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Hacía mucho tiempo que el abuelo había dejado de vivir con nosotros. Él había decidido explorar el pedazo de mundo que aún no conocía y obtener nuevas experiencias. Mi madre lo acusaba de estar loco desde que la Abuela murió, pero yo siempre le decía que para él la vida ahora era de otros colores e inclusive nuevas criaturas.

Son 4 años actualmente desde la última vez que lo vi, pero mis padres me habían hecho una promesa: lo visitaría el día de mañana, y si todo salía bien podría quedarme unos días con él. Me preguntaba si notaría lo mucho qué he crecido, mis raspones y nuevas cicatrices y si de casualidad él aún conservaba la barba blanca como la nieve que le hacía de candado en la boca. ¡Nieve! Había escuchado también que él ahora vive en el interior del Bosque Frío, así que en mi maleta metí un par de guantes súper calientes, pues si había nieve yo iba a querer jugar con ella.

- ¡Teo! – Gritó mi madre desde la sala. - ¡Hora de dormir! No olvides apagar la luz.

Sería mejor no hacerla enojar, así que guardé el álbum de fotos en el cajón del cuál lo saqué y fui corriendo hacia la cama, un gran día me esperaba.

Al amanecer abrí los ojos con diez minutos de anticipación a mi alarma. Saldríamos temprano pues el camino al Bosque Frío era algo largo y en un tramo tendríamos que ir a pie. La zona en la que el Abuelo residía al parecer aún no tenía carretera para los coches así que no podríamos entrar con la camioneta.

La emoción ardía en mi anterior, y a pesar de contar con diez años de edad no pude evitar correr hacia él cuando lo vi.

- ¡Teo! ¡Ha pasado tanto tiempo! – Me dijo él quien me daba un fuerte abrazo. Su suéter olía a pino, y su barba me inspiraba al pasado. – Mira qué grande estás, y ... ¿qué es esto? – Preguntó mientras tocaba la cicatriz en mi mentón.

- Me la hice a los nueve, abuelo. Iba caminando cuando me tropecé y me fui de frente.

- Semejante susto nos provocó. – Dijo mi madre acercándose a saludar también. – Hola, padre.

El camino fue liviano. Había árboles de todos los tamaños y en su mayoría altos y frondosos, el aire frío soplaba y me hacía castañear pero me sentía feliz. Pude ver a unos cuántos metros la casa del Abuelo y un poco más allá un agujero en lo que parecía ser una gran pared, ¿o era una caverna? No pude distinguirlo, las ramas de un gran sauce hacían de las suyas.

En el interior de su casa todo era muy acogedor. Dejé mi maleta a lado de su sofá mientras caminaba escuchando mis pasos chillar en la madera del piso, una chimenea mantenía cálido el lugar, y se apreciaban inmumerables fotos enmarcadas.

Nos sentamos todos alrededor de la mesa del pequeño comedor y comimos con el Abuelo, ya quería que mis padres se fueran y empezar la verdadera aventura.

***


- ¡Adiós, papá! ¡Adiós, mamá! – Dije mientras sacudía mi mano en forma de despedía y los miraba marcharse. Después de cuatro largos años el Abuelo y yo podríamos pasar tiempo juntos.

- ¿Estás listo para la magia? –Me preguntó él mientras sobaba sus manos y el vaho se miraba al atardecer. Cuando mis padres salieron completamente del Bosque Frío una gran capa de neblina se posó a lo largo del cielo, y daba la sensación de estar en el norte.

- ¿De qué hablas, abuelo? –Le pregunté mientras caminaba con él.

- ¿Sabes, Teo? Soy un hombre viejo. –Me dijo mientras caminaba con mucha preocaución entre las hojas y piedras del bosque, no nos dirigíamos a casa. – Y necesito un herederero para mis tesoros.

Teo y el secreto de los gatos de coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora