Café, melancólico y ahogador café de aquél que ama.
Te bebo cada noche como un desamparado en busca de Dios, y no encontré tus sueños en la libreta de mis pesadillas, ni en la negrura de tu cuerpo, ni en pragmatismo de tus filias. Te espero, cada noche a las tres de la madrugada a la orilla de la cama, vistiéndote con sus prendas, perfumo tu aroma con su ausencia. Las estrellas llegan reflejar sus ojos como un espejo roto, mientras yo caliento tus fluidos para volver negra tu alma.
Café, qué haría sin tu desvelo. Cuando el humo no me abraza y los libros me cansan la oscuridad llega y me castra. ¡Qué haría sin tu droga de pesadilla! El drogadicto querubín puso a mi mano una pastilla.
Café, te bebo como la poesía bebe mis relatos amargando mi lengua y endulzando mis entrañas. Te pido como diablo, para que no hablemos de muerte hasta que sumerjo el insomnio con cada grano de tu cuerpo.
El café de sus ojos se confunde con las raíces de su cabello; ella es café y quizás por ello soy adicto a ti, al beberte la complejidad de mi corazón es un colibrí. Y es por eso que no puedo amarla a ella, porque gracias a ti, mis letras no le cantan a una estrella.
Café, taciturno y nefelibato café, me tienes esperando el refil de una propina para la caridad.
ESTÁS LEYENDO
Prosa
RandomLos pequeños versos de mis pequeños besos. Las pequeñas lágrimas de monte de las ánimas.