Capitulo 12 1/1

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A los treinta años reuní el dinero suficiente para cambiarme a Coyoacán, a una casita rústica con balcones que dan a la calle Tres Cruces, que está a unas cuantas cuadras del centro de Coyoacán. Invité a Mariana y a mi cuñado, aún lo era en ese entonces, a comer para darles a conocer mi nuevo hogar.

—Bonito —dijo mi "cuñis".

—Agradable —comentó Mariana.

Mi "cuñis" veía todo: los pisos, las paredes, los techos, la madera; revisaba todo, quería encontrarle defectos.

—Con toda la gente que viene en el centro, seguramente no es nada tranquilo, ¿verdad? —dijo mi"cuñis".

—Sí —contesté—. Es una monserga. Cada fin de semana se llena de gente que viene a comer, a tomarse una chela, a comprar un helado. Los que vienen a misa, a los festejos de la iglesia... Vivir en este lugar... es difícil... sí...

Tenían que decir cualquier cosa negativa.

—¿La adquiriste con préstamo bancario? —preguntó Mariana.

—No —contesté—, la compré decontado.

Pude ver una ligerísima mueca en la cara de mi "cuñis".

—Dispuse una de las habitaciones para mi vestuario —expliqué—, hay una cama para visitas, pero el clóset lo usé para mis cosas.

Mariana abrió los clósets y se quedo con la boca abierta.

—¿Por qué tienes tanta ropa? —dijo asombrada.

—Porque hay producciones en las que puedo quedarme con la ropa, otra me la mandan los diseñadores para que la use y así se promueven, y la que compro yo —respondí muy orgullosa.

Un "Ah" desangelado salió de su boca.

—También acondicioné un vestidor en el baño de visitas; ahí guardo mis zapatos y mis bolsos.

—¡Todo es de marca! —exclamó Mariana.

—¡No! —me apresuré acontestar.

—No veo ninguna copia, nada es pirata —metió su cucharota el tarado de mi "cuñis".

Guardo mis cosas de una manera muy peculiar. Las botas de cualquier color están juntas; las zapatillas de "tiritas", también juntas. Zapatos de vestir. Zapatos de ejercicio. Zapatos flats. Chamarras de invierno y verano, y chamarras deportivas; blusas solo con blusas. Suéteres de cualquier color, siempre juntos. Es igual con los perfumes y las cremas: puede ser de diferentes tamaños y formas, pero todo está según mi clasificación. Lo único con lo que tengo un cuidado diferente es con los vestidos de gala; ésos van en sus bolsas, con una etiqueta que señala el evento en el que fueron usados, y la fecha. Eso con el propósito de no ponerme el mismo vestido para el mismo evento en diferente año, para no aparecer en las revistas con el mismo look.

Me fascina el blanco; mi edredón, mis sábanas, mis cobijas, mi sala, mi comedor, cualquier mueble o accesorio, siempre lo elijo en blanco o hueso. Las paredes son hueso. Me da tranquilidad ese color. Los tapetes y las alfombras son color hueso también, porque contrastan con las baldosas de barro rojas.

No entiendo por qué soy tan obsesiva en ciertas cosas, como en eso de los colores. También busco cosas muy suaves; es como una fijación: las sábanas y las almohadas tienen que ser extremadamente suaves. Tengo un perfume, Ángel, del que, si pudiera encontrar un enjuague para ropa, lo compraría. Es excitante, cachondo, intenso. Sólo lo hacen en perfume y crema.

A Mariana le gusta Air du Temps, ése siempre ha sido su perfume favorito; prueba otros, pero siempre vuelve a ése. A mí ni siquiera se me fija; siento que no huelo a nada cuando me lo pongo.

Se quedaron hasta tarde. Ese día, mi cuñado tomó de todo: vino tinto, tequila, agua mineral, whisky y hasta un par de chelas. Parecía que en lo último que pensaba era en irse. Mariana me hizo señas para que ya no le diera nada de tomar. Así que se lo llevó un poco pedo.

