Monstruos.

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Esta historia se remonta a aquellos tiempos en los que la gente creía que las brujas volaban en escobas, que los naufragios tenían algo que ver con las sirenas y que en lo más profundo del bosque habitaban seres espantosos. Las leyendas decían que si alguien se encontraba con aquellos seres, nunca nadie volvía a saber de aquella persona.

Algunas familias del pueblo no creían en semejantes seres, ya que muchas de ellas se dedicaban a la serrería y conocían cada parte del bosque como la palma de su mano.

Tom odiaba el oficio de su familia, pero no tenía más remedio que obedecer a sus padres. Al ser el más pequeño de sus hermanos, no tenía que trabajar mucho, pero tenía la obligación de sustituirlos en el trabajo. Tom era un chico tranquilo, siempre andaba metido en sus pensamientos, y la mayor parte del tiempo la pasaba en algún lugar del bosque dibujando en el cuaderno que siempre llevaba con él. Sus dibujos eran realmente magníficos, el jóven tenía mucho talento. Pero no mostraba sus creaciones a nadie, excepto a Helen, su mejor amiga. Pero ni ella había visto todos los cuadros de Tom. Cuando no estaba dibujando algún paisaje del bosque, se dedicaba a retratar a su amiga, sin el valor suficiente para mostrarle algún día sus creaciones. Tom le amaba de la misma manera en la que amaba dibujar, o de la misma manera que amaba la lluvia o dar paseos tras esa. Pero el chico sabía que nunca podría estar con Helen, ya que su familia la había prometido con el jóven más rico del pueblo, Balthazar.  La familia de la chica nunca le había considerado como un pretendiente. Por eso él sabía que no había nada que hacer. 

A penas quedaba un día para la celebración de la boda cuando Helen recibió una nota pidiendo una cita. Reconoció la letra de Tom, tan cuidadosamente trazada como siempre. Escondió la carta en el baúl de su habitación, y se dirigió al lugar del encuentro. Y allí estaba él, con su pelo negro bañado por los rayos de un atardecer, con sus ojos color avellana un poco apagados, sonrió al ver a su amiga a la vez que apretaba el rollo que tenía en las manos. Helen se aproximó hasta quedar a unos pasos de él.

-Buenas tardes, Helen.-dijo Tom con una voz débil.

-Buenas tardes.-sonrió la chica a la vez que se aproximó un poco más. Desde esa distancia podía apreciar cada detalle del rostro de su amigo. Oprimió el impulso de acariciarle, no podía hacer eso, en poco tiempo sería una mujer casada. 

-Le he traído un regalo...Un regalo de boda.- dijo con el mismo tono de voz mientras extendía el rollo de papeles.

Helen dudó un segundo en aceptarlo, pero finalmente lo hizo. Cuando abrió el regalo, pudo ver todos y cada uno de los retratos que él había hecho de ella. Observaba maravillada los dibujos mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro.

-Tom...Tom, no puedo aceptarlo.- sollozaba la chica- es un regalo precioso, pero...

-Sólo aceptalo, es lo único que te pido. Quiero que algún día viendo estos dibujos te acuerdes de mi, y  espero que sonría recordando todos aquellos momentos que hemos pasado.- los ojos de él también se habían llenado de lágrimas, pero volvió la vista para otro lado.

La chica cogió entre sus manos la cabeza de su amigo, y la aproximó más cerca de ella, hasta que los dos quedaron a la misma altura.

-Tom, le amo, siempre lo he hecho. Pero los dos sabemos que no podemos estar juntos...-dijo mientras un par de lágrimas caían de sus ojos, mientras le daba un beso fugaz a su amado. Tras ello se apartó y corrió de aquel lugar.

Tom quería suplicarle que no se fuera, que podían escapar, podían estar juntos. Pero sabía que ella no podría humillar a su familia. Así que decidió dar un paseo por el bosque. Llevaba un buen rato andando, sin prestar mucha atención a donde iba, cuando quiso darse cuenta estaba perdido. Pero era imposible, él conocía el bosque a la perfección, pero aún así se había perdido. Comenzó a caminar, pero cuando llevaba ya un buen rato, decidió sentarse a descansar un poco. Sacó un pequeño retrato de Helen del bolsillo de su chaqueta.

-Oh, Helen, mire lo perdido que estoy sin vos...

A unos pasos de él escuchó la risa de una chica, al girarse no había nadie. Pensó que fue una imaginación suya, detrás de un árbol pudo ver el destello de un vestido blanco y una melena pelirroja.

-Helen...-musitó el chico mientras comenzaba a aproximarse.

La jóven pasó de esconderse detrás de un árbol a estarlo detrás de otro. Tom se estaba mareando, pero no paraba de seguir a la chica mientras pronunciaba su nombre. La jóven había desaparecido, el chico creyó que estaba loco, hasta que una mano suave le rozó el cuello y se volvió a escuchar la risa de la chica que comenzaba a correr. El chico no dudó en seguirle. A lo lejos se podía ver un fuego, debía de ser una hoguera, ya que el humo se extendía muy alto hasta que se perdía por encima de los árboles. Al ir aproximandose se podía distinguir el olor a leña, pero también el olor de unas hierbas aromáticas también. Al estar corriendo tanto rato, le costaba respirar y más con esos olores en el ambiente, que hacían que le doliera la cabeza y se marease. Le pedía a su amiga que parara, pero ella no le hacía caso y finalmente paró al lado de la hoguera donde habían dos jóvenes más. Tom llegó tras ella, y por fin pudo acercarse a ella, la cogió de la mano y a giró. Pero no era ella, era una jóven que poseía una belleza increíble que le miraba curiosa. El chico sintió una gran decepción, pero también otro sentimiento afloraba dentro de él, el miedo. Se alejó unos pasos de las bellas chicas, pero no podía moverse más, el extraño olor es como si se hubiera metido en su cabeza y le impedía poder controlar su cuerpo. Las chicas comenzaron a danzar alrededor de la hoguera cantando en un idioma desconocido y riendo, Tom no podía apartar la vista de ellas, mientras que sus mareos habían aumentado.

Una de las chicas se acerco unos pasos a Tom, le dedicó una mirada de desagrado.

-Bienvenido al infierno.-dijo con una voz ronca y espeluznante.

Tras eso, continuó la danza con sus compañeras. Pero habían notables cambios en ellas, pero Tom no podía verlos desde ahí, así que avanzó unos pasos. Las chicas pararon su baile, se giraron y se dirigieron al muchacho.

Lo que antes eran unos rostros bellos, se habían convertido en unos rostros blancos como la nieve y esqueléticos, en el lugar de sus ojos sólo habían unas cuencas negras y vacías. Sus brazos eran más largos y huesudos que colgaban relajados. Sus dedos y sus uñas se habían convertido en garras largas y afiladas. Sus bocas estaban llenas de unos dientes enormes y puntiagudo. Todo su cuerpo estaba totalmente transformado, tenían unas enormes jorobas que les impedían estar rectas, pero eso no era todo, las deformidades de sus espaldas estaban en carne viva de la que brotaba sangre, pero también se podían ver los huesos de sus espaldas. A Tom se le revolvió e estómago al ver semejante, pudo lograr dar un paso, pero se derrumbó y cayó al suelo. Mientras las tres chicas se aproximaban y reían a la vez. 

La desaparición de Tom había impactado a todo el pueblo, sobre todo a la familia y a Helen. Los vecinos les ayudaban en lo que podían y la busca no cesaba. Un día, Balthazar llegó a la casa de los familiares con una mala noticia, se había encontrado el anillo familiar al lado de una hoguera en la profundidad del bosque junto a la ropa de su hijo.

La noticia de la misteriosa muerte del joven leñador se había extendido rapidamente por las localidades del alrededor. La historia de este jóven servía para advertir a los demás de los peligros del bosque. Helen pasó el resto de su vida culpándose de la muerte de Tom y arrepintiéndose de no haber huido con él.

Y tú, ¿crees en los monstruos?

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⏰ Última actualización: Jan 29, 2014 ⏰

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