«Bueno, porque te quiero»

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El amor es algo muy simple


Fue algo muy extraño, estaba sentado en el banco de la parada del bus, esperando para poder volver a mi casa. Empezó a venir gente, cada vez más, como era normal. Y justo cuando se suponía que debería llegar el bus, apareció entre la gente un chico más y se sentó a mi lado. Me llamó la atención, porque era la primera vez que le veía. En lo que pasó un minuto, había memorizado toda su forma de vestir (muy casual, como yo diría): unas Vans negras con calcetines blancos y largos, unos pitillos negros, una sudadera amarilla mostaza y un piercing negro en la nariz. Raro que todavía no me hubiese dicho que dejase de mirarle, porque no paré desde que llegó a la parada. Pero todo ese momento de gloria, pensando que no me diría nada, se vino abajo en cuanto le miré a los ojos, unos ojos marrones oscuros como el café desde los que podía ver hasta su alma, un alma que me miraba. Al darme cuenta y salir de mi mundo, retiré la mirada. Luego escuché su voz (una voz preciosa por cierto) que me dijo: «Oye, ¿no tendrás un cigarro, no?». Volví a mirarle y asentí como un niño pequeño mientras veía como extendía su mano. Un poco atontado, le sonreí y le di la mano, pero al ver que se rió me di cuenta que había hecho algo mal.

-Es una broma, ahora te lo doy - sonreí, saqué un cigarro y se lo di-. Aquí tienes.

-Muchas gracias -sacó el mechero del bolsillo y se encendió el cigarro, dio una calada y sonrió-. Buena broma esa, me la voy a apuntar.

-De nada- sonreí de una manera forzada y agaché la cabeza mientras sacaba otro cigarro para mí.

-Oye, ¿siempre se retrasan tanto los buses aquí?

-¿Es la primera vez qué coges un bus, verdad?

-Pues sí, la verdad. Y estoy un poco perdido. ¿Sabes cuál es el que va a la Calle Madrigueras, cerca de la plaza?- Me dijo en un tono avergonzado.

-Sí, es el mismo que cojo yo. Son cinco, seis paradas.

-¿Ah, sí? ¡Qué bien!- dijo con un entusiasmo que no entendía.

Después de eso, le sonreí y no le contesté. No sabía qué le podía decir. Terminé mi cigarro y él aún seguía con el suyo. Le pedí una calada. «¿Quieres probar mis babas o qué?», me dijo. Me sacó una risa tímida, tenía razón, pero no quería que lo supiera. Me dio una calada y acabamos el cigarrillo. Llegó el bus y nos subimos juntos. Le dejé que se sentara en el lado de la ventana.

-¿Y si no te dejo salir cuando tengas que bajarte? -se dibujó una pequeña sonrisa en mi cara.

-Pues me tendré que ir contigo a tu casa, ¿no?

-Si quieres venirte, te dejo.

Se rió. Tras un pequeño abismo de silencio, me cogió de la mano. Yo me sonrojé. Él apoyó la cabeza en mi hombro.


-¿Por qué me coges de la mano?-le dije en un tono entre extrañado y encantado.

-¿No puedo?

-Sí, pero no entiendo el por qué.

-Porque quiero.


Me quedé callado.

-Bueno, porque te quiero.

Le retiré y le solté de la mano. Sonrojado, le miré un poco mal y le grité susurrando. 


-¿¡Pero qué estás diciendo, si me acabas de conocer!? ¿¡Cómo puedes decir que me quieres!?

-Simplemente, te he visto y he visto como te has quedado mirándome. Y eso me ha gustado. Luego al hablarte me ha gustado mucho lo nervioso que te has puesto. Así que me he dicho: «me gusta, tiene que ser mío».

-No me tomes el pelo-. Miré al suelo con la cabeza agachada.

-No bromeo, me gustas-. Me cogió de la barbilla y giró mi cabeza para que le pudiese mirar a los ojos.- ¿Y yo a ti?


Miré al suelo otra vez, aún con la cara como un tomate. Noté que se sentó encima mía para salir. Salió y me dio un beso en la mejilla.

-Me lo tomaré como un sí-.Dijo mientras se alejaba de mí.- Mañana nos vemos, ¿vale?

Me acerqué a la ventana del bus, para mirarle. Todavía no me creo lo que me pasó. Me miró desde la calle y me guiñó un ojo. Volví a mirar para adelante y pensé. Pensé en el sentido que tenían esos últimos 40 minutos de mi vida. Pensé en ese chico anónimo que dice que me quiere, ese que me dio la mano, el que me dio un beso en la mejilla, el que en 40 minutos había conseguido un pequeño hueco en mi corazón. Y esperé, esperé a que lo que me acababa de pasar no fuera una broma, esperé a poder llegar a mi casa y ponerme a hacer algo para intentar concentrarme en otra cosa.

Pero eso no fue posible. Esos 40 minutos se habían quedado grabados en mi mente, segundo a segundo; y lo peor era que esos segundos no paraban de reproducirse cada vez que intentaba hacer algo. Y justo antes de dormirme, miré a las estrellas y pedí un deseo: «Ojalá esos 40 minutos de hoy, se conviertan en una eternidad».

40 minutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora