13. Dulces torturas.

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Jim.

El sonido de otro golpe me despierta del letargo, hemos pasado demasiadas horas dentro de estas mazmorras malolientes, y mi cabeza no trabaja con normalidad, si no fuese por el polvo blanco que Edward se mete por la nariz, estaría igual de cansado que yo.

El hombre atado a la silla está casi inconsciente. Edward pasea a su alrededor, impaciente, maquinando una manera de extraerle la verdad, saboreando las miles de torturas que podría aplicarle, solo para volver a su despacho excitado y revolcarse con más de una mujer u hombre.

-Es suficiente.- Trato de decir sin que el bostezo lo impida.- No hablará.- El prisionero asiente y Edward me observa con disgusto, odia que se metan con sus juguetes.

-Yo diré cuando sea suficiente.- Gruñe y le da otro golpe en la mandíbula.- Y tú no te metas en los asuntos ajenos.- Toma del cabello al jadeante y ensangrentado despojo de hombre para gritarle en el oído.- ¿ACASO NO TE LO ENSEÑÓ TU MADRE? ¿HE?

-Si sigues así tendrás un cadáver, no prisionero al cual sacarle información.- Replico conteniendo mis ganas de insultarle, me mira sin mediar palabra, olfateando el temor que produce en mí, siempre he temido a este Edward, impredecible, violento, cegado por su deseo de sangre, el elixir que convierte a los Valleyhigh en lo que son.

-Está bien, iré a lavarme las manos, sácale la mordaza y que escupa la sangre.- Ordena con disgusto antes de retirarse de la habitación, el calor aquí es horrible, y las cañerías rotas proveen de una humedad sofocante y un olor a pudrición. Me acerco al hombre. Le quito la mordaza, no deja de sollozar por el dolor.

El lunes por la noche fue encontrado en el campanario de la Gran Captell con cinco detonadores de mecha, obviamente es parte del grupo terrorista, desde que lo trajeron no ha querido revelar nada, asegurando de que si lo hace le matarán. Y siendo honesto, aunque diga toda la verdad Edward lo matará, por el simple placer que le produce.

Pero antes hará que su muerte sea larga y agónica. Eso es algo a lo que aún no me acostumbro. El hombre trata de normalizar su respiración, me pregunto qué valdrá tanto como para arriesgarse a tan peligrosa misión. El hombre parece adivinar mis pensamientos, o al menos comprende mi mirada de angustia e incertidumbre.

-Mis hijos.- Responde cuidando de que su voz no genere eco.- Ellas tienen la cura.

-¿Qué cura?- Algo no me calza.- ¿Quiénes son ellas?

-Para el mal de las raíces negras, ellas...- El sonido d las puertas al abrirse le callan, no dirá nada frente a Edward, conoce el destino sellado de su futuro.

-¿Ha hablado?- Pregunta Edward apenas entra, ha cambiado su camisa llena de sudor por una nueva, y el dulce aroma que despide da testimonio de que ha estado bebiendo, y sus pupilas dilatadas dan aviso de que nada podrá detenerle, la droga ha tomado el control de su cuerpo.

-Nada, ni siquiera ha pedido agua.- Miento, el guardia que en todo momento ha estado bajo el dintel, me mira disimuladamente, y con discreción ordeno su silencio.

-Que descortés de nuestra parte, pido disculpas buen hombre.- Saca el balde que recoge el agua de la cañería rota y la derrama sobre el tipo. Éste se retuerce ante el contacto del frío líquido y emite un par de chillidos. Comienza a rezar una oración en un idioma que no comprendemos, "no idiota" digo en mis pensamientos.

-En nuestro idioma.- Pido con determinación.

-No detendrán el fin.- Comienza a decir mirando al cielo.- El día llegará, sus casas arderán, el mar se tragará sus calles y les devolverá los cadáveres de sus hijos.

Una Corona de Sangre I: Reina del Cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora