Decir que esto empezó hace 2 años con el fallecimiento de mi madre sería una mentira. Tenía una vida y una mente revolucionada antes de eso, pero tampoco quiero iniciar con "Hace 22 años Larissa..." porque, si soy honesta, antes de los 18 era una chica demasiado inconsciente y fuera de foco. Así que, si hay que ponerle un principio a la historia, digamos que todo empezó hace 4 años cuando entré a la universidad.
Sí, típico inicio de una novela romántica/juvenil/de ficción pero no; prometo solemnemente que mi historia no tiene vampiros ni hombres guapos y rebeldes, quizá uno guapo, pero eso lo sabrán más adelante.
Primer día de universidad. Un día emocionante pero aterrador. ¿A quién se le ocurre hacernos elegir una carrera para toda la vida a los 17 años? Si para casarte necesitas mayoría de edad, para hacer este tipo de elecciones creo que también debería pedirse algo así como una licencia.
No que me queje de mi carrera pero, creo que en el momento es una elección un tanto azarosa.
De acuerdo, volvamos al primer día de clases.
-Vamos, te llevo.- mi madre me dice mientras termino de mirarme en el espejo por octava vez en 10 minutos.
-Ya voy. ¿En serio crees que me veo decente en esta ropa?- la miro con cara de frustración desde el baño con un par de muletas sosteniendo mi cuerpo.
Si se preguntan qué pasó para que terminara en muletas hay que regresar 2 días antes de la tan esperada entrada a la universidad.
Mi novio, Otto, quiso darme una sorpresa. La cual me encantó y fue hermosa hasta que, bajando las escaleras de un puente peatonal, me torcí el pie y ya no pude caminar.
La cara de preocupación, la frustración de que la cita terminara tan rápido por mi torpeza.
Oh sí, qué torpe era.
Me llevaron al hospital, diagnosticaron un esguince grado 2 y me pusieron un pesado e incómodo yeso para que sanara lo más rápido que se pudiera. De acuerdo, fin de la historia.
Me metí al auto con un dolor en el estómago terrible, debatiendo en mi cabeza si me veía horrible con el cabello suelto, en cómo iba a subir escaleras y cómo se suponía que iba a buscar el salón de clases con la imposibilidad de caminar por mi cuenta con una mochila ya pesada por mi obsesiva ansiedad de estar siempre lista.
Mi mamá estaciona el auto y me acompaña a la entrada, pregunta por el salón y, cargando mi mochila, camina a mi lado observando cada rincón de la escuela que había escogido.
Era vespertina así que ella estaba preocupada por la hora de salida tan tarde y mi incapacidad de correr si algún peligro me acechaba en algún momento.
Recuerdo perfecto que cuando llegué al salón me miró y se le pusieron los ojos cristalinos al contener las lágrimas. Sacó su celular y tomó como 15 fotos de mi sentada en esa silla de mi primer aula universitaria. Día memorable que, hasta el día de hoy, no recordaba.
Al irse se despidió de mí con un beso y básicamente fue todo. Ahí estaba yo en el salón cual venado a mitad de la autopista, sin nada qué hacer.
Mis compañeros fueron llegando y no conocía a nadie. En verdad, a nadie. Ni siquiera por haber tenido un curso de inducción sentí que algo fuera diferente. Me sentía tan nueva y pérdida.
Poco a poco me fui dando cuenta de que no encajaba. Me sentí ridícula e incluso demasiado ñoña para ese grupo de chicos pero no fue así en todo momento.
Tuve mis primeros amigos de la universidad las horas de haber iniciado clases, y agradezco cada una de sus enseñanzas; una chica muy linda y sensata para su edad, y un chico que estudiaba su segunda carrera. Si, segunda carrera y yo tan atrasada con la vida.
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Cada parte de mí
Short StorySoy Larissa y tengo 22 años. Esta es la historia de mi vida con algunas partes editadas. Te caes, aprendes, te vuelves a caer y básicamente sigues ese ciclo hasta que miras hacia atrás y agradeces que las cosas sucedieran de ese modo, y no de ningu...