Mariana se separó después de catorce años de infeliz matrimonio. Tuvo dos hijas con mi cuñado. Éste no demostró que le importaran las niñas, ni antes ni después de salir de la cárcel. Mi hermana organizó su vida y regresó a estudiar la prepa. Trabajaba en las mañanas hasta las tres, corría a su casa para preparar la comida para sus hijas, las dejaba encargadas con una vecina y corría a la escuela. Estudió psicología en la UNAM. Parecía hormiga, siempre corre, corre, corre.
Regresó junto con las niñas a casa de mi madre porque le quedaba más cerca de la universidad; así podía estudiar, no tenía que pagar renta y mi madre cuidaba a las niñas. Eso fue lo que pensé al principio. Sin embargo, en cuanto llegó, en lugar de saludarme y ponernos de acuerdo sobre qué lugares iba a ocupar, lo primero que dijo fue:
—¿Dónde están las escrituras de esta casa?
Llegó con la espada desenvainada, lista para luchar contra mí.
Yo le había comentado antes que quería solicitar un préstamo bancario para poder ampliar la casa, pero nunca hice el trámite. Así que le contesté:
—En su lugar, nunca las he movido de ahí.
Me dio órdenes de que le entregara los documentos INMEDIATAMENTE. Respiré hondo y fui por ellos. Me sentía otra vez como si fuera niña y me hiciera ir a buscar mi cuaderno de tareas, para reprenderme por los taches que me había puesto la maestra.
—Aquí están —dije.
Buscó las escrituras originales, las revisó, emitió un suspiro de alivio y quedó satisfecha. Ya no dijo nada.
Mariana decidió quedarse en el cuarto de mi madre. A mí no me quedó otra alternativa que apilar mis cosas donde menos estorbaran: en el patio y debajo de una escalera. Para dormirme hacía uso del sillón de la sala. Muchos de mis muebles que no cupieron se quedaron a la intemperie; como era época de lluvias, se echaron a perder, y también parte de mi ropa, que estaba encimada y húmeda. Mis sobrinas, las hijas de Mariana — Pao es mi sobrina mayor, tiene catorce años; María José, la chica, once—, ocuparon el cuarto que era mío. Mi hermana nunca me preguntó si quería ceder mi cuarto o no; no pidió mi parecer, ella sólo hizo lo que quería hacer.
Dos meses después, mi hermana me dijo que por qué no arreglaba algún cuarto en la azotea, y que me subiera para que estuviera más cómoda.
—Te lo digo por tu bien, no es que me estorbes...
Lo hice. Me fui a la azotea. Mariana nunca levanta la voz, no discute, ni dice groserías; cuando se enoja se pone roja y procura bajar su tono de voz lo más posible; pronuncia cada sílaba como si la deletreara. Cuando ella "sugiere" algo, es una orden.
Mi ropa no cabía y hacía un calor del demonio con el techo de láminas. Colgué mis vestidos encima de mi cama, así que nunca pude incorporarme, ni para ver la televisión ni para leer. Me dio por buscar cafés para ir a leer los guiones que me presentaban para trabajar.
Mariana tenía miedo de que fuera a empeñar las escrituras o a darles mal uso. Pero su temor más grande era que yo me quedara con esa casa. El testamento está hecho a nombre de las dos. Soy muy consciente de que si hay alguien que se sacrificó para construir esa casa fue ella. Así que no tengo ningún interés en hacer valer el testamento.
En esa etapa de nuestras vidas, las cosas entre ambas eran difíciles. Cuando no estoy de acuerdo con algo, generalmente me callo o "pinto mi raya". No tengo ninguna intención de pelear el testamento de esa casa. Entre mi madre y ella lucharon por construirla; de mi parte no hay más que agradecimiento por haber tenido un lugar donde vivir durante mi infancia y mi adolescencia.
Renté un departamento y me fui. En ese lugar estuve como diez años, hasta que pude comprar la casa de Coyoacán. Mariana, Pao y María José se quedaron en la casa de mi madre. Mi hermana tramitó la pensión alimenticia, con la cual pagaba algunos gastos de las niñas.
Fue difícil para ella trabajar en la mañana como asistente de un diputado de la XLI Legislatura y en la tarde asistir a la universidad. Entretenía a las niñas con clases de música, gimnasia y natación; música en la Escuela de Música de la UNAM, y natación y gimnasia en la Alberca Olímpica. Toda la semana era correr de un lado a otro con sus hijas. No estaba muy segura del asunto de tener entretenidas a las niñas; yo creo que nos entreteníamos más Mariana y yo al llevarlas a todas sus actividades. Cuando podía pasar por alguna de ellas a su escuela, iba y la dejaba en casa de mi madre o en casa de las tías de mi "cuñis". Para mí era una forma de ayudar a mi hermana.
Su sueldo no era mucho, pero era una persona muy organizada, así que la pensión que logró la asignó a una cuenta bancaria a nombre de mis sobrinas. Ellas pueden usar ese dinero para transporte o para comprar el material que les piden en la escuela.
Ha invertido una parte de su sueldo para comprar joyería de oro que luego vende a plazos en su trabajo. Viaja en metro con un dineral. Coloca todos sus muestrarios en envases de Tupperware, y éstos, a su vez, en bolsas de plástico. Nada que llame la atención. Empezó con un pedazo de tela de terciopelo negro, y ahora trae como cinco envases de plástico llenos de joyas. Siempre le he dicho que se equivocó de carrera. En lugar de ser psicóloga debió ser contadora o administradora; es excelente en ese sentido. Nada escapa a su libreta de clientes. Hasta maneja un kárdex para controlar a la clientela.
En la prepa la ayudé con algunas tareas, sobre todo de literatura, mi materia favorita. También la auxiliaba en geografía, pintando mapas, mientras esperaba a las niñas. Algunos vecinos llegaron a pensar que eran hijas mías, y que trataba de ocultarlo porque seguramente no convenía para mi carrera de actriz. Y hasta salí en fotografías cuando las recogía. Nunca me di cuenta a qué hora las tomaron; el chiste es que me enteré porque alguien me dijo que ya sabía el chisme. "¿Cuál chisme?", pregunté. Y me dijeron el asunto de las niñas. Sentí orgullo: mis sobrinas eran todo para mí. Y hubiera estado encantada de ser su mamá.
Por cierto, las tías de mi cuñado fueron quienes enseñaron el catecismo a Pao y María José para que hicieran su primera comunión.
Continuara...
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Yo zorra, tú niña bien
Novela JuvenilLa suerte de la zorra, la niña bien la desea yo zorra, tu niña bien es una seductora novela sobre la rivalidad entre dos medias hermanas, Mariana y Renata, quienes fuero educadas de maneras diferentes por su madre. La mayor Mariana, al ser víctima d...