La existencia de un monstruo

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Coraline jamás pensó que el césped pudiera cobrar vida. O al menos moverse con esa facilidad. El viento no había sido lo que lo removía, se dio cuenta cuando miró por encima de su hombro, percatándose que el material inerte cedía únicamente bajó el peso de un sendero, de algo que iba aplastándolo.

El cuerpo de la niña apenas y podía atravesarlo. El césped era casi tan duro como la madera, lo que les impedía moverse y huir con facilidad. Pero ninguno de los tres se dio por vencido; Coraline corrió tan rápido, que creyó por un segundo que su corazón se detendría, pero no sería la carencia de palpitaciones lo que la mataría, de eso estaba segura.

Su ojo seguía sangrando, como un minúsculo río por encima de su mejilla, chorreando en dirección al suelo, convirtiendo el sendero en un grito descomunal para que pudieran seguirla y encontrarla con facilidad. Quería gritar. Pedir auxilio. Pero ninguno de sus amigos podría ayudarla, no lograrían contener ese vacío que iba irrumpiendo al interior de su pecho.

Como un pequeño cuenco, llenándose lentamente y vaciando su corazón.

Tomó la manga de su suéter, la arranco de un tirón ─jamás lograría entender de dónde había sacado la fuerza para hacerlo─ y mientras corría por su vida, se anudó la tela contra el rostro. Tropezó. Estuvo a nada de caer, pero mantuvo el equilibrio. Apretó el nudo, formando una venda provisional para su cuenco vacío.

Al fondo del valle oscuro yacía una luz justo en el centro, una lamparilla de color amarillo. Esa era la primera vez en mucho tiempo que Coraline miraba la luz, y sentía como si fuera el sol el que estuviera a sólo metros de distancia de su cuerpo.

Escuchó un gruñido, el césped seguía cediendo bajo el misterioso ser invisible ─al parecer─ que los perseguía. Norman gritó con fuerza su nombre, animándola a seguir adelante. Ella asintió con la cabeza, apresuró el paso y tomó a Wybie de la mano, no porque necesitara de su ayuda, sino que sentía que si no tomaba algo que ella consideraba real, se blandiría contra el suelo y caería a un indeterminado lugar.

No quería volver a estar sola.

Una ráfaga de aire los impulsó hacia adelante, provocando que perdieran el equilibrio. Coraline pensó que morirían, que caerían y el monstruo los tomaría por los pies para hundirlos bajo la cama, bajo la oscuridad interminable de ese valle extraño. Pero no fue así. La niña aferró la palma de Wybie contra la suya, entrelazando los dedos y cayeron al piso.

Ya no había ningún césped que les raspara la piel o rompiera parte de su vestimenta.

Cuando volvieron la mirada a sus espaldas, esperando lo peor, el valle yacía en silencio, ni siquiera el viento soplaba sobre él, susurrándoles una advertencia. Coraline se puso de pie lentamente, absteniéndose de llevar una de sus palmas sobre su ojo herido, no quería preocupar a sus compañeros.

Soltó la mano de Wybie y levantó la mirada en dirección de la luz, parpadeando rápidamente para acostumbrarse al tono amarillo brillante, no deseaba quedarse ciega, ya estar tuerta era demasiado absurdo como para añadir más drama al asunto.

Ni siquiera notó cuando Norman se acercó a ella, tomando su rostro entre las manos. Wybie se encontraba lejos de ellos, inspeccionando la lámpara y sus alrededores. Así que ambos niños se quedaron a solas, y Coraline miraba a Norman, debatiéndose entre replicar que estaba bien o concentrándose en que sus mejillas no se tornaran rojas.

De pasar la última opción, diría que la sangre había manchado demasiado sus mejillas.

Pero Norman no dijo nada, solamente la miró e inspeccionó la zona dañada.

─Lo siento, Coraline ─susurró Norman, retirando una de sus palmas del rostro─. Esto pasó por obligarte a salvarnos...

─No digas eso ─replicó Coraline, frunciendo los labios y el ceño─. Si vuelves a excusarte de esa forma, voy a golpearte.

Norman guardó un largo minuto de silencio. Después sonrió.

Y Coraline quiso decirle que había escuchado su voz diciendo su nombre cuando creía que estaba completamente perdida. Pero cerró la boca, separándose del chico y caminando en dirección a Wybie, que tenía entre sus manos un pedazo de papel fruncido y a medio quemar.

─ ¿Qué es eso? ─Preguntó la peliazul, acercándose lo suficiente para inspeccionarlo sobre el hombro del moreno.

─ ¿Aparentemente? ─Cuestionó Wybie─. Una pista. Pero no entiendo lo que dice, no está escrito en algún idioma que conozca.

Norman de igual forma se asomó por el hombro de Wybie, quien le miró de reojo con el ceño fruncido. Repentinamente Coraline recordó el beso, y se apartó lentamente de ellos, para después estirar la palma en dirección a su viejo amigo, y pedirle con suaves movimientos el papel. Wybie no dudó en dárselo.

Coraline miró fijamente el papel. Y reconoció el mensaje. No estaba escrito en inglés ni en español, sino que tenía el mismo idioma con el que estaba escrito el diario de Dipper que se había transformado en algo más que un solo libro recopilatorio de los monstruos de Gravity Falls.

─Sé lo que dice ─murmuró Coraline, con el ceño fruncido─. "Lo han perdido".

─ ¿Lo han perdido? ─Inquirió Wybie y después abrió los ojos de par en par.

─Hemos perdido el libro que nos ayudó a descubrir el primer nombre del monstruo ─masculló Norman─. Hemos perdido a Dipper, Mabel y Neil.

─Debemos buscarlos ─afirmó Coraline.

─ ¿A quién? ─Cuestionó Wybie.

─A ambos ─respondió Norman, quitándole las palabras de la boca a Coraline─. No podemos dividirnos, pero debemos buscar a ambos. No podemos permitir que les pase algo a ellos.

La peliazul asintió con la cabeza, miró una vez más el papel antes de guardarlo en una de sus bolsas. Volvió a contemplar la luz amarillenta que había iluminado su camino y después dirigió sus ojos en dirección a donde apuntaba la misma. Y fue como si el cielo de la pintura "La noche estrellada" se desplegara frente a ellos.

No eran luces fuertes, pero titilaban lo suficiente para brindarles una pizca de esperanza.

─Ahora ya sabemos a dónde tenemos que ir ─aseguró Wybie, comenzando a caminar junto al gato en dirección a las luces.

─Podría ser una trampa ─susurró Coraline, dubitativa.

─No tenemos otra opción ─respondió Norman, tendiéndole la mano.


Mystery Kids: Argus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora