Capítulo Veintiuno

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Ayden

Aquí estoy de nuevo, con todas mis piezas repartidas por algún lugar de este mundo. Soy un auténtico caos. Traté con todas mis fuerzas, pero he perdido el juego otra vez.

Fui un cobarde que pretendió ser fuerte.

En cuestión de minutos todo se viene abajo. Pierdo las esperanzas y ya no veo un futuro, simplemente un pasado que pesa demasiado y me atrapa en una telaraña de recuerdos. Recuerdos que me van hundiendo lentamente en un lóbrego agujero. Ya tengo demasiada oscuridad encima cómo para encontrar una salida. Al final de cuentas, todo fue una mera ilusión; nada existió realmente... solo han sido mis ganas de que fuera verdad lo que lo hicieron tan real.

El panorama ha cambiado drásticamente en tan solo unas horas: ahora ya no me encuentro en aquella horrible celda, aunque esta habitación se siente igual de asfixiante de todas formas.

Todavía me cuesta abrir los ojos y la tenue luz que ingresa por algún lado a la habitación se siente como un martirio para mi cabeza.

Estrecho mi cuerpo y fracaso inmediatamente: el dolor que me genera el rose de las frazadas contra la pierna se siente como una espada atravesándome la piel. Lanzo un grito ahogado, me muerdo el labio inferior y aprieto con ambas manos los costados de la cama hasta que mis nudillos se vuelven blancos. Contengo la respiración varios minutos para aliviar el penetrante dolor y luego dejo escapar el aire que había acumulado todo ese tiempo.

Una vez que los latidos se normalizan, me seco con el antebrazo las gotas de transpiración de la frente y trato de poner en orden mi cabeza: recuerdo la conversación con el oficial, recuerdo el verme reflejado en el espejo y sentir asco de mí mismo. Recuerdo aquel horrible camarote... y también lo que encontré debajo del colchón. Recuerdo el frío y socarrón metal sobre mis manos y cuán a gusto me sentí cuando se deslizaba sobre mi cuerpo una, dos, tres y quizá más veces en el mismo sitio.

No sé cuánto tiempo he estado postrado en esta cama, pero tengo la sensación de que han sido más horas de las que mi mente llega a calcular. Inhalo y exhalo devuelta y vuelvo a aclararme la vista. Siento náuseas al instante y de no ser por estar acostado, creo que ya me hubiese desmayado otra vez. Estoy sólo, débil, desesperado y aterrado. Quiero morirme en este preciso momento, quiero dejar de existir, de sufrir, de vivir. Cada día me siento más acorralado y preso de mis propias emociones. Ya no se trata de poder, porque sé que lo lograría si lo intentase; es increíble la cantidad de sufrimiento que un ser humano puede soportar... pero ya me he cansado de salir de un infierno para volver a entrar en otro.

Trago saliva y giro mi cabeza hacia el costado. Observo durante unos minutos el aparato que muestra los latidos de mi corazón y el pitido que genera se siente cómo una bomba la cual necesito hacer detonar inmediatamente.

Lo

He

Decidido.

Vuelvo a llenar mis pulmones de aire, sujeto con fuerza todos los cables que están en mi cuerpo sabiendo que son lo único que me mantiene con vida en este momento y comienzo a contar hasta diez para jalarlos de una vez y desaparecer de este mundo.

— Uno. —Susurro.

«Eres un marica.»

— Dos.

«Tu padre ha muerto en un accidente de tránsito.»

— Tres.

«Deberías morirte. Los gays como tú no caben en este mundo.»

— Cuatro.

«Brooke es tu padre.»

— Cinco. —Aprieto con más fuerza los ojos y la mano.

Mi Casualidad Eres TúWhere stories live. Discover now