Isla Zombi

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Un mes después del desastre global: las naciones más desarrolladas del mundo han sucumbido a las masas de zombis. En Nueva York, los muertos han tomado las calles, empujados por un hambre insaciable de cualquier ente vivo.

Desde la otra parte del planeta, un pequeño grupo de colegialas-soldado armadas hasta los dientes, guiadas por un ex inspector de armamento de la ONU, se dirigen a la ciudad en busca de un medicamento que necesitan desesperadamente. Creen estar preparadas para todo. Pronto descubrirán que hay algo peor que los no muertos. 

PRIMERA PARTE

1

Osman se asomó por la borda y escupió al mar grisáceo antes de darse media vuelta para vociferar las órdenes a su primer oficial, Yusuf. El GPS había muerto a las dos semanas de internarse en el mar y en medio de la niebla tendríamos suerte si no impactábamos a toda velocidad contra el borde de Manhattan. Sin luces en la bahía con las que guiarse y con la radio enmudecida, sólo podía confiar en los cálculos estimados y en la intuición. Me dirigió una mirada desesperada.

—Naga amus, Dekalb —«cállate», dijo en somalí a pesar de que yo no había dicho ni una palabra.

Fue corriendo de un extremo de la cubierta al otro, apartando a las chicas de su camino. Apenas podía verlo a través de la neblina cuando llegó a la barandilla de estribor, a sus pies se formaron unas espirales de vapor que salpicaban la madera y el cristal de la cubierta de proa con diminutas gotas de rocío. Las chicas parloteaban y gritaban como siempre, pero en la claustrofóbica niebla sonaban como aves carroñeras peleándose por unos suculentos despojos.

Yusuf gritó algo desde el timón, algo que era evidente que Osman no quería oír.

—Hooyaa da was! —le contestó el capitán. Después gritó—: ¡Un cuarto! ¡Reduzca un cuarto! —Tuvo que haber notado algo en la oscuridad.

Entonces, por algún motivo, me volví para mirar adelante, a babor. Por allí lo único que había eran tres chicas. Con sus uniformes, parecían un grupo de muchachas a las que les había ido verdaderamente mal. Pañuelos grises en la cabeza, chaquetas azul marino, faldas tableadas, botas militares. Los AK-47 colgados del hombro. Dieciséis años y armadas hasta los dientes, el Glorioso Ejército Femenino de la República de Mujeres Libres de Somaliland. Una de las chicas levantó un brazo y señaló algo. Miró hacia atrás, a mí, en busca de aprobación, pero yo no veía nada ahí fuera. Entonces lo vi y asentí dándole el visto bueno. Una mano en las alturas, por encima del mar. Una enorme mano verde e hinchada sujetando una antorcha gigante, el dorado de la punta difuminado en la niebla.

—¿Eso es Nueva York, verdad, señor Dekalb? Ésa es la famosa Estatua de la Libertad. —Ayaan no me miró a los ojos, pero tampoco estaba observando la estatua. Era la que más inglés hablaba de todas y se había convertido en mi intérprete durante el viaje, pero no teníamos confianza. Ayaan no tenía confianza con nadie, a menos que se tuviera en cuenta su arma. Supuestamente, era una tiradora excepcional con el AK-47 y una asesina despiadada. Aun así, no podía evitar que me recordara a mi hija Sarah y a los maníacos con los que la había dejado en Mogadiscio. Al menos Sarah sólo tendría que preocuparse por los peligros humanos. Mama Halima, la líder militar de la RMLS, me había garantizado personalmente que estaría a salvo de los peligros sobrenaturales. Ayaan ignoró mi mirada—. Nos enseñaron la fotografía de la estatua en la madraza.  Nos hicieron escupir sobre la foto.

Hice todo lo que pude para ignorarla y observé cómo se materializaba la estatua entre la niebla. Lady Libertad tenía buen aspecto, casi idéntica a como la había dejado cinco años atrás, la última vez que estuve en Nueva York. Mucho antes de que la Epidemia comenzara. Supongo que esperaba ver algo, algún signo de daño o deterioro, pero ya se había puesto verde de cardenillo mucho antes de que yo naciera. En la distancia, y a través de la niebla, se veía el pedestal, la base en forma de estrella de la estatua. Era tan real que parecía mentira, perfecta e impoluta como en una alucinación. En África había presenciado tantos horrores que creo que había olvidado que Occidente puede ser así, con su destello de normalidad y bienestar.

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⏰ Última actualización: Mar 11, 2012 ⏰

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