Cuando se fueron recogí la mesa, lavé los trastes y me tomé mis pastillas para dormir. Mientras hacían efecto, me recosté a ver la televisión un rato y encendí uncigarro. Me arrepentí de haber invitado a Mariana y a mi cuñado a mi casa. ¿Cuál era el sentido de haberlo hecho? ¿Acaso quería presumir lo que había logrado? ¿Quería restregarles a ambos parte de mi éxito? Era un hecho que yo estaba feliz por haber logrado comprar mi propia casa, quería que todo mundo la viera, quería decirle a Mariana: "Mira, Mariana, lo logré, lo logré". Quería que se sintiera orgullosa de mí.

Por un lado, tenía ganas de compartir mi triunfo con ella; por el otro, me sentía mal, porque Mariana se tuvo que casar, no tuvo otra salida para irse de la casa, y la relación con el animal que tenía por marido era pésima, llena de gritos y quejas. No sé si alguna vez hubo golpes, pero gritos sí, muchos, constantes. Era una manera normal de comunicarse con él. Y sentía que esa era su cruz, que tenía que mantener un matrimonio y una familia a cualquier precio. Yo, encambio, era independiente, tenía la ropa que quería, autos, tarjetas de crédito... Mi vida estaba llena de hombres, glamur, viajes y, ahora... ahora, mi propia casa. ¡Sí!

¡Puta, qué poca madre tengo! Lo que debo hacer es mantener bajo perfil. Pero, ¿cómo chingados lo hago? Sinceramente no lo pensé, quería compartirlo. Me di de topes en la pared. ¡Ni pedo! ¡La cagué! Una vez más la cagué.

Aunque no era muy necesario, a veces tenía que ir a buscar a Mariana a su trabajo. Al terminar sucarrera de psicología, rentó un consultorio en un edificio en Amores y San Borja, en la colonia Del Valle. En el edificio había varias especialidades médicas, y Marianase dedicaba a la orientación psicológica. A veces tenía que ir abuscarla para dejarle alguna maleta de las niñas o cualquier otra cosa.

Cuando me presentaba con personas nuevas, si podía evitar decir "mi hermana", ¡mejor! Me presentaba: Renata, fulanita. Punto. Si por azares del destino se daban cuenta de que era su hermana, las cosas se ponían turbias. "¡¿Renata es tu hermana?! La de la novela de... Naaaa." Me miraban de arriba abajo, embobados.

"¡No sabía! ¿Por qué no nos habías dicho, Mariana? Qué escondidito lo tenías...", le decían. "Renata, aconséjame, me urge bajar esta panza, dime qué dieta haces...", pedía una. "Oye, Renata, aquel chisme de que andabas saliendo con el dueño de la televisora, ¿es real?" "¿Andas o no andas?" "¿Qué tal? Cuéntanos: ¿cómo es en la cama?" "¿Es codo o espléndido?" "¿Te trata como reina o es medio patán?" "Renata, ¿cuándo vienes otra vez? Déjanos tu teléfono para que te podamos llamar..."

Eran las cosas que me decía cuando se enteraban de que Mariana y yo éramos hermanas. Ella mejor se dedicaba a hacer sus cosas, porque las fulanitas se arremolinaban a mi alrededor, por las fotos, los autógrafos, las dietas, la ropa, el maquillaje, el pelo...

Cuando era al revés, y era yo la que la presentaba con mis amigos, los comentarios eran: "¡¿Cómo?!¡¿Son hermanas?! Pero no separecen en nada. ¿Por qué son tan diferentes? ¡¿Ella es la mamá de tu sobrina...?! Ahhh. ¿Ustedes son hijas de la misma mamá?"

Para mí era muy normal contestarles que teníamos diferente padre; en realidad eso no significaba nada. La relación con ella y con mi madre era la misma. Así que no me pesaba ni me parecía extraño decirlo abiertamente. Mariana siempre guardaba silencio y sólo asentía con un ligero movimiento de cabeza.Para rematar yo siempre decía: "Ella se parece a su papá y yo al mío".

Creo que mi hermana odiaba que nos compararan, odiaba que fuera a buscarla al consultorio y odiaba presentarme. Más, que mis amigos la vieran con detenimiento. Era Mariana la que procuraba evitar que me conocieran. Nunca me dijo que no fuera a buscarla. Pero yo sentía su aversión. Mariana controla con sus silencios.

Cuando era niña me moría por ser como ella...

Continuara...

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now