Ángela salió de su edificio de apartamentos montada en su Mini Cooper color cereza. Encendí el motor de mi auto y enderecé el asiento. Me abroché el cinturón de seguridad y esperé a que se incorporara al tráfico para hacerlo yo también. Me aseguré de mantenerme al menos tres coches detrás de ella pero sin perderla de vista ni un instante.
No era como si lo necesitara. Conocía su rutina de memoria y, al ver el reloj en el salpicadero de mi auto y corroborar que eran las siete menos cuarto, tenía muy claro que iba de camino al hospital para un nuevo día de internado. Me era imposible seguirla todas las mañanas pues yo mismo debía ir a la universidad, pero me había tomado el tiempo de averiguar su rutina completa.
Pasé toda la noche en la azotea ideando un plan. No dormía desde hacía dos noches y me mantenía despierto gracias a una taza de café que compré cuando salí del edificio, y gracias también a mi fiel compañera, mi botella de alcohol adulterado. Era falso que me hubiera mudado a su edificio, pero necesitaba que pensara que era su vecino para que hablara conmigo. Había ido a la azotea luego de seguirla de vuelta del trabajo con la esperanza de que ella subiera y así lo hizo. Hablarle fue un impulso insensato, pues allí mismo la había espiado cientos de veces antes y nunca me había apartado de las sombras.
Pero anoche me acerqué y hablé con ella después de seis años. Miré su sonrisa, su cabello y sus labios. En mi interior comenzó a arder la necesidad de volver a poseerla. El tiempo de mantenerme en la oscuridad se había acabado y por fin era hora de actuar. Nueve meses después de seguirla a todas partes, Ángela tendría que volver a mi lado.
Ese día no iría a mis clases de la universidad, solo la seguiría. Quería asegurarme de que todo estaba en orden antes de dar un paso al frente y revelar mi identidad. Así que allí estaba, deteniéndome del otro lado de la calle mientras la observaba bajar de su auto, entrar a una diminuta cafetería y salir unos minutos después con una taza de café y un pequeño pastel. Mi chica no se estaba alimentando adecuada mente, eso me molestó. Estaba demasiado delgada, aún más que cuando era joven, así que yo mismo me encargaría de cuidar de ella.
Volvimos al tráfico de la mañana. Ángela llegó al hospital y estacionó su coche dentro del estacionamiento solo autorizado para el personal. Me apuré a abandonar mi auto y lo cerré. Me subí la capucha y me aseguré de que mi rostro no fuera visible. Ese día estaría más cerca de ella que nunca, así que tendría que camuflarme. Llevaba puestos unos vaqueros negros y unas zapatillas viejas, mi barba picaba pero no había parado en casa anoche. Sabía que si ella me miraba difícilmente me reconocería, tal y como le ocurrió con mi voz, pues había cambiado. Era alguien completamente diferente, pero seguía amándola.
Entró por la puerta delantera, cargando un bolso sobre su hombro. Crucé la calle e ingresé tras ella. Me encontré con un guardia de seguridad y un centro de control, deteniéndome abruptamente.
—Ponga todos los objetos de sus bolsillos en este recipiente y alce las manos —ordenó.
Saqué las llaves de mi auto y las deposité, luego alcé las manos y dejé que me cacheara con rapidez. Atravesé el detector de metales y sentí un ligero alivio cuando no pitó la alarma. Volví a tomar mis llaves y me di cuenta de que Ángela estaba girando en una esquina, debía darme prisa.
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Latido del corazón © [Completo] EN PAPEL
RomanceSebastián Videla poseía los ojos de un demonio melancólico, tan frágil y dañado que Ángela nunca recuperó lo que llegó a amar. Las almas gemelas simbolizan una misma luz distribuida en dos cuerpos mortales; algo que ni el mundo, ni ellos mismos, com...