Entre el ruido de borrachos hablando y de botellas contra la mesa no podía concentrarse. Le dolía la cabeza, algo frecuente desde que había empezado a ir a ese lugar. Peter empezaba a estar ebrio, y la conversación de sus amigos era cada vez más absurda. Una noche normal de un día cualquiera. Desde que hacía un año Elí, su mujer, había muerto en un accidente de coche, se pasaba todos los días de su miserable vida bebiendo con una panda de borrachos a los que jamás llamaría amigos en ese bar de mala muerte. Apestaba a alcohol y a sudor, el mismo olor que había en el piso que unas semanas antes de su muerte habían alquilado juntos. Un piso hermoso en el centro, con vistas a un parque. Quedó a medio decorar, y ahora parecía una pocilga sucia y abandonada. Su rutina diaria era ir a trabajar, ya que debía pagar el alquiler, comer y beber hasta olvidar. Algunas veces, en la estación de metro que le llevaba al trabajo, había pensado en lanzarse a las vías y acabar con todo, con el sufrimiento del día a día, de enfrentarse a su nueva vida sin ella. Pero nunca había tenido el valor para hacerlo.
Observó a la gente que estaban en aquel momento en el bar, los mismos de siempre quejándose de su estúpida existencia. Que si el trabajo es un coñazo, que si su mujer es una perra… odiaba a ese tipo de personas, personas que tenían un trabajo y a alguien en casa que les quería y se lo agradecían de esa forma. A veces veía como alguno de ellos le metía mano a una de las camareras o a las pocas mujeres que entraban en el lugar. Y alguna vez conseguían tener suerte con alguna de ellas. Eran patéticos…
Pero esa noche era diferente. Lo notaba en el ambiente. En una de las mesas más alejadas y oscuras había un grupo que nunca había visto antes. Tres hombres y dos mujeres. Eran diferentes, no parecían encajar en ese lugar. Una de las mujeres, una preciosidad castaña de ojos azules le miraba. Peter bajó la vista y contempló su casi vacía cerveza. Desde que Elí murió, no había mirado nunca a ninguna otra mujer, no de esa forma. Deseándola.
—¿Quieres otra? —le dijo una de las camareras del bar.
—Si por favor… —Puede que fuera un borracho, pero aún tenía modales.
La mujer volvió poco después con otra cerveza y Peter continuó bebiendo.
No prestaba atención a la conversación de sus compañeros de borrachera. Miró de nuevo a la mujer, ella también le estaba observando. Bajó la mirada de nuevo, ¿qué le ocurría? No es que no fuera atractiva, pero también había visto mujeres atractivas todo este tiempo y no se había sentido así, una mezcla de deseo y culpabilidad. Culpabilidad por deshonrar la memoria de Elí.
A los meses de su muerte, cuando empezó a caer en el mundo del alcohol, muchos de sus antiguos amigos y familiares le habían dicho que levantara cabeza, que ella no querría verle así, hundido y con una depresión que casi no le dejaba moverse de la cama. Les hizo caso en parte. Volvió al trabajo, pero los niveles de alcohol en su cuerpo iban subiendo más y más. Y jamás había estado con otra mujer.
Pero ella era diferente. Levantó la cabeza y la miró de nuevo. Le sonrió y Peter notó una extraña sensación en el estómago; se había puesto nervioso. No le devolvió la sonrisa, pero levanto su cerveza en forma de saludo. Ella susurro algo a la chica de su lado y las dos le miraron. Peter volvió a pones toda su atención en la botella que tenía entre sus manos. Puede que se estuvieran riendo de él, del típico fracasado de bar. Y eso no le gustaba.
La camarera le sobresaltó al acercarse con sigilo.
—Te han invitado a otra cerveza. Esa mesa de allí —Señaló la mesa del extraño grupo.
—Diles que gracias —gruñó mientras la cogía sin dejar de pensar que le estaban tomando el pelo.
