Capítulo 4

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Exhausto por la caminata, mi casa me pareció un oasis en medio del desierto. Mientras introducía las llaves, sacudí mis zapatos contra la pequeña alfombra e ingresé. Un poco más tranquilo, tomé un vaso de agua de la cocina y me senté frente al televisor. Probablemente mi hermana estaría duchándose, mi padre en casa de algún amigo y mi perro durmiendo sobre mi cama aún deshecha. Encendí la tv y avancé hasta el canal de dibujos animados. Inmediatamente, el agua del cuarto de baño cesó y un par de segundos después mi hermana salía gritando y amenazándome con que llamaría a la policía.

—Paula, cálmate.

—¡Cómo es que sabes mi nombre!

«No otra vez». Rogué.

—Contesta —volvió a gritar.

—Yo... —vamos, otra excusa barata— nuestros padres son muy amigos. Tú y yo jugábamos desde pequeños, ¿no te acuerdas? Soy Will.

La duda se instaló en su semblante.

—No —contestó al fin—. De todas formas, no hay razón para que estés aquí. Mi padre ni siquiera se encuentra en casa.

—Lo sé, él me dijo que viniera, pero viendo que no soy bien recibido —dije levantándome del sofá—, me voy a esperarlo afuera. De todas formas, él viene en camino.

—¿La puerta estaba abierta?

—Eh —dudé—, por supuesto. Respecto a eso, ¡deberías tener más cuidado! Adiós, Paula.

—Adiós, Will —contestó aún confundida.

No me permití salir caminando esta vez, debía correr lejos, muy lejos de esa pesadilla, pero dónde. Una brillante idea iluminó mi mente: la casa de mis amigos. Tras apenas diez minutos de recorrido, ésta ya se alzaba frente a mis ojos. Era el momento decisivo. Mis manos comenzaron a sudar.

—Hola —dije en cuanto el timbre activó el micrófono—, ¿Vicente está en casa?

—No, pero Marcos está en su habitación. ¿Lo busca alguno de sus amigos?

Un suspiro de alivio escapó de mis labios.

—¡Sí! —casi grité—. Will.

—Enseguida.

La emoción me embargó por completo. Leonor era la mujer más inteligente que conocía, pero esa vez se superó.

La puerta se abrió y de ella apareció un desaliñado Marcos que me miraba entornando los ojos. Cómo si enfocarme en su campo de visión le supusiera un trabajo enorme.

—¿Y tú?

—Necesito contarte algo. Fue muy extraño. ¡Marcos, no vas a creértelo! Verás, esta mañana, cuando...

—Wow, para tu carruaje, señorito —exclamó repentinamente el chico—. Antes de contarme la historia de tu vida podrías, eh... no sé, ¿presentarte? —sugirió un tanto molesto.

El alivio se había transformado en desesperación.

—Amigo, por favor. No me hagas esto tú también.

—¿Esto quiere decir que se lo has hecho a otras personas? Rayos, puedes irte preso o algo. Ten cuidado.

—Cómo es que no me recuerdas.

—Digamos que si nunca has visto a alguien, es difícil hacerlo, compañero. Te sugeriré algo: ve a tu casa, arregla ese enredo que tiene allá arriba —dijo señalando mi cabeza— y vuelve aquí a darme una explicación. ¿Te parece bien?

Asentí porque no tenía otra opción.

—Bien, hasta luego.

Y cerró la puerta.

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