FDC1 La vieja guardia

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LA VIEJA GUARDIA

John Scalzi

(Fuerzas de defensa coloniales I)

Título original: _Old Man's War_

Traducción: Rafael Marín

©2005, John Scalzi

©2007, Minotauro

ISBN: 978-84-450-7638-5

PRIMERA PARTE

1

El día que cumplí setenta y cinco años, hice dos cosas. Visité la tumba de mi esposa y me enrolé en el ejército.

Visitar la tumba de Kathy fue lo menos dramático. Está enterrada en el cementerio de Harris Creek, a poco más de un kilómetro de donde yo vivo y donde juntos formamos nuestra familia. Hacer que la aceptaran en el cementerio fue más difícil de lo que quizá debería haber sido; ninguno de los dos esperaba necesitar un entierro, así que no habíamos hecho los preparativos. Es un poco mortificante, por usar la palabra adecuada, tener que discutir con el director de un cementerio sobre el entierro de tu esposa, que carece de reserva. Al final, mi hijo, Charlie, que casualmente es alcalde, tiró de unos cuantos hilos y consiguió el solar. Ser padre del alcalde tiene sus ventajas.

Bueno, respecto a la tumba. Normal y corriente, con uno de esos pequeños marcadores en vez de una lápida grande. Contrasta con la de Sandra Cain, justo al lado, cuya enorme lápida es de granito negro pulido, con una foto de cuando Sandy iba al instituto y una sentimental cita de Keats sobre la muerte de la juventud y la belleza allí grabada. Típico de Sandy. A Kathy le habría divertido saber que Sandra está junto a ella, con su grande y dramática lápida: durante toda la vida, Sandy albergó una rivalidad pasivo-agresiva hacia ella. Kathy acudía a la feria local con una tarta y Sandy llevaba tres, y se cabreaba, no demasiado sutilmente, si la tarta de Kathy se vendía primero. Kathy intentaba resolver el problema comprando una de las tartas de Sandy. Es difícil saber si esto empeoraba las cosas o las mejoraba, desde el punto de vista de Sandy.

Supongo que la lápida de Sandy podría considerarse la última palabra en el asunto, una muestra final que no puede discutirse, porque, después de todo, Kathy está ya muerta. Por otro lado, no recuerdo que nadie visitara a Sandy. Tres meses después de su fallecimiento, Steve Cain vendió la casa y se mudó a Arizona con una sonrisa pintada en la cara tan ancha como la Interestatal 10. Me envió una postal unos meses más tarde: se estaba tirando a una mujer que había sido actriz porno cincuenta años antes. Me sentí sucio durante una semana después de recibir esa información. Los hijos y nietos de Sandy viven en la ciudad de al lado, pero por lo mucho que visitan su tumba, podrían perfectamente vivir también en Arizona. La cita de Keats de la lápida de Sandy es probable que no la haya leído nadie más que yo desde el funeral. Y aun así de pasada, al acercarme a la tumba de mi esposa.

El marcador de Kathy muestra su nombre (Katherine Rebecca Perry), las fechas de su nacimiento y su muerte, y las palabras: amada esposa y madre. Leo esas palabras una y otra vez cuando voy a visitarla. No puedo evitarlo; son cuatro palabras que resumen tan inadecuada y a la vez perfectamente una vida... La frase no dice nada sobre ella, sobre cómo amanecía por las mañanas o cómo trabajaba, sobre cuáles eran sus intereses o dónde le gustaba viajar. Leyendo eso nunca podría adivinarse su color favorito, o cómo le gustaba llevar el pelo, o a quién votaba, o si tenía sentido del humor. No se sabría nada de ella excepto que era amada. Y lo era. Ella consideraría eso suficiente.

No soporto visitar ese lugar. No soporto que quien fue mi esposa durante cuarenta y dos años esté muerta, que en un minuto de un domingo por la mañana estuviera en la cocina mezclando la masa para los barquillos y hablándome de la reunión del consejo de la biblioteca de la noche anterior, y al minuto siguiente estuviera en el suelo retorciéndose con una embolia cerebral. No soporto que sus últimas palabras fueran: «¿Dónde demonios he puesto la vainilla?»

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⏰ Última actualización: Apr 15, 2010 ⏰

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