ESTRELLAS

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Una noche estrellada, como muchas otras, Thalia se encontraba en su apreciada colina recostada en el gran roble que allí se alzaba en todo su esplendor como un fiel guardián.

Todas las noches de verano, incluso algunas invierno cuando la lluvia y la nieve no impedían su presencia, Thalia salía a escondidas para subir la alta colina que separaba el terreno de su imponente casa de un gran lago  para dejar que una suave brisa acariciara su delicado rostro y meciera su cabello ondulado del color de la noche mientras sus extraños ojos violetas contemplan desde que el Sol desaparece, ocultándose en la lejanía, asta que su sucesora la Luna, en compañía de las bellas estrellas, hacen su aparición.

Respiró el aire puro y escuchó el cantar de los grillos con los ojos cerrados. Comenzó a cantar siendo acompañada por el ulular de un búho y el sonido de las hojas del roble siendo acariciadas por el viento que parecían haberse puesto de acuerdo para crear una hermosa melodía.

Para ella, esa colina era un lugar mágico como así lo fue para sus padres ¿El motivo por el cual ya no era así? Que ya no se encontraban para acompañarla.

-Tus padres se amaban mucho.- le contó años atrás su abuela materna, mientras se mecía lentamente en una mecedora colocada en el porche mientras una Thalia de siete años la escuchaba atentamente.- y también te amaban a ti aun que no te conociesen aun. Tu madre dio su vida para poder salvar la tuya pero tu padre no superó su pérdida y decidió reunirse con ella antes de tiempo.- explicó con la mirada perdida hacia la colina.

 Su abuela era una señora con anchas caderas y pelo entrecano con un rostro que refleja la sombra de lo que una vez fue una mujer bella  que era con la que vivía y lo único que tenía.

Dejó el recuerdo de sus padres a un lado al percatarse de algo. Quedaba poco tiempo para que cumpliese dieciséis años. Suspiró. Ya serían dieciséis años los que pasaba viviendo en esa enorme casa de piedra, dieciséis años sin salir de los terrenos de la propiedad de sus difuntos padres, dieciséis años aprendiendo de los libros que tan vistos tenía ya. ¿Por qué no había salido nunca de ese lugar? Y lo más importante ¿Saldría algún día? ¿Podría ver el mundo como tantas veces había soñado? A veces soñaba con ser una de esas estrellas que tanto observaba, ver el mundo desde arriba, ser parte de algo importante.

Unos días más tarde, su abuela enfermó. Thalia la cuidaba sin descanso, dejando de ir a la colina. No podía permitir que ella se fuera, era lo único que tenía, la apreciaba demasiado, pero la vida se le escapaba de las manos en cada suspiro.

-Thalia, pronto será mi hora de marchar- susurró desde la cama en la que estaba acostada con voz áspera.

-No digas esas cosas, abuela, te pondrás bien ya lo verás- le dijo Thalia sentándose en una silla a su lado para poder coger su delgada mano y darle un leve apretón.

-Digo la verdad, mi niña. Pero quiero que sepas una cosa: ellas te están esperando.- dijo con voz seria y con sus ojos chocolate mirando los violetas de Thalia.

-¿Esperándome? ¿Quién me espera?- preguntó confundida.

-Tu madre tenía que marcharse, pero no quería llevarte con ella, quería que vivieras por eso les hizo una petición, pero ese favor debe ser devuelto.

-¿De que estás hablando?  Abuela no entiendo nada- Thalia empezaba a desesperarse, temía que todas esas barbaridades fuesen fruto de la fiebre que comenzaba a aumentar.

-Tu madre me pidió que te protegiese, pero me he excedido, ahora podrás ver mundo como tanto ansias. Se supone que  a tus dieciséis años tendrías que pagar el favor que tu madre le pidió a las estrellas.

-¿A las estrellas? No se les puede pedir favores a unas estrellas- exclamó Thalia levantándose de la silla.

-Pues no es así. Ahora ellas te reclaman pero no puedo permitir tal cosa, a ti te queda mucho por vivir, yo ya he vivido mi vida y ahora, ayúdame a levantarme hay que salir a fuera, ya es la hora.-Thalia no sabía como negarse por que a pesar del aspecto tan demacrado que poseía en esos momentos consiguió levantarse sin apenas esfuerzo.

Una vez en el porche, se giró hacia su nieta y la miró como siempre hacía, con un cariño y un amor infinitos.

-Abuela, no puedes hacer eso, es una locura- le suplicó Thalia con los ojos anegados en lagrimas.- quédate conmigo.

-No puedo, y así tendré la oportunidad de estar con mi hija, nos volveremos a ver pero a su debido tiempo-le susurró acariciándole levemente la mejilla-mientras tanto, nos verás en las estrellas.- dichas estas ultimas palabras se fue convirtiendo poco a poco en un polvo plateado que fue ascendiendo gracias al viento. Thalia por haber perdido al ser que siempre estuvo con ella, estalló en un llanto que podría haber echo temblar el agua del lago. Pasó la noche lamentándose, pensando en el ¿por qué? de todo lo que estaba sucediendo y asegurándose a si misma de que era una pesadilla de la que pronto despertaría…

Las lagrimas fueron amainando con el paso de las horas, cuando no le quedó ni una más. Esa misma mañana, incapaz de poder permanecer un minuto en esa casa vacía, alzó una mochila a su hombro y antes de marchar subió a la colina una última vez. Respiró ese aire puro, y contempló por todo lo que la rodeaba y solo fue capaz de pronunciar una palabra:

-Gracias…

Ahora emprendería un camino que, sí, era incierto, pero aprovecharía cada minuto como sus padres y su abuela querrían. Viviría aventuras, sería al libre, pero a un precio que no quería pagar, el echo de que su abuela hubiera marchado para protegerla la hacía sentir despreciable.

¿De verdad tenía que marchar? Pero ¿Qué haría si no?

No tenía que pensar, iría donde su corazón le indicara, y como su abuela le dijo, encontrará su apoyo en las brillantes estrellas, que aunque no las viera en ese momento, la animaban a continuar… Siempre.

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