Parte 11

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El bullicio era abrumador. Gente corriendo de un lado a otro, ajustando cada mínimo detalle, y cada paso resonaba en los pasillos de la casa, como si la anticipación de la noche hubiera impregnado hasta los muros. Las voces se entremezclaban en un eco constante; organizadores, invitados, y ayudantes del banquete llenaban el espacio con una energía nerviosa y vibrante.

Lucas, siempre sereno, parecía estar en una misión urgente. Con una expresión concentrada y casi imperturbable, se deslizaba entre los chefs y ayudantes, indicando qué hacer y dónde colocar cada plato como si estuviera dirigiendo una orquesta. La última vez que me acerqué a la cocina, había sido por su petición. Me entregó un sándwich de queso, diciéndome amablemente que ese sería el último momento en que me vería por allí hasta después del evento.

Demián, en cambio, no había aparecido en todo el día. Era extraño no verlo, sobre todo en una ocasión tan importante, pero supuse que también estaría inmerso en los preparativos. Mientras tanto, los más jóvenes de la casa, los que no teníamos una tarea específica, deambulábamos sin rumbo. Edwin, entre ratos, se encargaba de reunirnos en áreas específicas para mantenernos lejos del caos y de los arreglos, pero de pronto, hasta él desapareció.

La sensación de estar sola en medio de tanta gente era desconcertante. Caminé por los pasillos, asomándome en cada esquina y escuchando a ver si reconocía alguna voz familiar. La casa, normalmente llena de vida y conversaciones, ahora parecía transformada, como si cada rincón hubiera sido tocado por la emoción del evento.

Busqué algún lugar donde pudiera prepararme, consciente de que el tiempo se me estaba agotando, pero todos los espacios parecían ocupados o bloqueados. Sabía que los vestidos y los atuendos estaban en una de las habitaciones, pero ni siquiera sabía en cuál.

Mientras deambulaba sin rumbo observando el ir y venir de todos, me topé con, los gemelos, mirándome con expresiones curiosas. Era raro verlos tan involucrados en todo el ajetreo; normalmente eran reservados, casi invisibles en la casa, pero ahora, parecían muy involucrados en todo.

- ¿Te ves un poco perdida? - comentó Tom con una leve sonrisa, con esa tranquilidad que siempre lo caracterizaba.

- La verdad, sí... - admití con una risa nerviosa - No sé ni en dónde está la ropa y las cosas o si ya es demasiado tarde para arreglarme.

Noah, más serio, dio un paso adelante señalando el final del pasillo - Todos se están arreglando en la última habitación al final de este pasillo, a la derecha - explicó con voz firme pero amable - Virginia está ayudando a organizar, y creo que Edwin ya está por allá también.

- ¿Todos? - pregunté, sintiendo que mi desconcierto los divertía un poco.

- Todos juntos - dijo Tom, asintiendo - Casi siempre, nos arreglamos en la misma habitación. Hace la espera más entretenida - añadió con una ligera sonrisa que suavizó su seriedad habitual.

Ambos me hicieron un gesto para que los siguiera. Aunque no fueran de muchas palabras, en ese pequeño gesto de guía había una cierta familiaridad, como si estuvieran cuidando de mí. Caminamos juntos hacia la habitación indicada, mientras el bullicio y la energía en la casa aumentaban conforme la noche del baile se acercaba.

Empujé la puerta con cautela, esperando no interrumpir, pero la habitación estaba tan llena de vida que mi llegada pasó desapercibida al principio. Al abrir la puerta, nos recibió el alboroto de todos acomodando trajes, vestidos, y accesorios. Edwin me saludó con una gran sonrisa desde el fondo de la habitación, y Virginia, ocupada organizando algunos detalles, me lanzó una mirada alentadora. Los gemelos se integraron al grupo en silencio, pero sin soltarme de vista, asegurándose de que encontraba mi lugar entre todos.

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