Querida Hannah,
Han pasado veinticuatro años desde que quedé con él por ultima vez. No quiero que cometas los mismos errores que yo en el amor. Ahora mismo, estarás desconcertada, pero en un futuro, me lo agradecerás. Aquí tienes más o menos, todo lo que fue mi romance con él. Espero que sigas tan espectacular como siempre.
Llevas puesta tu ropa favorita y amarrada una camisa vaquera que llevabas puesta, pero te la quitaste porque si no morirías de calor. Coges las llaves, las carteras y todos los malos pensamientos que quieres dejar fuera. Antes de cerrar, te acuerdas de aquella cámara que te regalaron por tu cumpleaños hace tiempo, y piensas que es hora de darle uso. Pasas la correa de la cámara por tu cuello, y sales a la calle. Das una bocanada de aire tan grande, que tus pulmones casi estallan por aquel aire típico de ciudad. Agarras los auriculares y los conectas a tu móvil, y seleccionas la lista de reproducción que hiciste. Esa mañana solo iba a ser tuya y de nadie más. La necesitabas. Aquella semana había sido de locos y un paseo con tus pensamientos, no te iba a venir mal. Solo estaban permitidas las sonrisas en esas dos horas que tenías pensado andar. Enciendes la cámara y solo tienes en mente las fotos tan increíbles que vas a hacer. Decides antes que nada, comprarte un café en la cafetería de la esquina. Era mugrienta y de muy mal aspecto, pero era el mejor café de toda la ciudad. La camarera te pregunta que si estaba bien, y le respondes con un simple “Si”. Todos sabemos que significa ese 'Si', sabemos que significa de todo menos estar bien. Estamos asfixiados, estresados, sentimos impotencia, dolor… y una larga lista de sentimientos que nadie debe sentir a la vez. Maldices el momento en el que aquella camarera te preguntó. Se te vienen a la cabeza todas aquellas escenas que has tenido que pasar en este par de semanas y sientes como si te sacaran el corazón con la mano, como si fuera un juguete y no algo tan frágil. Inevitable es que se salgan pequeñas gotas de dolor por tus ojos marrones. En cuanto te dan el café, sales lo más rápido que puedes de la cafetería. Te sientas en un banco y observas a todas aquellas personas que pasan por la calle. Todas aquellas historias aisladas, que están conectadas entre sí de forma directa o indirecta. Aquel niño que va con su monopatín, aquella chica que corre sin rumbo con las lágrimas cayendo por sus mejillas, solo para salir de aquel sitio que la estaba agobiando. Ves que ya estás mejor, y echas tu pelo rosa hacia un lado y te recolocas la chaqueta para que quede de la forma adecuada. Te pones a pensar en todo el dolor que siente la gente con solo dieciséis años. En ese momento somos radioactivos. Somos hipersensibles a todo. Las adolescentes como tú, bailan entre las mentiras que cuentan, andan por los problemas que pueden parecer importantes en esa época de nuestra vida. Por eso estás ahí, en medio de la calle más transitada de la ciudad con una cámara, tu ropa favorita y el alma rota. Decides andar, y hacerle fotos a todo lo que te parece que merece la pena ser fotografiado. Cosas cotidianas, que están por todas partes y nadie se fija en ellas cuando están, pero en su ausencia sí. Entras en el parque y ves a todos aquellos transeúntes con sonrisas en sus caras y tu con una mueca de indiferencia. En ese momento te planteas la realidad de aquella situación. ¿Puede estar una persona tan deprimida hasta el punto que le de igual todo? Si, se puede. Tú eres el claro ejemplo de ello. Las piernas te fallan y caes al suelo. Tu mente se evade de todo aquello, pero tu cuerpo se cae rotundo al suelo. Tras un rato, tu conocimiento decide volver a tu cuerpo y recuperas el aliento. Lo primero que ves es a unas cinco personas con cara de preocupación y una sexta encima de ti intentando que respiraras. Pelo marrón perfectamente peinado, ojos verdes que se camuflaban con aquel entorno y la cara de satisfacción de que había conseguido que respiraras. Te tiende la mano y te limpias todo el albero que tienes en tus jeans. Te fijas y tiene los ojos más bonitos que ha visto nunca. Suena la canción perfecta en tu móvil, que por fortuna o desgracia, ha reproducido esa canción. Él te ofrece sentarte en un banco cercano, y te aclara que él te haría compañía. Se te escapa una sonrisa de enamorada, pero la borras en el acto, temiendo que él la pudiera haber visto.