No le gustaba esa sensación. Se había convertido en sólo una sombra del hombre que había sido antaño. Del hombre que Elí había amado. Si ella lo viera ahora… Se sentía avergonzado de haber acabado así, pero no lo pudo evitar. El dolor y la pena lo habían consumido hasta llegar a ser una burla de si mismo, un bufón, un borracho. Miró a la mujer instintivamente, ella no apartaba sus ojos de él. Le hizo señas para que se acercara a su mesa, pero no se atrevía. Sólo iban a reírse de él. Negó con la cabeza, ella le miró con tristeza. El resto de la noche fue un cruce de miradas entre el bellezón castaño y él. Llegó a pensar que le podía gustar, y es que a pesar de haber acabado así, conservaba algo de su encanto natural. Era alto y atlético, aunque había empezado a sacar algo de barriga por culpa de la cerveza. Cabello rubio ceniza, el cual Elí siempre alborotaba, y ojos avellana. La noche fue pasando, y ninguno de los dos se movió de su mesa. Cuando ya eran las tres de la mañana, Peter decidió marcharse.
—Bueno chicos, a sido una gran noche, pero debo irme a descansar un poco o mañana llegaré tarde al curro —Los demás ni se inmutaron, como de costumbre.
Salió del bar y fue hacia un callejón cercano, era un atajo a su casa. Estaba inquieto. Era una noche sin estrellas, y a pesar de la luz de las farolas todo tenía un aspecto aterrador. Empezó a caminar cada vez más deprisa, mirando a los lados. No estaba muy lejos de su casa pero aun le quedaban unos diez minutos para estar a salvo en ella. Notó un movimiento a su espalda y se giró sobresaltado.
—¿Quién anda ahí? ¡¡Sal cobarde!! —dijo, pero no obtuvo respuesta.
Peter retomó su camino, cada vez más nervioso.
Algo le inmovilizo; le tenía cogido del pecho. Miró y unos brazos delicados de mujer lo habían envuelto en un abrazo del que no podía escapar. No entendía como algo a la vista tan frágil podía tener tanta fuerza. Intentó soltarse, sin éxito.
—Es inútil, será mejor que no te resistas. Créeme —dijo una voz seductora de mujer.
Su atacante apoyó la cabeza en el hombro de Peter, y gracias a eso pudo ver su perfecto perfil. Era la mujer del bar.
—¿Pero que coño haces? ¡¡Suéltame puta!! —Se zarandeó sin éxito.
—Te he dicho que no te resistas… —Lo cogió con más fuerza.
Peter dejó de intentarlo, no sabía porque, pero ya no tenia ganas de luchar contra ella. La miró de nuevo y ella le estaba sonriendo, pero no como antes, sino como quién tiene hambre y ve un buen chuletón en un restaurante. Notó como algo punzante se le clavaba en el cuello y su vida empezó a abandonar su cuerpo. Ella estaba bebiendo su sangre con tanta ansia que en pocos segundos estuvo mareado.
—¿Por… qué… ? —dijo Peter—. ¿Por qué a mi…?
Ella apartó la boca de su cuello.
—Porque lo estabas pidiendo a gritos. Porque ya estás realmente muerto —le susurró en el oído y siguió bebiendo su sangre.
Hacía tiempo que ya no luchaba. Sólo dejaba que ella acabara rápido con su vida. Era algo que deseaba desde hace tiempo, pero que nunca se había atrevido a hacer. Pero esa noche todo acabaría. Su sufrimiento. Su miseria. Cerró los ojos y vio a su mujer. Elí, la hermosa Elí, que le fue arrebatada de su lado demasiado pronto. Abrazo su destino, abrazo la muerte, y en pocos minutos, se reuniría con el amor de su vida.
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El Sótano Maldito
Horor¿Te atreves a bajar al sótano? Descubre una antología de relatos de terror que te provocará horribles pesadillas.