17. Mentiras Destruidas.

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Ya es de mañana y aún no puedo dejar de pensar en Jim, si está bien, en si contarle o no todo lo que sé, los informantes de madre aún no han obtenido noticias, el palacio está sellado al mundo exterior, nadie entra ni sale, y en los pasillos solo pueden transitar empleados escogidos, los demás han sido destinados a las celdas para ser interrogados.

De Frederick sé tanto como de Jim, la última vez que lo vi estaba protegiéndose de la lluvia de fuego, hasta que de improviso un soldado le puso bajo su escudo, supongo que es el soldado de los que hablan los espías de madre, con quien mantiene una relación en absoluto secreto, sin atreverse a decírmelo siquiera a mí, quizá por vergüenza o miedo, no tengo el derecho a juzgarle, no por su preferencia hacia los hombres, sino por no querer contarme.

Pero lo de ser brujo, es algo que sin duda me hubiese dicho si lo supiera, digo, después de todo soy su amiga y conoce mis intenciones. Pero como dijeron las brujas, se encargan de borrarles la mente, una práctica heredada de los brujos según pude averiguar.

"En la mente de los hombres reside el deseo, esa fuerza que los impulsa a luchar por lo que anhelan, controla sus impulsos y orienta sus actos aún sin que el propio ser lo sepa, hacia ese deseo. Es por ello que la lucha contra sus dioses se llevó a cabo en sus mentes, porque nada tenían de tangible esos dioses, solo eran la personificación del deseo de sobreponerse a los brujos. Con la madre ciencia, los hombres con dote lograron deshacer ese deseo, y limpiar a los comunes de su arrogancia".

Al finalizar la guerra, los comunes de alguna manera lograron hacerse esa técnica, y la usaron contra sus propios creadores, contra Jim, Frederick y quizá cuantos más que ahora les sirven con devoción. Miro las cámaras frente a mí, con sus hermosos tallados, cada una capaz de llevarme al lugar que desee, y en estos momentos solo quiero ir a uno.


Las proximidades al palacio están plagadas de barricadas, con torres improvisadas y soldados armados hasta los dientes, cada dos cuadras hacen un control al carro, buscando explosivos o cualquier arma que podamos llevar. Las ventanas de los palacios circundantes están tapadas con tablas y en sus puertas instalan sacos de arena, todo un escenario campal, después de todo no ha sido mala idea venir en carruaje, sería una pena perderse un espectáculo así.

Las cosas no son diferentes al ingresar en el parque que separa al palacio real de los demás, con soldados instalados cada diez metros y controles cada vez más exhaustivos, pero en el portón del palacio, el guardia que días atrás me cerró la entrada, reconoce el carro de "la favorita" al instante, librándonos el paso. Apenas bajo vehículo dos corpulentos soldados se disponen a escoltarme hasta el imponente salón de recepción.

-¿Ginna?- Escucho apenas un momento de haber entrado, el dueño de la voz no es nada más ni nada menos que Frederick, sano y salvo. -Me tranquiliza saber que estas bien.

-A mi también.- Digo un poco más relajada, solo un par de mechones de cabello quemado delatan su presencia en el infortunio, pero el resto de su cuerpo y actitud permanece inalterable. - Espero que no hayas sufrido daño, me siento mal por no buscarte antes.

-No hay problema, esto es un caos. Nadie sabe qué hacer, los guardias están por todos lados y no les dan descanso.- Se acerca a mi oído fingiendo arreglar un hilo suelto en mi vestido y susurra. -Debiste decírmelo.

-Sí, y me disculpo, pero vine a saberlo hasta unos instantes antes de que pasara.- Le miro suplicante un momento. -Pero ahora necesito...

-Ver a Jim, comprendo.- Me hace una seña para que le siga, sin dignarse en ningún momento a responder mis preguntas acerca del estado de Jim, un castigo por no avisarle lo del ataque, creo.

Una Corona de Sangre I: Reina del Cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora