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Había pasado un año.

Un año que había pesado mucho más que cualquier otro, que había calado dentro de él como se cala el frío del más puro invierno, que le había desgastado no solo físicamente sino también por dentro. Aquel año había sido como una montaña rusa, unas veces en lo más alto y otras en la mísera más absoluta, unas pensado en conquistar el mundo y otras pensado en la manera menos dolorosa de acabar con su vida, unas sintiéndose más libre que nunca y otras con la angustia del que está atrapado en una cárcel toda su vida.

Y todo había sido por su culpa.

Todo había sido por culpa de su rival político más directo, por su enemigo natural, ese al que, por más que lo intentaba, no podía odiar como le gustaría.

Él había sido su montaña rusa, él lo había subido al cielo y lo había bajado de vuelta al infierno, era él quien había calado en lo más profundo de sus entrañas y se negaba a salir de ahí, era él quien había hecho que las arrugas de su cara se acentuasen y, con su marcha, era él el que había acelerado su senescencia. Sin él sentía que todo pesaba más, se sentía muerto por dentro y sin ganas de tirar hacía delante, forzaba las sonrisas y trabajaba mecánicamente sin prestar atención a los centenares de papeles que se acumulaban semana tras semana en su despacho. No podía evitar que cada noche al cerrar los ojos se le vinieran a la mente mil recuerdos a la vez, las caricias, los besos, las peleas, los debates, las sonrisas, las miradas transparentes... todo.

Y aquella noche todo dolía un poco más.

Desde que había recibido aquella invitación para asistir a los Goya todo dolía más. Y es que aquella noche pero de hace un año cambió su vida para siempre.

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- Rivera.

Todos los pelos se su cuerpo se erizaron porque sabía perfectamente de quien era aquella voz y a medida que se iba girando se imaginaba cómo le sentaría el traje a Pablo. Cuando lo tuvo completamente frente a él no pudo evitar sonreír y es que tenía que reconocer que lo encontraba realmente guapo, quizás por el hecho de que era la primera vez que lo veía con traje y pajarita, pero que el traje le quedaba demasiado grande.

- Hola Pablo -le tendió la mano y el otro no tardó ni un segundo en estrechársela.

- Mira, él es Facu Díaz. Facu -le dijo que se acercara- Albert Rivera.

- Un placer -dijeron los dos a la vez aunque la verdad era que les daba bastante igual haberse conocido.

- ¿Has venido solo? -preguntó Pablo una vez Facu se había apartado un poco de ellos.

- No, ya sabes que iba a venir con Bea.

- Ya, ya... ¿Y dónde está?

- Pues la verdad es que no tengo ni idea -levantó la cabeza intentando encontrarla entre la gente.

Pablo se acercó lentamente hasta que estuvo a pocos centrímetos de su oído.

- Estás guapísimo.

Y click. Albert ya no sabía ni donde estaba, ni porque y empezó a sentir calor, mucho, que se instaló en sus mejillas y en la parte debajo de su vientre.

- Pablo aquí no -dijo como pudo y en un susurro.

- Solo te he dicho que estás muy guapo, si te llego a decir lo que de verdad se me está pasando por la mente...

- Para...

- Mira ahí está Bea, os dejo solos, yo voy a hablar con Pedro que sé que te pones celoso.

RenacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora