Darius Blackstone se materializó en la estancia que precedía a la cueva y paseó su mirada escrutadora por la sala antes de agacharse. Colocó sus manos abiertas en el suelo, inclinó la cabeza y cerró los ojos poniendo todo su poder a trabajar. La tierra bajo sus manos tembló mientras él sondeaba el terreno.
Su imagen se perdió para aparecer dentro de la cueva en la misma posición de búsqueda. Exploró desde allí como había hecho desde fuera. Solo en sus ojos se mostró el resultado: el rojo de la rabia tiñó sus pupilas provocado por la impotencia y la frustración.
Saltó de nuevo, lejos de allí; así se desplazaban sus hermanos y él. Ni siquiera se incorporó, tenía que encontrarla. No podía estar lejos, pesaba demasiado para moverla.
Era imposible, no podía haber desaparecido, se dijo una vez más al volver a la cueva; pero allí no estaba, eso era evidente.
La piedra de Fal, su elemento mágico no estaba en la cueva. ¿Cómo iba a desaparecer? La idea de un robo pasó por su mente pero apenas le prestó atención, nadie podía llevarse una roca de esas dimensiones. Caminó hacia donde debía estar y se colocó en su lugar con la esperanza de sentir algo. No era capaz de asimilarlo y no obstante la evidencia era aplastante: su reliquia había desaparecido.
Darius arrastró sus pies hasta la salida. Llevaba horas saltando de un lugar a otro y no había encontrado nada. Sus fuerzas estaban al límite y el resultado había sido nulo. Y para empeorar las cosas ni siquiera sabía cómo buscarla si sus poderes no la localizaban. Llevaba doscientos años encontrándolo todo así, ¿cómo iba a hacerlo ahora de otra forma?
Se agachó una vez más y buscó, pero no la piedra, buscó a la esposa de Lucien, su medio hermano la había puesto a salvo en su casa. Sus labios se curvaron en una mueca, Thara no estaba en la cueva. Extendió sus poderes más allá de sus dominios, más allá de Escocia. La estela del camino hacia ella le llevaba lejos. Sus dedos se clavaron en la tierra y absorbieron la energía terrenal durante largos minutos, la necesitaba para recoger el trayecto hasta el suelo bajo los pies de Thara Barlay. Darius sonrió triunfante, aún podía encontrar cuanto quería. Tan solo había una cosa que nunca había podido localizar mediante sus poderes: a Nuada. Lo máximo que podía hacer era sentir su huella en este lado; pero eso había sido siempre así, nada había cambiado. El temor se abrió paso ente sus cavilaciones, Nuada estaba cada vez más cerca de ellos. Había conseguido dominar a un mortal con su sangre y enfrentarlo a ellos. Sabía que con Samhain tan cerca las murallas entre los mundos estaban debilitadas y si su padre había conseguido algo de poder aprovecharía ese día para actuar. ¿Se habría llevado la Piedra de Fal?
De lo que sí estaba seguro en esos momentos, era que afuera, sus hermanos esperaban información.
—¡No está! —afirmó.
Lucien Laverty le miró sorprendido; a su lado, Marcus McLavert estaba tan asombrado que solo negaba con la cabeza. Iam Blackstone se acercó a su gemelo y le acompañó hasta la mesa donde le obligó a tomar asiento.
Ninguno iba a formular las típicas preguntas pues todos conocían ya las respuestas: Darius había buscado sin descanso la piedra durante horas sin resultado. La pregunta correcta era ¿qué iban a hacer ahora?
—¿Has perdido poder?
Darius levantó la cabeza y miró a Lucien antes de responder.
—No, todo sigue igual excepto que no está – el siempre cauteloso Lucien le miró dudoso—. Pregúntale a tu esposa por qué no fue a la cueva como le ordenaste.
Los ojos de su medio hermano se volvieron rojos en un instante al pensar en que habían observado a su amada.
—No tenía otra forma de comprobar si con la piedra se habían ido mis poderes. A vosotros os he podido encontrar siempre, quería ver si a ellas también.