|Pretexts|

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(...)

Se sentó con pereza en su cama, observando por la ventana el oscuro cielo repleto de estrellas. Desató con parsimonia la coleta que sostenía su cabello, dejándolo caer hasta media espalda. Un largo suspiro salió de sus labios mientras se masajeaba la cien con sus dedos. Y como todas las noches, se puso a pensar.

Se puso a pensar en su familia.
Se puso a pensar en su caída.
Se puso a pensar en su vida.
Se puso a pensar en... Simplemente se puso a pensar.

«Eve»

Agitó su cabeza de lado a lado y se tiró de brazos abiertos a la cama. Cerró sus ojos y soltó un pequeño gruñido, casi imperceptible.

¿Qué tenía aquel único e inigualable Nasod, que lograba adueñarse de sus sueños y pensamientos?

Claro, era una pieza extinta en la cual él tenía la aspiración de explorar. El conseguir sus códigos y usarlos para su beneficio. Su más grande anhelo, si se lo preguntaran.

Oh, bueno... Su yo del pasado diría algo como eso.

—Kukuku... Claro que no—murmuró para sí.

Aún no se había adueñado de ella y su núcleo porque todavía no era el momento. ¡Sí!, esa era la única razón. Sino, ¿por qué más?

¿Porque se había encariñado con ella?
¿Porque, algo dentro de él, comenzó a "florecer"?
¿Porque estaba cayendo contra sus encantos?
¿Porque estaba...enamorado?

—¡Tsk!, claro que no.— farbulló molesto, pasando su mano derecha por toda su cara.

Sintió una presión en su pecho que no podía describir con palabras. Era similar a cuando despertó en aquella gran biblioteca y se dio cuenta de que estaba completamente solo. Nada más él y los libros.

El hecho de haber llegado a otra dimensión no fue más que confuso, un mundo desconocido en el que había ido a parar por accidente. Fue entonces cuando Eve hizo aparición, siendo como un rayo de luz para alguien tan fascinado por la tecnología Nasod. La emperatriz fue como un impulso que le dio marcha a su vida, en donde no le quedaba nada más que su propia compañía. Un nuevo objetivo que, sin darse cuenta, salvó a un alma en pena de ser consumida por el limbo.

—No lo entiendo...

Y fue entonces cuando un sentimiento de duda lo golpeó en el rostro. Tenía el poder para vencer al mocoso pelirrojo y sus compañeros, dejando así el camino libre para obtener lo que más había deseado en ese mundo: Hacerse con los códigos de Eve.

...Pero, ¿qué era lo que le impedía hacerlo?
Quizás, todavía no encontraba el momento justo. Ese momento en donde nadie se daría cuenta de su ataque. Otra razón más a la lista por la que aún no se había adueñado de su núcleo.

Eve era un Nasod perfecto y hermoso, nadie podría igualar su belleza y elegancia. Sin duda, única en su especie. Tanto así que...

—¿Qué es esto?...— se reincorporó, quedando nuevamente sentado en la cama. Un extraño calor inundaba sus mejillas.—No puede ser.—llevó las manos a su cabello, despeinadolo. Si seguía así, se volvería más loco de lo que estaba.

Se levantó y se dirigió al baño, en donde mojó su rostro, tratando de despejar su mente y, de paso, aliviar el sentimiento de vergüenza que lo estaba inundando por completo.
Desabrochó su camisa y seguidamente se la quitó, tirandola por algún rincón.

—Mejor...me daré una ducha.

Sí, era una buena opción, porque lo único que estaba haciendo era poner simples pretextos.

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