de distancia al igual que el azul grisáceo que con algarabía arrastró a cada zafiro suyo conectándolos con aquellos otros zafiros que eran la misma base que la suya pero con tonos algo diferentes. Una sincera, no obstante misteriosa sonrisa adornó los pequeños labios de el pálido chico. Dejó que las palabras salieran solas por aquellos labios que anteriormente habían sido entre-abiertos decretando que no había palabra que pudiera salir de allí antes.

“— Es una bonita canción, ¿No lo crees?”

Ningún saludo, ninguna sugerencia y mucho menos un favor. El castaño había complementado la canción que aún no terminaba y el de los ojos verdosos no reaccionó con alegría sino con sorpresa. Silenció, como la canción lo hizo segundos después.

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⏰ Última actualización: Feb 13, 2017 ⏰

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