En ocasiones la savia de la existencia no es sino el más palpable debilitamiento de una ilusión interior, unos ojos que poco a poco se apagan, una emoción que por alguna misteriosa causa se halla retraída en sí misma, una bandada de buitres en el lado oculto de la luna, la esencia nebulosa de un sueño de vida y desesperanza infinita. En ocasiones la savia de la existencia es también piélago difuso pero terrorífico de ausencia y muerte. Una ausencia que nos duele en el alma y una muerte que desea llevárselo todo. Casi siempre la savia de la existencia es el cardumen mismo de las grutas del tiempo. Más aún de un tiempo que se retuerce desde el centro mismo del dolor, un tiempo que marca el final de un Todo, un tiempo de tumbas tan abiertas como aquella palpable pesadilla que conduce a un futuro absoluto, un tiempo de insanos presentimientos que se difieren a sí mismos sobre la nocturnidad del alma. He aquí una de tantas pruebas de un tiempo que llega a su fin: de un cielo de fuego que le entona ciertas melodías desconocidas a la caducidad de la existencia, un grupo de personas de entre tantas que se han puesto las unas a las otras y que generan caos y saquean cuanta cosa ven en un entorno exento de toda fuerza institucional y de toda ley que no sea aquella que reposa sobre un charco de muerte, se acercan a un vagabundo de mirada dolorida, barba hirsuta y pensamiento expandido hacia la eternidad, o quizás hacia la muerte. "Todas las contingencias del universo han decidido manifestarse hoy en este lugar. Las brasas se hacen fuego. El dolor se hace súplica. Tantos signos para definirnos y hoy parece que solo nos quedan aquellos que nos permiten comprender que el mundo llega a su fin y que por los métodos nada recomendables del caos podemos acelerar el nuestro propio. No, no somos insulsos maniquís de la existencia. Somos un oleaje infrenable y embravecido que nunca supo para donde iba". Pensamientos como aquellos eran los que vociferaba aquel vagabundo que moría de hambre, que moría por la ausencia de toda justicia mientras aquel grupo de personas amantes del caos que mencionamos más arriba se aproximaban a él con un hálito de perfidia ensombreciendo sus miradas. Aquellas personas comenzaron a golpear a aquel hombre sin piedad alguna. El pobre vagabundo les suplicaba que no le hicieran aquello, que por favor no le hicieran daño. Un lánguido, escuálido y desnutrido perro que acompañaba a aquel desafortunado, se armó de valor e intentó proteger con su furia animal al único que recordaba haber tenido en toda su vida. Sin embargo, a él también lo masacraron a golpes.Poco antes de exhalar su último aliento, el vagabundo miró el cuerpo exánime de su fiel compañero y no pudo evitar que un océano de lágrimas inundaran sus ojos. Aquellas sádicas personas amantes del caos que se manifestaba por doquier, siguieron golpeando brutalmente a aquel hombre mucho después de que se dieran cuenta de que su alma ya había abandonado aquel mundo agonizante en el que se encontraban. No obstante, de un momento a otro, un incierto pero intenso delirio de latidos cubrió todo el ambiente. Algo tuvieron que presentir los integrantes de aquel violento y enfermo grupo de personas, porque algo, una energía muy fuerte, quizás, les hizo girar y al hacerlo, se encontraron ante sí con una mirada llameante que exigía justicia. Una mirada única. La mirada de una mujer con el eje secreto de su mirada y el murmullo de sus cabellos hechos de fuego. Una mujer en cuyo fuero interior ardía tanto la sugestividad como la irascibilidad del único pétalo de flor que jamás podrá consumir la llama flamígea de la existencia. "Antes de que les haga pagar por lo que han hecho, por qué no intentan hacerme lo mismo a mí", dijo aquella mujer, de forma retadora, con un espíritu que exhibía el mismo rojo intenso de su cabello.
