"—¿Estás seguro de que lo puedes reconocer?"
—El hombre era un tipo bastante robusto y calvo, no me va a ser difícil reconocerlo.
"—¿Qué es lo que buscas obtener?"
—Quiero que ese hombre, al igual que el cajero, recuerde lo que te hizo. Quiero que las imágenes carcoman su mente hasta que ruegue tu perdón, como lo hizo su amigo. —Ignacio habló con un tono de voz tan frío que le recordaba su adolescencia—. ¿Te gustaría que ese hombre te pidiese perdón?
Ignacio estaba en su auto, vigilando la entrada de la casa del joven fallecido. Varias coronas de flores llegaron en el transcurso de la vigilancia y muchas personas entraban y salían, algunos portando rostros deprimidos. A medida que los minutos pasaban, Ignacio era invadido por la ansiedad al ver que su objetivo no aparecía. Decidió, entonces, ingresar él mismo a la casa, con la esperanza de la persona que buscaba esté en el interior de aquel lugar.
Bajó de su auto y caminó hacia la casa. En silencio y con un paso sereno llegó hasta la sala de estar, evitando mirar a los ojos a las personas con las que se cruzaba. El interior de aquella casa le provocaba pavor, pues lo único que se podía oír eran los susurros y los lamentos de las personas. El lugar había sido acondicionado con velas y fotos del joven y su novia. Una pequeña mesita de café en el centro de la sala servía como apoyo para los distintos bocadillos que se habían preparado, y junto a esos bocadillos se encontraban pequeñas figurillas de algunos santos. El cadáver de Leopoldo descansaba en un ataúd, ubicado en la parte más alejada del ambiente, con una tranquila expresión en su rostro, inspirando paz. A su lado, varias margaritas ornamentaban la tela de encaje en la cual había sido recostado, y en su frente había un vendaje adornado con otra margarita en el centro.
"—¿Y esa venda? —preguntó Victoria, quien estaba ubicada del otro lado del ataúd".
—Seguro allí tiene la herida que le causó la muerte —dijo Ignacio, en voz baja.
"—Pobre joven, aunque sé que hizo cosas malas ¿en verdad se merecía esto?"
—No lo sé, Victoria. No lo sé. Pero ahora, quizás, esté con su amada.
"—Puede ser. Quizás sea feliz, después de todo".
Decidió tomar asiento en uno de los costados de la sala. Era el lugar perfecto para estudiar con disimulo las caras de cada una de las personas que ingresaba al lugar. Estuvo dos horas sin moverse sintiendo cómo la desesperación lo invadía segundo tras segundo. Ansiaba ver ese rostro con toda su alma, pero no parecía querer mostrarse ante Ignacio.
Pero a la media tarde, cuando ya estaba por darse por vencido, una cabeza muy redonda y calva le recordó a quien estaba junto a Leopoldo durante aquella ocasión. El portador de ese rostro ingresó a la sala con una extraña expresión. «¿Indiferencia? ¿Tristeza acaso?». Ignacio observó atentamente por unos segundos y no tuvo ninguna duda. Ese rostro, esa cabeza, ese cuerpo grande y rechoncho, esa piel tostada... Ese hombre había aparecido.
"—Es él, ¿verdad? —dijo Victoria, nerviosa y algo asustada, luego se desvaneció".
«Todos estos días de espera valieron la pena. Aquí está el segundo, Victoria».
Disimulando con una leve tos la sonrisa que no pudo evitar soltar, Ignacio se puso de pie decidido a confrontar al hombre. Dio un paso, luego otro, pero varios pensamientos invadieron su mente generando dudas. Se detuvo. «Hay algo raro en él; en su mirada. Hay algo en su mirada». El rostro del hombre seguía con la misma expresión vacía, pero en sus ojos había algo que Ignacio no podía comprender. Era como si no sintiese nada por la muerte del empleado, su cómplice y, según la carta, su amigo. «¿Cómo es que no sientes nada por él? ¿Acaso crees que eres tan duro como para no llorar por un amigo?».
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Los tristes ojos de Victoria
General FictionIgnacio esperaba el autobús que lo llevaría devuelta a su casa, cuando fue testigo de una horrible escena que involucraba a Victoria, una hermosa universitaria de ojos azules. Su falta de empatía lo llevó a ignorar tal situación; sin embargo algo en...