Prólogo

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Gruesas gotas de lluvia caían golpeando su rostro y empapando su ropa mientras corría con prisa
hacia el aeropuerto.
Su madre lo abrazó fuertemente sin poder evitar el derramar lágrimas, su único hijo, su única familia
se iría.

Otabek se iba de Kazajistán a Estados Unidos para poder darle una vida mejor a su adorada madre.
Después de que su padre muriera hace algunos meses habían quedado en bancarrota debido a todas las deudas que en vida había adquirido. Su madre no tuvo de otra más que vender las escasas cosas de valor para pagar el funeral. Había días en los que lo único que comían era un pan duro y agua. Otabek se vio en la necesidad de abandonar la universidad a pesar de las negativas de su madre y con desesperación buscó un trabajo. Al tener la universidad trunca sólo consiguió uno donde poco le importó estar todo el día fuera de casa.

Las cosas empezaban a ir un poco mejor hasta que un corte de personal le quitó el empleo que tanto
le costó conseguir. Con el poco dinero que recibió como finiquito puso todas sus esperanzas en un
boleto de avión con destino a Detroit.
En esos momentos de desesperación abrazó a su madre. No quería dejarla sola pero se lo debía; se
iría para poder ofrecerle una mejor vida, ese era su único propósito.

—La próxima vez que nos veamos, será en América —le dijo a su madre—. Y vivirás como una reina,
te lo aseguro.

—Ve hijo, cumple tu sueño—.

Tras terminar la frase no pudo evitar el derramar una lágrima y desde
el fondo de su corazón sólo pudo desearle éxito a su adorado hijo.

✖✖✖


—¡Yuri Plisetsky, Tri-campeón del patinaje artístico logró conmocionar al público una vez más!—

Flashes, gritos y la pista llena de flores ya no causaban ninguna emoción al joven ruso. Lo único que le importaba en ese momento era que su abuelo estuviera bien.
Tan pronto terminó el Grand Prix Final corrió hacía el hospital de Moscú con un albino y un pelinegro
pisándole los talones preocupados por él. Ignoró el hecho de que iba rumbo al hospital aún vestido
con el traje de la presentación.

Tan pronto llegó a recepción y preguntó por su abuelo, recibió una mirada llena de lástima por parte de la enfermera.

—Lo siento—dijo la señorita con la voz más suave—, el señor Plisetsky falleció hace poco menos de
una hora. Intentamos contactarlo pero…

—¡Bola de idiotas! —Gritó colérico—¡Eso no es verdad!

Corrió hacia los pasillos buscando con desesperación la habitación de su abuelo. Durante todo el
trayecto ignoró los gritos de la pareja que lo acompañaba y de los guardias de seguridad. Su corazón latía dolorosamente dentro de su pecho con cada paso que daba.
El hospital parecía un laberinto y los pasillos se hacían cada vez más largos. Chocó con varios
enfermeros y tiró algunas camillas mientras perdía de vista a quienes lo perseguían.

Cuando por fin encontró la habitación no dudó en entrar. Al tomar la manija respiró hondo y se
adentró en la habitación encontrándola limpia con ese horrible olor a desinfectante que tanto odiaba. La cama tenía unas sábanas blancas relucientes. Ya no había suero y el estúpido electrocardiograma estaba apagado. Era como si su abuelo nunca hubiera estado ahí, luchando contra su enfermedad.
Soltó el aire y se dejó caer de rodillas frente a la cama, su delgado cuerpo temblaba y las lágrimas
picaban en sus orbes esmeraldas irritándolos.

—Yurio —dijo una voz amable, la voz del cerdo— tú estás...

—Largo... — Susurró.

—Yurio —esta vez habló Viktor— entiendo que...

—¡Ni una mierda! —explotó— ¡Largo! ¡Quiero estar solo!

La pareja sólo intercambió miradas y derrotados se retiraron de la habitación.
"Quiero estar solo" se repetía mientras las lágrimas salían sin control. Llevó ambas manos a sus
rubios cabellos y los jaló sin tanta fuerza.
¿Qué importaba ser reconocido y adinerado si no tenías a nadie con quien compartirlo?
Si estás solo en un lugar, ¿existes realmente?

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Lo prometido es deuda. Comenzamos a subir los capítulos ya corregidos, gracias por la espera.

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