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Era más de media noche. El cielo estaba oscuro y las espesas nubes no dejaban que la tormenta cesara. Los truenos retumbaban en cada rincón de la habitación de una joven, incapaz de conciliar el sueño y proyectaban las tenebrosas sombras de los árboles que en esta época del año habían perdido hasta su última hoja.

La chica, desde su pequeña casa miraba caer las gotas sobre los ya formados charcos en el asfalto y los coches que pasaban de vez en cuando. Cuando se cansó de ver nada más que lluvia, empezó a bajar la persiana pero inmediatamente volvió a subirla para fijarse en el callejón de en frente. Había visto algo. Una silueta macabra que desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Era de noche y solo las farolas de la calle alumbraban ciertas zonas, probablemente solo fue una sombra. Estaba cansada e intentó darle importancia. Pero con el siguiente relámpago, la figura volvió a aparecer, más cerca de su ventana. Cuando quiso fijarse, el ser desapareció de nuevo. La joven se llevó la mano a la boca aterrorizada. Entonces pudo distinguir una sonrisa grotesca en la cara de esa criatura y esta vez, estaba segura de que no se lo estaba imaginando. Intentó bajar la persiana tan deprisa que solo consiguió atascarla arriba del todo. Rápidamente se metió en la cama y se cubrió con las sábanas, pero no fue capaz de apartar la vista de la ventana. De repente, otro relámpago. Nada. Y después sonó el trueno. Empezó a calmarse durante los siguientes 5 segundos hasta que alguien llamó a su puerta. La chica se quedó muda, agarrando la manta con fuerza y esperando que quien estuviera ahí fuera simplemente desapareciera. 

Pero entonces miró a la esquina de su habitación y vio a la criatura, alta y esquelética, con los dedos huesudos y vestida con harapos con solo algunos mechones de pelo que salían de su cabeza. La joven se quedó helada de repente, con sus ojos clavados en los de ese ser, grandes y desorbitados y ahí estaba su sonrisa; como si hubiera forzado los músculos de su boca hasta desgarrarlos, llegándole prácticamente hasta las orejas. Sus dientes puntiagudos y exageradamente largos, brillaban con cada relámpago. Los dos se quedaron petrificados, uno frente al otro hasta que el monstruo corrió hacia ella. A la velocidad de un relámpago. 

A la mañana siguiente, en la cama de la víctima solo quedaban restos chamuscados bañados en sangre.

El relámpagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora