-¡Anaís!- la voz de Nicole resonó por todo el parque, estaba asustada.
Eran las diez de la noche y Anaís no había vuelto a casa desde que le gritó aquello. No sabía cómo había encontrado aquellas cosas de su pasado, la caja donde las guardo estaba muy bien escondida según ella. Había demasiadas memorias de su pasado que esperaba olvidar, permanecían escondidas en la caja hasta el día que pudiera verlas sin sentir opresión en el pecho y ese odio irracional.
Tuvo que sostenerse del árbol más cercano para evitar caer, sus piernas pulsaban y no dejaba de jadear. La oscuridad había consumido cada parte del parque, estaría en completa penumbra de no ser por las lámparas que iluminaban el camino con tenue luz.
-¡Anaís!- volvió a llamar con lágrimas en los ojos.
Su hija menor estaba con los bajos cruzados sentada en una banca, la escuchaba murmurar palabras que en otro momento la habrían llegado a un fuerte regaño, ahora sólo la llevó a acercarse con cautela.
-Y aún así se atrevió a hacerles todo eso...¡¿Cómo puede hacerlo?!- la voz de Anaís se quebró al tiempo que el corazón de su madre.
-Tengo una buena explicación, cariño. Mamá lo jura.
Al tiempo que su voz interrumpió el monólogo de Anaís un ambiente de tensión lleno todo lo que rodeaba aquella vieja banca en el parque.
Anaís hizo el intento de levantarse y simplemente irse, muy en el fondo quería oír esa dichosa explicación, pero también estaba enojada con su madre como para mirarla sin maldecir. Fue Nicole quien la tomó de la mano y la obligó a sentarse junto a ella.
-Sé que no he sido muy buena madre estos días, Anaís. No necesito que me lo digas, pero es que...han sucedido cosas, yo sólo los protejo.- Anaís rodó los ojos y se cruzó de brazos, Nicole suspiró.
-El trabajo de una madre es amar a sus hijos, no tratarlos como animales en cuarentena.
El corazón de Nicole se estrujó y las lágrimas nublaron su vista.
Tenía razón, tenía razón en todo.
-La foto que viste, voy a dejártelo claro, esa chica fue mi pareja en algún momento cuando era joven.- tenía las palabras atoradas en la garganta, dolía cuando se deslizaban de sus labios.
-¿Entonces porqué actuar así con Gumball y Darwin? Dijiste que tenía una explicación, ¿no?- Nicole asintió, de pronto se proyectó de vuelta a esos tiempos donde su madre la acosaba con preguntas sobre ese jarrón roto. -Entonces quiero oírla, ahora.
Nicole tomó algunas respiraciones profundas con los ojos cerrados antes de volver a abrirlos y contar, de principio a fin la historia de como su preciado amor imposible la hizo perderse a sí misma y a todos los que amaba.
-¡Nicole! ¡Más vale que no estés perdiendo el tiempo otra vez! ¡VAS A LLEGAR TARDE A LA ESCUELA!
La voz algo aguda de su madre la asustó, dejando sus juguetes en aquél cajón de madera caoba se alisó un poco el cabello corto antes de salir. Bajó casi cayendo en la escalera.
Buscó a su madre en la cocina y fue recibida con un plato de cereal en la mesa, el primer día después de unas largas vacaciones siempre era de lo peor. No tenías ganas de levantarte y la simple idea de pasar horas y horas en un pupitre atendiendo a la clase sin hacer mucho es bastante desalentadora.
Con algunos gritos de su madre y a paso veloz logró llegar a la escuela con algunos minutos de anticipación, dejó su mochila en el suelo y con una liga negro ató su cabello azulado. No era muy largo, con esfuerzo llegaba hasta sus omóplatos, aún así Nicole era una niña muy activa, demasiado algunas veces, odiaba quedarse sentada sin hacer nada, no le gustaba actuar como una niña, por eso el cabello suelto representaba una molestia para sus movimientos.
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Una palabra: ADOLESCENCIA.
FanfictionCómo destruir una amistad de toda la vida en dos simples pasos: 1. Descubre que sientes algo por tu hermano. 2. Di le que te la pone dura. Y si agregas confesartele frente a todas las personas de la escuela totalmente desnudos no estaría mal.