Todas las inclemencias de la vida se habían dado cita en medio del apocalipsis. En algunos rincones del mundo una colorida supernova que era ostentación de emotividad o quizás de muerte, hacía las veces de un cúmulo de anhelos indesvanecentes que surcaban a toda prisa la respiración del universo. Un cúmulo de anhelos que viajaban desde el himen del vacío hasta el centro neurálgico de una existencia que delimitaba los bordes más desconocidos del corazón humano. Y mientras aquellos anhelos viajaban y hacían de las suyas, Norman Hyuss, el demiurgo de la oscuridad cuya simiente está destinada a ahogarse en sus propios latidos ante su propia incapacidad de amar, se aproximaba al lugar de la confrontación. Se aproximaba, acompañado por un monstruoso caníbal de aura horripilante que llevaba puesta una máscara de hierro y un séquito de mercenarios que seguían sus órdenes, a aquel lugar en el cual las tropas de Pascual Praguere se enfrentaban a las de Montalbán Maffla. Desde un inicio la de idea de Hyuss consistió no solo en aprovechar el acercamiento de Praguere a Montalbán para que el primero, por orden suya atacara al segundo, sino en unirsele al mismo Praguere, llegado el momento, para que el susodicho ataque fuera más efectivo. Cuando aquel arcángel, el más poderoso del ejército de Dios, aquel militar que tanto desea vencer al demiurgo de la oscuridad para apoderarse él mismo del mundo, se percató de que estaba rodeado y a punto de ser asesinado, se escapó por una vía secreta que se encontraba en aquel edificio en el que estaba y que conducía a su vez a un túnel secreto y subterráneo de escape. Marcel larkin, quien ansiaba rescatar a su sobrina, se quedó a luchar, pero como bien sabemos fue inhumanamente asesinado por Jezabel. Dumet, por su parte, trató de huir, pero en cierto momento, mientras aún se encontraba en aquel edificio en el cual se libraba un mortal y fuerte tiroteo, se topó de frente con Hyuss quien de inmediato dijo estar consciente de ser una invención literaria. Pero no una invención de Dumet Saúl Portela sino de alguien más. "¿Quieres saber quién es el verdadero escritor de estas líneas?", preguntó Huyss poco antes de dar una señal con un teléfono móvil para que una bomba atómica de varios megatones fuera estallada a varios kilómetros del suelo para que la ración gama resultante se expandiera rápidamente desde un entorno donde la presión atmosférica era casi escasa, otorgándole ello cierta velocidad y amplitud, y posteriormente dicha radiación se encargara de freír todo aparato eléctrico. El objetivo de aquello, por espantoso que parezca no era otro más que el de agregar caos al caos. Agregar un elixir de muerte a esas alquimias desmemoriadas donde toda esencia se transfigura en horror. "¿Qué fue eso?", preguntó Dumet cuando escuchó que toda la existencia tronaba y que con ella el cielo se quemaba para dar paso a un turbulento e infernal presente. Para que el corazón del averno comenzara a irrigar con su sangre de espanto el alma moribunda de las personas que aún quedaban sobre la faz del orbe. "Lo importante ahora es si quieres saber quién diseñó este destino lleno de oscuridad y maldición. Te repito la pregunta, ¿quieres saber quién escribe estas líneas? Pues bien te reto a que entres en la habitación que está detrás de mí. En ella hallarás respuestas", comentó Hyuss. Dumet no pudo acallar el fuego de la curiosidad y entró en aquella habitación.
Nunca antes el espíritu de la bella y letal Scarlet había ardido con tanta fuerza y con tanta furia. Todas las energías vitales de aquella chica se habían abocado hacia una muy extraña e intensa desolación. El fuego de su mirada chocaba una y otra vez contra la infatigabilidad del tiempo y contra la infatigabilidad de su propio ser. Aquella hermosa y letal chica, de hecho, ansiaba romper la realidad, ansiaba venganza, ansiaba rasgar el oscuro espacio de la ignominia. Tan potente era su furia, y el fuego crepitante de su alma, que los tres sujetos con ametralladoras que estaban allí decidieron apuntarle solo a ella mientras el pensamiento de que no faltaría mucho para tener que dispararle les recorrió en un santiamén la compleja extensión de sus circuitos neuronales. Melanie Oldman, cuyo espíritu de lucha refractaba la luminosidad de las estrellas más candentes de todo el universo, aprovechó el momento para en cuestión de segundos atacar a uno de aquellos peligrosos sujetos, y luego, con la misma intrépida y potente rapidez al otro, y luego al otro. No les dio tiempo de nada, solo de morir. Scarlet, por su parte, no se quedó atrás y en un abrir y cerrar de ojos se dirigió hacia el tipo que cargaba a la pequeña Iris. Cuando aquel tipo se percató, aquella letal chica cuyo fuego de la mirada chocaba una y otra vez contra la infatigabilidad del tiempo y de su propio ser, y que exhibía una furia tremenda, ya lo había atravesado con su espada. La bella y diabólica Jezabel, en medio de una semipenumbra que la ocultaba en parte, comenzó a aplaudir con cierta delicadeza, con cierto aire retorcido e infernal que no dejaba de rodearla a cada segundo.
"Hay quienes desean dejar una huella permanente en la historia para poder existir más desde la muerte que desde la vida. Dime, chica asesina, ¿crees que el hecho de que tu novio sea una figura literaria le ayude a inmovilizar el tiempo?", quiso saber la siniestra Jezabel. "Marcel inmovilizó todo lo que sentía por mí en mi corazón, de modo que en cada latido, en cada pulsación, al menos para mí, él siempre será eterno", aseguró la bella y letal Scarlet poco antes de decirle a Melanie que se llevara a Iris y le dejara esa pelea que nadie más debía librar por ella.
Una piel que se imantaba poco a poco con la esencia de un abismo pasional y justo en medio de una noche de vértigo, muerte y caos, pero también de caricias sin fin, comprendía que a su esencia se adherían los efluvios de unos universos que alguna vez fueron y que ya no son. Comprendía que hay fisuras en el viento que transpiran emociones de perfumada luminosidad estelar. Comprendía que la realidad puede invernar de cuando en cuando mas no así el alma. Se trataba de la piel de la bella Ruth Edith Monsiváis, quien, desnuda sobre un fino tapiz, comprendió, mientras sostenía un crucifijo en una de sus manos, que el tiempo de su hermana menor estaba por llegar a su fin. Una lágrima de dolor brotó de uno de sus ojos mientras frotaba suave y lujuriosamente uno de sus senos.
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De las inercias de la piel a un mar de constelaciones
Genel KurguUna hermosa chica que despierta totalmente desnuda en una oscura y lúgubre habitación sin saber a ciencia cierta por qué está allí, y una niña misteriosa que no es muy dada a hablar con las personas y que guarda un pérfido y oscuro secreto, se perca...