Capítulo 3: ¿Encajar?

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Cuando llegó Irina yo era un amasijo de nervios. Mi pelo rubio oscuro colgaba desordenado sobre mis hombros, mis manos sudaban y mi cabeza no paraba de dar vueltas en cosas tan triviales como: qué iba a decir, qué iba a hacer, ¿me tocaría con alguna perra? Cerré los ojos mientras Irina ponía sombra color ceniciento en mis párpados.

-¡Estate quieta! ¡Vas a conseguir estropear todo mi trabajo!- Me chilló quitando mis manos de mi cabello por decima vez desde que empezó arreglarme.- Solo quedan 32 minutos. ¡Por favor! Estate quietecita dos minutos y terminamos.-

Tras lo que me pareció una eternidad ¡por fin! Estaba arreglada y completamente feliz con el aspecto que me devolvía el espejo. Mi pelo estaba ordenado con pequeñas ondulaciones alrededor de mi rostro, mis labios ligueramente maquillados de un rosa suave, un pequeño rubor en mis mejillas y mis ojos cenicientos resaltaban mis ojos grises. Suspiré, siempre que me dejaba maquillar por Irina acababa pareciéndome a una muñequita, en cambio, cuando me maquillaba yo a mí misma era como si me hubiera pintado un niño de tres años con la idea de disfrazarme del Joker. Aunque el Joker…Jum…Yo me lo tiraba si tenía que ser sincera. Sí, los payasos me ponen ¿alguien opina algo al respecto? ¿No? Pues que os den…gusanitos coloridos.

-Ponte esto.- ordenó Irina. Negué con la cabeza llena de pánico. ¿Yo tapones? ¡Por favor! Me encantan los tacones mi problema con ellos es que no sé caminar con ellos tengo un trauma con eso. La primera vez que me puse unos eran tan altos que me acabé raspando todas las rodillas en el patio de la casa de mis padres.

-Me voy a caer.-

-No. Póntelos.-

-No quiero.- hago un puchero y me cruzo de brazos dando la espalda a una Irina con cada vez menos paciencia.

-Oh me haces caso o no te acompaño.- “Jum…Extorsión. ¡Qué bien me conoce!”  Apoyándome en el lavabo me planto los tacones de color plateado y doy mis primeros pasos desde la caída.

-Sujétame.- le ruego lanzando mis brazos alrededor del suyo como si fuera un salvavidas.

-¡Vamos allá!- en ese momento Irina luce radiante y me hace feliz el simple hecho de tenerla como amiga.

***

Tras haber salido del piso a paso de tortuga debido que a cada cinco pasos yo estaba a punto de caer, llegamos al coche.

-¿Está muy lejos?- pregunté de repente nerviosa.

-A dos calles.- aseguró Irina con su aire de “no sé muy bien pero lo invento”.

-Tú siempre dices “a dos calles” y luego resulta que está en la otra ciudad.-

-Mentira, esa es tu impresión.- en ese momento me entra tal rabia que incluso me rio. Sacudo la cabeza provocando una mueca en la cara de Irina y arranco el coche. Por supuesto que ahora llevo unas zapatillas planas para conducir, unas, que de hecho siempre guardo en el coche.

Irina presiona la radio y automáticamente salta mi música de Zedd a toda pastilla por los altavoces. Es divertido ver como ella va bailando con los brazos sobre su tan arreglada cabeza morena y acentuando los golpes de efecto con sus puños en el aire. Me rio por la euforia de todo lo que se me viene a la cabeza: la entrevista, los nervios, las ansias de más, la música tan “movida”, el pasado en el que mi novio me dejaba por la falta de sexo, mi despido, mi despedida con Teresa, la pena, la alegría, más nervios.

Me dejo llevar la música me llena y empiezo a cantar a pulmón tendido con Irina como si no hubiera un mañana. No paramos es como un “tum, tum, tum” enturbiando nuestras venas y revolucionándonos como nunca. Siento que la gente nos mira cuando paro en un semáforo. Su cara es de escepticismo cuando Irina abre la ventana y les pregunta gritando: “¿Qué pasa nunca habéis visto a dos chicas bailar?”. Los chicos sonríen, tendrán como entre los 15 y los 17 no llegan a más pero su rostro se ilumina, ríen con nosotras y se ponen a bailar en el semáforo mismo al ritmo de la música que brota de los altavoces “tum, tum, tum”. Una y otra, una y otra vez más. Me distraigo bailando yo también como una loca cuando de repente alguien toca el claxon detrás de mí y veo entonces que el semáforo lleva verde hace tiempo. Con el nerviosismo y la vergüenza en mi rostro vuelvo a poner el coche en marcha. Tras pasar varias calles llegamos a la oficina al mismo tiempo que Irina baja la música hasta dejarla de fondo. Me mira expectante y me pregunta con una sonrisa en sus labios: -¿Crees que podrás con esto?-

-Si te soy sincera: no.- Rompemos en risotadas y empiezo a pensar que estamos como borrachas o tenemos el síndrome de alguien que se ha pasado especialmente con la bebida.

Bajamos del coche, caminamos hasta las puertas de vidrio y entramos hasta la recepción donde una imponente chica que tienen el pelo rosa, algo extraño en sitios como este, se me presenta como Natalie. Sus ojos son de un brillante y profundo color verde, sus labios son carnosos y tiene un tatuaje en el antebrazo derecho que pretende imitar a una enredadera. Esta vestida con un conjunto beige de chaqueta y falda, con unos tacones de 10cm de color negro con cuentas en el tobillos. La envidia por su belleza por poco me derriba.

-Hola Sr. Cadle, - le dio la mano a Irina y después dirigió su atención a mi atuendo terminando en mi cara. Una sonrisa de confidencialidad se extendió por su rostro. Era como si ella tuviera un chiste privado en referente a mí. Me pareció demasiado creída y me dio cierto aire de desagrado. Aunque en realidad lo único que podía pensar era que yo con esos tacones me mataría. Sería como caerme desde el techo de un rascacielos y no precisamente con cuerda ni por diversión. –Tú debes ser la señorita Weiss.-

-Sí por supuesto.- Mi respuesta no hizo más que contentarla más cosa que me desquició un poco. ¿Por qué la hacía tan feliz mi presencia? ¿Por qué me miraba como si fuese el mayor regalo que la hubieran hecho nunca? No sabía si sentirme alagada o herida. No tenía la más mínima idea de cómo sentirme al respecto.

-Sígame por favor…-

-¿Ella no puede venir conmigo?- pregunté de repente temerosa de que mi único apoyo al caminar desapareciera de mi lado. Sí, otra vez llevaba esa pesadilla de tacones.

-No. La entrevista es con usted señorita Weiss.-

-Pero…-

-¿Quiere el trabajo o no?- De repente el rostro de la muchacha se torno grave. Como si mi simple desaparición la provocará alguna clase de dolor.

-Sí, por supuesto pero…-dije temerosa de estar sola frente desconocidos. Odio eso de buscar trabajo. Desconocidos arggg.

-Nada de peros. Acompáñeme. – dijo ella con una ligera sonrisa tirando de sus labios.

-Vamos ve.- Me susurró al oído Irina. Suspiré y pidiéndola suerte di un paso vacilante hacia donde estaba la chica.- Perdone, ¿podría ayudarla a pasar dentro? Se cae mucho.-

Puse mis ojos en blanco. Sólo Irina podría ponerme en evidencia delante de una desconocida despampanante.

-¡Sí por supuesto!- la secretaría corrió a mi lado y sujetando de mi brazo me guió hasta una oficina con una gran puerta gris.-Pase por aquí. El jefe la está esperando. ¡Ah, por cierto! Llámele Dimitri, sino se mosqueará él cree que fue usted la que solicitó el trabajo.-

Contuve mi aliento sorprendida ¿yo, solicitar un trabajo al jefe directo? No, nunca, jamás. No, no, no.

-¿Le tengo que llamar por su nombre sin conocerle?- pregunté confundida.

-¡Te aseguro que lo conoces! Sólo que no lo sabes. No lo quieres recordar…creo.- La chica sonrió otra vez en su pequeña broma privada y con un último aliento me dijo:- ¡Adelante! Pasa verás como todo encaja.-

Tomando su palabra y sin saber muy bien que era lo que tenía que “encajar” me adentré a través de la puerta.

El amor y 10 cosas que temo. (Título provisional)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora