Capítulo tres

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—Oh, que trazos. Maravilloso. Increíble. Obviamente no llegas a mi nivel, pero ¡Oh, vaya! ¡Cuánto talento!

Lehanan —la tercera de las chicas, por fin se había presentado a la patrulla— había hecho un par de bocetos rápidos sobre los tres personajes desaparecidos, delante del grandioso Diego Velázquez.

—Muchas gracias. —La muchacha se ruborizó ante los comentarios del gran pintor.

Porque, claro está, no todos los días se reciben elogios por parte de Velázquez. Ni siquiera siendo funcionario del Ministerio.

Amelia estaba sentada en la misma mesa de la cafetería que los dos artistas y observaba detenidamente los rostros de los personajes para captar cada rasgo que pudiera delatarles. Les imaginó con togas romanas, casacas, vestidos ajustados y pantalones de campana. Cualquiera podría ser un atuendo válido allí dentro.

Las otras dos muchachas charlaban animadamente en la mesa contigua con el resto de la patrulla. Amelia hacía rato que había desconectado de aquella conversación, porque le daba la sensación de que ni Iria soportaba los chistes Julián, ni Julián aguantaba la perorata de Iria.

Selene, sin embargo, parecía muy entretenida charlando sobre la literatura actual con Alonso de Entrerrios, quien no sacaba las narices del siglo de oro. Ella se había puesto a recomendarle ciertos títulos que podría leer, aunque de vez en cuando recordaba que muchas de las obras que leía aún no se habían traducido al castellano. Por lo que se sentía culpable por haberle puesto la miel en los labios hablándole de la trama si luego no iba a entender nada del libro. Alonso parecía disfrutar mucho de las historias que la joven le iba narrando, aunque para ella tan solo fueran meros resúmenes.

Hubo un momento en el que Selene se sobresaltó ya que su compañera por poco tiró su taza de café sobre la mesa al ver entrar en la cafetería a Ambrosio Spínola. Si no hubiera sido por su compañera, tal vez la joven habría ido tras él para pedirle un autógrafo —que, era obvio, en pleno siglo XXI valdría oro—. Alonso de Entrerríos soltó una carcajada al ver la cara de la joven, pues él también era un gran admirador del Capitán General de Flandes.

Spínola pidió un sándwich mixto y desapareció nuevamente de la cafetería saludando a todo el que encontraba a su paso. No le había sido indiferente la reacción de Iria y le concedió una sonrisa amplia sonrisa.

—¿Dónde empezamos a buscar? —preguntó Amelia al ver terminados los retratos de los personajes.

La joven acercó su silla hasta la posición del resto de sus compañeros, Lehanan hizo lo mismo e incluso Velázquez se unió a la conversación.

—¿Puedo ir? —preguntó, pestañeando con energía.

—Necesitamos que nos cubras —le susurró la universitaria.

Velázquez no pareció muy satisfecho con la contestación, pero aun así hizo una de sus peculiares reverencias y se alejó de la cafetería sin apartar la vista de ellos.

—Salvador dijo que os encontraron en una puerta —rememoró Julián—. ¿Por qué estabais precisamente en esa?

—Hazan fue dejando un rastro de barro, simplemente lo seguimos —explicó Iria, que a pesar de que contestaba a Julián era al único al que no miraba.

—¿Cómo es posible que salieran de ahí?

Alonso tenía demasiado respeto por ese tipo de cosas y miraba con terror la portada del libro por el que —según él— los fantasmas se habían escapado.

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⏰ Última actualización: Feb 05, 2017 ⏰

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