Capítulo 3.

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→  Los hombres gato tienden a ser homosexuales; debido a que son más sensibles en el ano y suelen ser sumisos a la hora del sexo.

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Un suave ronroneo despertó a Yurio de su sueño. Al abrir los ojos, se encontró con su pequeña gatita negra, la cual lo observaba con esos orbes cafés.

Hace poco la había recogido de la calle, estaba abandonada en una caja de cartón. Siempre le habían fascinado los gatos, por eso, cuando la encontró, no dudó en llevársela a casa, decidiendo adoptarla de inmediato.

¿Cómo alguien podía abandonar a esos animales tan tiernos?

—¿Dónde te habías metido ayer? —le preguntó, sonriendo. El felino maulló y se recostó a un lado del rubio, quien le seguía con la mirada.

Fue entonces, que se percató que Otabek no estaba a su lado.

Mordió su labio, recordando todo lo que había pasado la noche anterior.

Aún no podía tragarse el hecho que había tenido relaciones sexuales con un chico y no con cualquiera, sino con su mejor amigo. Seguía sin creer que podía ser una de esas inusuales criaturas.

Su mente no parecía querer procesar aquella información correctamente. A pesar de todo, lo había disfrutado, había disfrutando cada caricia, roce y beso. Pero era normal, las personas gato eran así, reaccionaban por instinto a las caricias de otros.

Tenía miedo. Miedo porque sabía que esas criaturas estaban expuestas a todo peligro: La prostitución, violación y tráfico de su especie hacia otras personas.

Antes de seguir pensando en las consecuencias, la vibración de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Suspiró, estirando su brazo hacia su mesita de noche, tomando el aparato en sus manos. Miró la pantalla, ésta marcaba el nombre de “Otabek”.

—Buenos días, YurioFue lo primero que escuchó al contestar la llamada.

—¿Qué ocurre? —preguntó, retirando las sábanas de encima suyo. Se levantó de la cama, sintiendo un leve dolor en las caderas.

Investigué sobre las personas en tu estado. Normalmente, suelen tener un celo de cuarenta y ocho horas, pero algunas veces se expande hasta veinticuatro horas más —respondió el pelinegro.

—¿Y eso que significa?

Que te estoy invitando a pasar tres días en mi casa —le escuchó reír, divertido—. Nos vemos después, gatito.

Y colgó.

No quería ir. Porque sabía perfectamente que tendría sus siguiente experiencias sexuales. Sin embargo, tampoco es que tuviera tantas opciones.

Dejó su teléfono, para buscar la mochila donde llevaría sus pertenencias.

*        *        *

—Pasa.

Es lo primero que le dijo Otabek cuando llegó a su hogar. No era la primera vez que venía, pero ésta vez la razón de su visita era muy diferente.

Ingresó al interior, mirando todos los rincones de la sala, notando que no había cambiado casi nada. Escuchó al pelinegro cerrar la puerta.

—¿Ya comiste? Preparé tazón de katsudon. —le informó el otro, caminando hacia la cocina. El rubio no contestó, lo único que hizo fue seguirle el paso después de dejar su mochila en el perchero.

Se sentó en una de las sillas, observando como Altin servía dos platos de comida, dejando uno frente a él. Después de eso, se sentó frente al rubio.

El silencio reinó entre ambos.

Trataban de encontrar un tema de conversación, pero su mente se encontraba completamente en blanco. Así se la pasaron en el transcurso del almuerzo, cruzando de vez en cuando miradas tímidas.

Plisetsky fue el primero en levantarse de la mesa, preguntando: —¿Puedo darme una ducha?

—Claro.

Ante eso, el rubio tomó su mochila y se dirigió al cuarto de baño, sintiéndose más nervioso que nunca.

*       *       *

Otabek dejó de lado el libro que se encontraba leyendo al ver ingresar a Yurio a su habitación.

Tenía una pijama con un estampado de tigre en el pecho, acompañado de una capucha con las orejas del mismo felino. Sus mejillas estaban totalmente sonrojadas y su ceño estaba fruncido levemente. Juraría que moriría de ternura en ese instante.

—Hay algo que quiero darte —habló una vez el menor se recostó en el colchón. Sonrió, levantándose de la cama para sacar una caja envuelta en papel de regalo, la cual encontraba debajo de su cama.

Los ojos de Yurio brillaron al deshacerse de la envoltura y la tapa de la caja.

—¡Son increíbles! —exclamó, sacando un par de patines de color azul con el nombre "Hada rusa" a los costados—. ¡Gracias, Otabek! Eres el mejor. —Dicho esto, dejó su regalo de lado y abrazó con cariño al pelinegro. La muestra de afecto fue correspondida con el mismo cariño.

—Feliz cumpleaños, Yurio —le susurró al oído.

Seguidamente, los amigos se dijeron un pequeño “buenas noches”, a la vez que se acostaban en su respectivo lugar de la cama. El mayor apagó las luces, dejando que la oscuridad cubriera la habitación.

Ambos sentían que su corazón se saldría de su pecho al pensar que, en unas pocas horas, estarían nuevamente piel con piel.

Kitten | Otabek x Yurio, Yuri On Ice.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora